La Alegoría del Alma – Capítulo 2: Un nuevo comienzo

Escrito por Maru

Asesorado por Grainne

Editado por Sharon


—¿De verdad tienes que llevar eso?

Con un mohín, miré a Eirian mientras terminaba de ajustarse el collar al cuello.

—Mientras esté en periodo de enseñanza es lo más seguro —contestó éste con tranquilidad.

Una vez el  brazalete en su sitio, el niño me miró y sonrió con amplitud, pero yo no pude más que suspirar. No me gustaba que Eirian tuviese que llevar algo como eso en su cuerpo. Molesta, observé aquel brazalete, constituido de un metal nacarado en rojo que se ajustaba a su piel sin apretar. Varias gemas de color azabache brillante estaban engarzadas en éste, y una última, de color violáceo más grande que las otras, se hallaba en su centro, colgando un poco y haciendo contacto con su piel. Ese era el tipo de brazalete que llevaban los magos para mantener sus poderes bajo control, limitando su poder mágico al absorber su energía. Si no utilizaban magia, no sufrían ningún tipo de daño, pero si se forzaban a usar más de la debida terminaban agotados. El poder de ese collar estaba en las gemas que portaba, que tenían la capacidad de absorber y almacenar energía. Tenían varios usos, y uno de ellos era por el que iba a ser utilizado en Eirian. Lo más importante era que, una vez colocado, solo aquel que tuviera la llave podría quitarlo.

—Eso no quita que no me guste —me quejé.

—Solo será hasta que controle perfectamente mis poderes. Ya lo sabes.

Suspiré y me senté en la cama de su habitación, no demasiado convencida. Habían pasado varias semanas desde el incidente en el que los poderes de Eirian quedaron al descubierto y, afortunadamente, comenzaba a creer que de verdad había evitado una gran tragedia familiar.

Al principio, mi hermano fue cauteloso y no paraba de pedir perdón o intentaba evitar contacto físico, pero fui tan persistente que al final comenzó a dejarse llevar y a ser el mismo de antes, o intentarlo. Sabía que mis padres habían hablado mucho del tema entre ellos, preocupados por el futuro de la familia y de sus hijos, pero mis convicciones fuertes de no permitir que nada nos separase parecía estar dando fruto.

O eso quería creer. En el pasado, mis padres dejaron a su hijo de lado, lo que en el futuro tendría sus consecuencias sobre todos nosotros. Bien sabía que cuando todo se descubrió, mis padres se sintieron demasiado aturdidos por la situación, preguntándose qué era lo mejor para todos. Anteriormente, decidieron optar por seguir las reglas no escritas de la sociedad en la que nos movíamos, y Eirian fue despojado de su apellido y clase social. Sin embargo, a posteriori, pude reconocer por sus actos que nunca se perdonaron por hacer algo como eso. Durante muchos años, supe que mi madre lloró por su niño, y mi padre se volvió más frío y distante, concentrándose en su trabajo más que nunca y evitando pisar la casa en la medida de lo posible. Aunque cuando estaba presente siempre intentó mimarme más de lo que nunca hizo antes, al igual que mi madre. Tal vez vieron en mí la única posibilidad de superar su dolor, de mantener a un hijo feliz en la casa. Habían perdido a su adorado y perfecto hijo; no querrían perder al que les quedaba.

Probablemente por ello fui mimada en demasía, que, sumado a mi torcida y rencorosa actitud por el trauma familiar, acabaría formando a una joven horrible.

Era increíble lo que las acciones que tomábamos podían llegar a crear…

Ahora, viendo la forma en la que mis padres miraban y trataban a Eirian, supe que todo estaría bien. Si nuestra familia estaba destinada a romperse, no sería por la actitud de mis padres hacia mi hermano. Tampoco yo supondría ningún problema. Ya no.

Pude comprobar la fuerza de nuestros lazos un día que nuestros padres nos reunieron a los cuatro, tanteando nuestras opiniones y miedos. Fue entonces cuando se hizo evidente que Eirian temía ser una carga para la familia, pero también ser separado y alejado; y que mis padres no permitirían que algo como eso sucediese. Por mi parte, hice saber que si Eirian se iba de la casa, yo desaparecería. No importaba lo que me hicieran, pero no volvería allí. No sabía si mis padres creerían que eran cuentos de niña o no, pero no volvieron a sacar el tema de echarlo frente a nosotros.

En su lugar, acordamos que Eirian continuaría su educación como hasta ahora, en casa, con el añadido de lecciones para controlar su magia.

Ahí fue donde imaginé que podrían sobrevenir los problemas. Para empezar, no cualquiera le podía enseñar a Eirian; necesitábamos a un mago. Y para eso, era preciso acceder a uno que tuviera pleno control sobre sus poderes y fuera reconocido por la ley. En resumen, tendríamos que hacer pública la condición de Eirian, con todas las consecuencias que eso acarrearía.

No era que quisiera que lo mantuviéramos en secreto (sabía que eso era contraproducente), pero exponer a Eirian suponía abrir la puerta a las habladurías sobre todos nosotros. Personalmente, no podía importarme menos, pero era posible que a mi familia pudiera afectarle… Mi hermano aún tenía la inquietud sobre cómo serán las cosas para él, y temía que nuestra vida cambiara demasiado por su culpa.

Por otro lado, aunque mis padres no lo dijeran, sabía que estarían pensando en cómo deberían sobrellevar todo lo que se les vendría encima sin que afectase al trabajo de mi padre y nuestra estabilidad social.

Me gustaría decir que el estatus no era importante… pero no era cierto. No viví esa situación en mi vida pasada, pero sabía lo suficiente de la sociedad para averiguar qué era lo más probable que ocurriese a partir de entonces. Y no me equivoqué en demasía.

Primero la aristocracia se sorprendió ante la noticia. Los rumores corrieron por todo el reino hasta en el pueblo más pequeño. Se sucedieron las condolencias porque nuestra familia estuviera pasando por algo como eso, así como las visitas cuyo único fin fue el de recaudar información con la cual seguir esparciendo rumores que permitiesen seguir criticando a la familia, simplemente por la envidia y el poder. Hasta entonces, mi familia poseía el título más alto e importante del reino después de la Familia Real, y mi padre sustentaba el cargo de Primer Ministro, lo cual se acompañaba de mucho estatus y poder, además de una avalancha de personas distinguidas que buscaban acercarse a nosotros en busca de nuestro favor. Pero si por algún motivo te desviabas de lo que era considerado aceptado y normal, y no jugábamos bien nuestras cartas, nuestra situación social se vería realmente dañada. Seríamos desplazados y aplastados por las hienas que nos rodeaban constantemente en busca de un ascenso.

Una situación verdaderamente terrible y molesta. En realidad, yo misma no fui consciente de esa ligera línea que separaba el interés de la vida acomodada hasta que perdí todo lo que tenía. Descubrí la dura realidad de una manera un tanto… abrupta.

Por eso mismo, esta vez, no me sorprendió que aquellos que eran considerados amigos de mis padres se alejaran cuando éstos anunciaron que Eirian no se iría a ninguna parte. Para la inmensa mayoría, lo normal hubiera sido desentenderse del problema, entregar a Eirian a las autoridades para “mejorar su don”. Pero no fue el caso para nuestra familia, así que pronto los cotilleos se extendieron por toda la rama aristocrática hasta todo el país.

Cuando mis padres solicitaron al Alto Mando de la Magia un tutor para Eirian, los ojos de todo el mundo se posaron sobre nuestra familia. Hacer lo contrario a lo que se esperaba de nosotros, es decir, no desvincularnos de la “sangre impura” al entregar a mi hermano a las instituciones que entrenarían su don para, finalmente, hacerlo trabajar para el gobierno, era inaudito.

No existía una ley que obligase a cada familia a desquitarse de sus familiares magos, pero su situación era un tema tan violento y visto con tan malos ojos que en general nadie quería tener cerca a alguien como ellos. Por eso todos los niños eran entregados: por miedo. Ya fuera al propio mago, los rumores o el cambio que supondría mantenerlo a tu lado.

Que el duque de Deerfort, la persona que sostenía el título más importante del reino tras la Familia Real, y que se distinguía como Primer Ministro, fuera el primero en no degradar a su hijo por ser un mago era un acto inédito en todo el país.

No supe a ciencia cierta en los días posteriores con qué tuvo que lidiar mi padre al hacer algo como eso. Estaba segura que se expuso a muchos comentarios y que sus adversarios vieron la situación como una debilidad. Varias veces me pregunté si no habría empujado a nuestra familia a una situación social y política mucho más delicada y peor de lo que estuvo en mi vida pasada, pero el ver a mis padres sonreír con la misma dulzura de siempre a mi hermano cada vez que se veían, cada vez que Eirian los miraba con gratitud en los ojos… pensaba que había hecho lo correcto.

El que un mago no rompiera lazos con su familia tenía sus consecuencias, o más bien, trabas administrativas, además de los evidentes daños sociales para con la familia. Para empezar, la organización principal del país, el Alto Mando de Magia, debía dar el visto bueno a la petición de la familia, valorando el por qué del motivo y descartar que el mago neófito fuese peligroso para el reino. Por otro lado, si no se veían inconvenientes, debía asignársele un tutor que pasaría cada día con el joven mago, a la vez que se le proporcionaría un regulador de poder, para evitar que el poder mágico se descoscontrole en el tiempo que durase la enseñanza. Si todo eso salía bien, Eirian podría quedarse con nosotros. Si no… tendría que pensar en algo.

Durante días me mantuve a la espera, nerviosa ante la idea del rechazo del Alto Mando. Desde que comenzó el proceso se habían sucedido tantas visitas, rumores y pequeños escándalos que minaban la actitud de mi hermano y que cansaban a mi padre, causando que viajara continuamente del trabajo a casa sin descanso.

Cuando comenzaba a pensar que algo saldría mal, mi padre volvió a casa con una amplia sonrisa.

—Los tengo —nos dijo a todos reunidos en su estudio—. Los permisos. Nos los han concedido.

—¿De verdad? —pregunté levantándome de mi asiento.

—Sí. Tu tutor vendrá la semana que viene y se quedará con nosotros hasta que finalices tu formación como mago —explicó.

—¡Eso es genial! —exclamé de alegría mientras abrazaba a mi hermano, que se había quedado callado por la impresión.

—Solo hay una condición —añadió mi padre.

—¿De qué se trata? —intervino mi madre, que había pasado al igual que yo, de la alegría a la preocupación.

—No podemos quedarnos aquí. —Mi padre me hizo un gesto de calma antes de que protestase—. Generalmente los magos son entrenados en lugares alejados de la capital en un intento de evitar accidentes cercanos a una gran masa de población. Por eso, se nos concedió el permiso a cambio de encontrar un lugar tranquilo lejos de la ciudad.

—Pero…

—No será algo difícil para nosotros —continuó mi padre—. Solo tenemos que volver a nuestro feudo. Nuestras tierras están lo suficientemente alejadas de la capital y además nuestra residencia está lo suficientemente alejada de las inmediaciones de la ciudad más próxima. Es el lugar ideal —sonrió.

—Tu trabajo…

—Tendré que ir y venir más veces. Y seguramente tenga que pasar más tiempo aquí cuando haya más sobrecarga de trabajo… pero no será un problema —respondió con toda seguridad en su rostro—. Además, con los tiempos que vienen, creo que nos beneficiará un ambiente tranquilo.

Sorprendida, miré a mi padre mientras digería toda la información que nos proporcionaba. Que se nos hubiera concedido el permiso para que Eirian continuase a nuestro lado era una noticia maravillosa, aunque no pensé en que eso haría que nos tuviésemos que mudar. Sin embargo, coincidía con mi padre en que era una medida beneficiosa para nosotros en varios aspectos, sobre todo a nivel social, y que nos alejaría suficiente de toda la gente que hablaba de nosotros innecesariamente. Demasiadas personas se habían sucedido en los últimos días… para desaparecer poco después cuando mis padres hicieron pública su decisión de mantener a Eirian.

Sabía que ir en contra de lo que la sociedad esperaba tendría consecuencias, pero aun así me sorprendió la rapidez con el que las serpientes aristocráticas decidieron darnos la espalda y considerarnos entes extraños que “acogían al demonio”. En tan sólo unos días desde que el asunto se hizo público, los que pensaba que eran amigos de la familia se alejaron, y los propios amigos que teníamos tanto Eirian como yo dejaron de querer venir para jugar.

Bajo mi punto de vista, aquella fue una forma rápida de ver quién de verdad merecía la pena de entre toda esa gente pero para Eirian fue un duro golpe. Al fin y al cabo, era solo un niño. No pude evitar que se sintiera culpable por nuestra incómoda situación social, ya que se sentía responsable. Sin embargo, mis padres y yo no flaqueamos a la hora de intentar que se sintiera cobijado y, al final y tras varias largas charlas escuchando sus miedos y sentimientos, conseguimos que mi hermano se adaptara a esta nueva situación como los demás lo estábamos haciendo: de frente y con la cabeza alta.

—Supongo que prefiero estar alejado de aquellas habladurías por un tiempo —recordaba que dijo más tarde en el carruaje, mientras los cuatro viajábamos a nuestra segunda residencia.

—Bueno… creo que será más tranquilo. Y estaremos con personas que de verdad nos valoran —sonreí.

—Nada mejor que volverte mago para descubrir las ratas que te rodeaban —dijo con una sonrisa irónica.

—¡Eirian! —exclamó mi madre con disgusto por su forma de hablar.

—Es la verdad —suspiró mientras ponía los ojos en blanco.

Me limité a sonreír, ya que coincidía completamente con él.

—Nadie diría que hace una semana llorabas porque te habías quedado sin amigos —dije con tono burlón, no pudiendo evitar meterme con él.

—¡Eh! Solo fue… un momento —respondió, tornándose su rostro rojo por la vergüenza—. Más bien era… por…

—Está bien, Eirian —intervino mi padre su voz tranquilizadora—. No importa. Mientras estemos unidos todo estará bien —sonrió—. Y… bueno, en verdad os habríais enterado de cómo es la sociedad aristocrática más pronto que tarde. Solo lo habéis descubierto un poco antes.

—Aun así siento dar preocupaciones para la familia y también para el nombre de nuestra casa —dijo, desviando sus ojos al suelo, con la mirada un poco apagada—. Sé que mi condición cambiará muchas cosas.

—Nos las arreglaremos —contestó mi madre, poniendo una de sus manos sobre la cabeza de mi hermano de forma cariñosa.

De alguna forma, sentía que esa conversación estaba muy lejos de ser normal para una familia que tenía hijos en edad de diez y ocho años, aunque fuéramos nobles. No podía dejar de pensar que estábamos siendo promovidos hacia la madurez más rápido que otros. Como hijos de los duques de Deerfort, fuimos instruidos estrictamente desde jóvenes en todas las materias posibles, etiqueta incluida, así que era común que un niño noