La Alegoría del Alma – Capítulo 3: El mayor error

Escrito por Maru

Asesorado por Grainne

Editado por Sharon


Crucé las puertas del gran salón un poco cohibida pero igualmente emocionada. Ese día me había arreglado mucho más que de costumbre: un delicado vestido azul pálido, con ciertos toques dorados que destacaban mi sonrisa y hacían relucir aún más mi cabello del color del anochecer en el verano y unos zapatos dorados muy lindos que combinaban con el vestido. El lazo azul que recogía un poco el pelo era un regalo de ese día y no había dudado un segundo en usarlo. Me había esmerado mucho para lucir bonita, esperando con toda mi ilusión que hoy sonriera.

Sí, hoy es un día importante. Hoy todo debe estar bien. Hoy es el día, pensé al entrar a la habitación.

Al momento, varias caras conocidas se acercaron para saludarme y desearme los mejores deseos, pero yo, nerviosa, solo miraba alrededor, buscando. Buscándolo.

No…

—¿Va todo bien, Eileen? —se acercó mi madre.

—¿Dónde…? —me mordí el labio—. ¿Dónde está Eirian?

—Él… aún no ha bajado —respondió mi madre con cierta tristeza en el rostro—. Pero bajará en un momento.

Sin embargo, una parte de mí no supo si debía creerla. Decepcionada, bajé la mirada al suelo y apreté los puños.

¿Incluso hoy no vendría? ¿En este día tan importante?

Pensando en ello, me dejé llevar con tristeza por los invitados, asintiendo levemente ante sus alabanzas. Mamá me había dicho que debía ser cortés aunque fuese todavía una niña, así que tenía que dar mi mejor esfuerzo para ello. Aunque, quería que ese día acabara pronto… Que los invitados se fueran y pudiera escapar de ese lugar.

Si no está él no es divertido, pensé con pesar.

Angustiada, miré mi vestido e hice un puchero. Había tomado mucho tiempo en arreglarme porque quería que me viera y dijese que estaba realmente linda ese día… Pero ni siquiera había venido a verme.

¿Por qué no quiere verme? ¿Por qué… se ha separado de mí?

Mordiéndome los labios, aguanté aquellos sentimientos e intenté mantener mi imagen de una dulce señorita capaz de sonreír a los demás, con aquella sonrisa que él siempre me había dicho que le gustaba…

Así pasé las horas que duró la pequeña celebración que mis padres habían preparado para mí en ese día. Pero aunque fuera una fiesta en mi honor, no había niños con los que jugar… Sola, en ese momento, había deseado crecer más rápido. A los niños de la nobleza no nos dejaban salir demasiado de casa hasta cierta edad… Y era un fastidio en general. Pocas veces se tenían amigos de la misma edad hasta que llegabas a los diez años. Aunque si dos familias se llevaban muy bien solían conocerse sus hijos antes.

Si solo los hijos de la señora Nullhand no hubieran enfermado… suspiré para mis adentros. A los diez años podré salir con más frecuencia y conocer a más niños… Podríamos ir Eirian y yo… deseé con cierta angustia, aun sabiendo que no me era posible conocer si eso llegaría a pasar.

Eirian había cambiado mucho en poco tiempo. Y por más que lo intentaba, no descubría el por qué.

—Ah, Eileen, ¿estás muy cansada por el día de hoy? —preguntó mi madre una vez todos los invitados se fueron—. Has sido una niña ejemplar —me acarició la cabeza.

—Esto…

Oí el sonido de una puerta abriéndose a mi espalda y, como si hubiese recuperado todas mis fuerzas, me giré emocionada con una gran sonrisa esperando ver…

—Oh, Eileen.

—Ah… Hola, padre. —saludé, desilusionada.

—¿Por qué esa cara? ¿No estás contenta de ver a tu padre? —preguntó aparentando estar dolido.

—No, no es eso…

—Seguro que esto te hace sentir un poco mejor… —pareció rebuscar en sus bolsillos para luego sacar una pequeña cajita—. Toma, para ti —me sonrió.

—¿Para mí? —no pude evitar sonreír un poco, cogiendo la pequeña cajita.

—Feliz cumpleaños, Eileen.

—Gracias… —dije mientras la abría, agradecida de verdad—. Oh, ¡qué bonito!

Una pulsera que parecía ser de plata con varias gemas verde esmeralda, brillaban de forma hipnótica.

Son del mismo color que los ojos de Eirian…

—Ese color realmente va a juego con tu cabello —comentó mi madre con cariño.

—Muchas gracias… de verdad —sonreí.

—Nos alegramos de que te guste —dijo mi padre—. Te veíamos un poco triste estos días así que… pensamos qué podría gustarte.

—Ah… —bajé un poco la mirada y mi sonrisa se contrajo—. ¿Eirian no vendrá?

—Oh… lo siento, Eileen —contestó mi padre—. Parece que no se encuentra muy bien y dijo que prefería descansar.

—Ya… veo.—contesté, incapaz de poner una buena cara.

—Ey, ya verás como…

—¿Hice algo mal? —pregunté con voz apagada.

—¿Qué? No, Eileen, tú no has hecho nada malo… —respondió mi madre.

—¿Entonces por qué me evita? —pregunté, dolida—. ¿De verdad está enfermo o sólo no quiere verme?

Apreté los dientes y cerré los ojos un momento, intentando aguantar las lágrimas que me atormentaban. Sorprendidos ante mis preguntas, los dos adultos se miraron entre sí, preocupados. Hasta una niña podía adivinar que ni ellos mismos estaban seguros.

Bajé de nuevo la mirada a la pulsera y cerré con cuidado la cajita. Haciendo de tripas corazón, les dediqué de nuevo una sonrisa.

—Gracias por el regalo. ¿Podría irme a mi habitación hasta la hora de la cena? Me siento un poco cansada…

—Eileen…

—Solo un poco. ¿Está bien?

Ambos se quedaron en silencio un tiempo, hasta que al final, con una sonrisa triste, me acariciaron la cabeza.

—Hablaremos con tu hermano. Descansa un poco, ¿de acuerdo?

—Está bien.

Despidiéndome, abandoné el salón lo más rápido que pude abrazando a esa cajita.

Creí que hoy sería distinto…

Entristecida, recorrí los pasillos de la mansión, pensando en los acontecimientos de las últimos meses. ¿Por qué se habían tornado las cosas de esta manera? ¿Por qué se había alejado de mí? ¿Por qué me evitaba?

Dejando escapar un par de lágrimas de frustración, eché a correr, deseosa de esconderme en mi cuarto y queriendo escapar de ese momento. Sin embargo, algo me hizo parar a mitad de camino.

Un niño, de no más de diez años, estaba apoyando su cabeza sobre la baranda de la escalinata principal de la casa. Iba vestido más arreglado de lo usual, con un traje que le hacía resaltar su pelo dorado y sus grandes ojos verdes. Su mirada triste lo hacía parecer un ángel bajo los rayos del atardecer que se colaban por las ventanas… Un niño que escondía una belleza enigmática.

Me quedé observándolo, notando cómo mi pulso se volvía cada vez más acelerado. Él, sin notarme, continuaba mirando a la distancia, con su mente en otra parte lejos de aquí. ¿En qué estaría pensando? Mi corazón se encogió un poco, dolorido al recordar que no había venido a verme hoy tampoco. Casi parecía que había pasado mucho tiempo desde que lo había visto tan cerca. Antes éramos muy cercanos… ¿por qué tuvo que cambiar eso? ¿Qué es lo que pasó?

¿Por qué me alejaste? pensé dolorida. ¿Qué es lo que hice?

Observándolo detenidamente su mirada triste. Parecía haberse vuelto así desde hacía un tiempo… y a veces incluso parecía asustado. Pero, por más que quise saber, él solo se alejó más y más.

Nerviosa y cohibida a partes iguales, apreté un poco más la caja y cogí aire. Tal vez, este era el momento indicado.

—Eirian —dije, armándome de valor.

Al escuchar su nombre, el niño se volvió, saliendo de sus pensamientos y reaccionando con sorpresa ante la voz que lo llamaba. Sus ojos, parecían nerviosos y tensos.

—Eileen. Pensé que estarías en la fiesta —dijo tras un largo silencio.

—Acabó hace poco —contesté con cierto nerviosismo, intentando paliar mi corazón desbocado—. Yo… —callé un momento, pensando si sería mejor decir que lo había esperado—. Me dijeron que no te sentías bien. ¿Estás… mejor? —pregunté al final.

—Sí… Lo estoy —contestó sin mirarme a los ojos.

—Hoy… te ves más arreglado de lo habitual —tragué saliva—. Por casualidad, ¿ibas a la fiesta?

—Bueno… sí, esa era la intención —dijo pasando levemente sus ojos por mi rostro—. Siento no haber ido a tiempo.

—Está bien —respondí—. He podido verte, así que… está bien —sonreí con sinceridad, alegre de haber podido hablar con él. Había pasado mucho tiempo desde que habíamos tenido una conversación apropiadamente.

—Ya… veo —desvió la mirada de nuevo y se mordió los labios. Luego cambió su atención a mis manos y abrió un poco más los ojos—.Oh, te lo han dado.

—¿Esto? —sonreí un poco—. ¿Sabías de su existencia?

—Bueno… En realidad es un regalo de mi parte… —bajó la mirada—. Pero les pedí que te lo dieran.

Sorprendida ante aquella revelación, miré de nuevo la cajita y, conmovida, sonreí un poco más.

—¿En serio? ¡Eso es genial! Desde que lo vi, sin duda se convirtió en mi regalo favorito. ¡Gracias! —sonreí de todo corazón, agradecida por el gesto de mi hermano.

—No hay de qué… Feliz cumpleaños —respondió, haciendo una minúscula sonrisa.

Eso fue suficiente para que no pudiera resistirme y me abalancé sobre él, abrazándolo con fuerza.

Me ha hecho un regalo. Se ha preocupado por mí. Eirian no me odia… comencé a pensar llena de felicidad, olvidando por un momento esos meses pasados, el distanciamiento, el dolor.

Eirian me apreciaba. No estaba equivocada, ¿verdad?

Sin embargo, poco después de que lo abrazase, fui empujada con fuerza, cayendo al suelo y haciendo que la cajita saliera disparada por los aires. Sorprendida, alcé la mirada hacia mi hermano, que me miraba con los ojos bien abiertos y una expresión… que me hizo parar el corazón por un segundo.

—¿Por qué…? —comencé a decir, con voz temblorosa.

Eirian simplemente apartó la mirada y retrocedió un par de pasos. Incapaz de descifrar su expresión, me senté miserable en el suelo. Había sido rechazada de la peor forma. Me había empujado, me había mirado con horror, como si yo le resultara repugnante…

Dolía. Dolía como si me hubieran arrancado y pisoteado el corazón.

Inestable por el cúmulo de mis sentimientos, me levanté con la mirada borrosa por las lágrimas que se acumulaban en mis ojos.

¿Por qué? ¿Por qué me hacía esto? ¿Por qué se alejaba de mí? ¿Por qué me había apartado de esa forma? ¿Por qué me evitaba? ¿Por qué su mirada me rehuía? ¿Por qué ya no me sonreía como antes? ¿Por qué me odiaba?

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

—¿Por qué lo hiciste? —pregunté con un hilo de voz.

—Yo… —el niño solo desvió la mirada y calló de nuevo, incómodo.

¿Por qué eso? ¿Tanto le molestaba mirarme? ¿Hasta ese punto me despreciaba? ¿Tanto le asqueaba? ¿Era tan despreciable?

Cuando esos ojos apartaron de nuevo, fue como si algo se quebrara en mi interior. Algo que hizo que no pudiera soportarlo más.

—¿Por qué me haces esto? —dije con el descenso de la primera lágrima—. ¿Por qué me evitas? ¿Por qué me apartas? ¿Por qué no me miras?

El niño cambió su expresión un momento cogido por la sorpresa, pero continuó en silencio.

—¿Por qué no me dices nada? —me mordí los labios, frustrada—. No lo entiendo…

Volvió a pasar su mirada de un sitio a otro, nervioso, como si quisiera escapar de allí. Sin embargo, al final posó sus ojos sobre mí.

—Es mejor así —dijo con una mirada penetrante—. Por tu…

—¿Qué? —exclamé—. ¿Mejor? ¡¿Qué estás diciendo?! —grité, elevando mi tono de voz—. ¿Mejor para quién? ¿Para ti?

—No, no es…

—¿Por qué haces esto? —volví a preguntar—. ¿Por qué me haces un regalo y luego me empujas? ¿Por qué dices que es mejor que no me acerque a ti?

—Eileen, para. No…

—¿Por qué cambiaste? ¿Por qué me alejaste de tu lado? —continué, incapaz de parar la tromba de emociones y miedos que venían.

—Ya basta.

—¡No! Siempre he estado callada. Siempre he intentado esperarte, comprenderte, intentar arreglar algo que no entiendo —dije entre lágrimas que no paraban de brotar—. Antes éramos buenos hermanos. Nos pasábamos el tiempo juntos. Era muy feliz…

—Eileen… —Eirian cerró un momento los ojos y, tras exhalar un largo suspiro, se dio la vuelta, dispuesto a bajar las escaleras—. Lo siento.

—Eirian, por favor. ¡No puedo continuar de esta manera! —le supliqué, cogiéndolo de un brazo para que se diera la vuelta.

Su mirada, llena de nerviosismo y algo de miedo, me hizo sentir frío.

—Entonces, aléjate y olvídate de mí —dijo con una voz cargada de frustración.

Se deshizo de mi agarre y comenzó a bajar la escalera, dejándome ahí.

—¿Qué está pasando? —oí a mi espalda la voz de mis padres.

—Eileen, Eirian, ¿habéis peleado? —preguntó mi madre, que parecía acercarse a nosotros a paso acelerado.

Sin embargo, yo no era capaz de alejar la vista de la espalda de mi hermano, quien tampoco se había girado. Un calor abrasador subió por mis mejillas. La rabia, la incomprensión, la frustración y dolor, hicieron mella en mí, tanto que era insoportable.

—¡¿Qué fue lo que te hice?! —me sorprendí gritando.

—Suficiente, Eileen —me contestó sin volverse.

—¡No! ¿Por qué? ¿Por qué me alejaste? ¿Por qué alejas a todo el mundo? —pregunté mientras bajaba corriendo también hasta agarrarlo de nuevo—. ¿Por qué parece que miras a todo el mundo asustado? ¿A qué le tienes tanto miedo? ¡¿Por qué me odias tanto?!

—¡Dije que es suficiente!

Todo se volvió lleno de luz en un instante. Colores rojo, naranja y amarillo inundaron la estancia cegándome por un momento. El espectáculo de color se siguió de calor y luego de un olor que recordaba al humo y la carne quemada. Cuando quise darme cuenta, un dolor punzante, como mil agujas en la piel, me recorrió la parte superior del brazo izquierdo.

Duele… pensé confundida, a medida que mi visión se volvía de nuevo nítida.

Fue entonces cuando se sucedieron los gritos.

—¡Eileen!

—¡Agárrenla!

—¡No!

Estaba… cayendo. ¿En qué momento mis pies dejaron de tocar el suelo? ¿Fue cuando Eirian me apartó de nuevo? En ese momento todo parecía ir despacio… Las caras asustadas de mis padres que corrían hacia mí, los sirvientes que se llevaban las manos a la boca con horror, los escalones sucediéndose uno tras otro…

Pero había algo a lo que no pude dejar de mirar. Unos ojos, grandes, de largas pestañas con una expresión de horror que no se apartaban de mí. Eso no fue lo que me mantuvo hipnotizada, sino su color. Las llamas parecían haber poseído esos ojos, que brillaban con fuerza y penetraban a cada fibra de mi ser. Unos ojos extraños, únicos, que daban sensación de poder y belleza.

Son… hermosos.

Fue lo último que pensé, antes de que todo se volviera negro.

♦ ♦ ♦

Una punzada de dolor en la muñeca derecha me despertó. Sintiéndome agotada, intenté levantarme, pero un dolor atronador en mi brazo izquierdo al apoyarlo me hizo gemir de dolor.

¿Qué pasa? ¿Por qué duele tanto? pensé mientras se me saltaban las lágrimas.

Fue entonces cuando me percaté de que todo estaba oscuro. Confundida y asustada, traté de ponerme de pie con mi cuerpo lesionado y entumecido.

¿Dónde estoy? ¿Por qué está todo tan oscuro? pensé una vez me puse de pie.

Me mordí el labio inferior, tratando de aguantar las punzadas que me daba la muñeca derecha y el dolor martilleante del brazo izquierdo. Por otro lado, mi estómago se sentía húmedo y pegajoso; las piernas me temblaban…

Estaba oscuro, sin embargo, era capaz de verme como si estuviese iluminada. Y no pude evitar soltar un grito ahogado en cuanto vi mis manos manchadas de sangre, la muñeca derecha con una evidente quemadura y el camisón raído lleno de sangre de mi abdomen.

Es como ese día… mi último día… pensé con horror mientras recordaba todo lo sucedido.

¿Qué estaba pasando? ¿Por qué volvía a mi forma adulta? ¿Qué era todo esto? ¿Estaba… soñando?

El dolor es muy real…

Hice una mueca y, sujetándome el brazo izquierdo roto de la forma más delicada que pude, me puse a caminar entre la oscuridad. Tenía que averiguar qué estaba pasando.

—¿Hola? ¿Hay alguien?

Dolorida, anduve mientras intentaba contener las ganas de llorar por el dolor. ¿Por qué dolía tanto? Parecía como si hubiera sido cruelmente maltratada pero… lo último que recordaba era caer por las escaleras y ver esos…

—¿Eileen?

Me giré súbitamente hacia aquella voz, tan conocida, tan cálida e inocente… Pero no había nadie allí.

—¿E-Eirian? —balbuceé.

—Eileen.

La voz volvió a llamarme, esta vez desde otra dirección, pero de nuevo, no había nadie ahí.

—¿Qué…?

—Eileen. ¡Eileen!

Una pequeña risa infantil resonó a mi espalda, haciéndome girar de nuevo… sin encontrar a nadie. De repente sentí como si algo me tocara, una mano fría y fuerte que me hizo dar un respingo y apartarme previo a notar nuevas punzadas de dolor.

—Eileen. Eileen —volvió a llamar a mi alrededor—. Eileen. Eileen. Eileeeeen.

—Basta… —dije a la oscuridad, sintiendo mi nerviosismo y miedo crecer por momentos—. Ya basta….

Pero no paraba. Seguía y seguía, cada vez más cerca, cada vez más frío, cada vez más doloroso…

—¡Ya basta! —grité cerrando los ojos.

El silencio, inundó el infinito lugar. Temblorosa, y asustada, terminé abriendo los ojos… solo para ver que ya no estaba oscuro. Estaba en mi habitación. La habitación de la mansión principal cerca de la capital.

—¿Qué…?

—¡No! ¡No pienso perdonarlo! —escuché gritar a pocos metros a mi izquierda. Una voz conocida. Una muy conocida.

Mi voz cuando era niña.

—Eileen, por favor, escucha —dijo entonces mi madre con cara ansiosa y preocupada—. Estoy segura que no es lo que crees. Eirian…

—¡No! ¡No! ¡Él lo hizo a propósito! ¡Me hizo daño porque me odia!

—No, cariño, eso fue un accidente…

—¡No!

—Eileen…

—¡Es un monstruo! ¡Él no es mi hermano!

Paralizada, observé aquella escena con estupefacción. ¿Qué estaba viendo? ¿Por qué estaba viendo eso?

—Para… ¡Para! —grité a la niña, que no paraba de decir cosas horribles sin percatarse de la cara de sufrimiento de la otra persona a su lado.

Pero no hubo ningún efecto. Por más que grité, por más que intenté que me escuchara, nada sucedió. Solo pude observar cómo esa niña tiraba por la borda toda una vida llena de amor… por miedo y egoísmo.

Después de eso, varias escenas se sucedieron una tras otra: peleas con mis padres, rabietas, palabras hirientes hacia Eirian… y la despedida. El momento en que Eirian abandonó la casa para siempre.

—No, no… No lo hagas… —supliqué, aun sabiendo que nadie me oiría y que nadie pararía—. Lo siento… Lo siento…

—¿Eso piensas ahora?

Asustada, me giré automáticamente hacia la voz mientras retrocedía un par de pasos. Esta vez, la voz de mi hermano en su versión más joven, estaba acompañada de una forma física. Vestido como ese día en mi cumpleaños, el niño me miró con sus ojos de fuego como si realmente se estuviera dirigiendo a mí.

—¿Ei…rian?

—Así que, ¿te arrepientes ahora? —preguntó ladeando un poco la cabeza, haciéndolo parecer inocente. Sin embargo, de alguna forma eso me hizo sentir escalofríos.

—S-Sí…

—Ah… así que ahora te arrepientes —sonrió un poco—. ¿Cuándo fue eso? —se acercó un poco—. ¿Fue porque pensaste en mí? ¿O fue cuando tu mundo se vino abajo? —me fulminó con la mirada—. Cuando fuiste dejada de lado, abandonada, traicionada, usada y pisoteada. Cuando te volviste miserable fue que pensaste en cómo me habría sentido yo o… ¿fue cuando te hice esas heridas?

—¡No! No, yo… —retrocedí un par de pasos y desvié la mirada de esos ojos que me miraban con tanto odio.

Pero antes de que quisiera darme cuenta, algo me agarró y tiró al suelo. Cuando logré enfocar mis ojos, lo primero que vi fue la cara de un hombre joven que se sentaba a horcajadas sobre mí, con unos ojos que parecían fuego puro.

—¡No! ¡No! —grité, llena de pánico.

—Oh, vamos hermanita, no seas tan melodramática —rio—. Solo quiero pasar un rato contigo. ¿Deberíamos continuar por donde lo dejamos ese día? —me susurró al oído—. Tenemos mucho tiempo que recuperar.

Grité. Grité pidiendo ayuda, suplicando el perdón, rogando a esos ojos llameantes.

Pero sabía que nadie vendría.

Como ese día.

♦ ♦ ♦

Abrí los ojos y me incorporé, sobresaltada y llena de miedo. El corazón desbocado resonaba en mis oídos mientras esas palabras se clavaban en mi mente.

Con la respiración entrecortada, miré a todos lados, distinguiendo entre la oscuridad los muebles de mi habitación iluminados por la tenue luz de la noche. Miré mis manos temblorosas, pequeñas, como las de una niña y en perfecto estado.

—E-Era un sueño… —susurré a la habitación vacía mientras me abrazaba a mí misma en un intento de calmarme—. Solo un sueño…

Parecía tan real…

Las lágrimas pronto brotaron, incapaz de pararlas.

Había soñado con ese día en el que cometí el mayor error de mi vida. Cuando condené a una persona inocente.

Jamás sería capaz de perdonarme… ni siquiera en mis sueños.

—Lo siento, lo siento… —susurré una y otra vez.

Puede que hubiera vuelto al pasado, puede que hubiera comenzado a cambiar las cosas, puede que fuese capaz de hacerlo feliz, puede que fuese capaz de redimirme.

Pero estos demonios del pasado, ¿podrían irse algún día?

3 respuestas a «La Alegoría del Alma – Capítulo 3: El mayor error»

  1. Muy bien las opciones son:
    1-Eirian o más bien su magia se volvio más fuerte y su control más debil y por ello se aleja de ella.
    2-La maestra le metio en la cabeza que es mejor para todos si se aleja porque es muy peligroso.

    1. Esto es el pasado, no el presente. Así que no había maestra ni nada de eso. Eso es un recuerdo. Por medio de varios sueños os ayudaré a conocer un poco más del pasado de Eileen antes de retornar en el tiempo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *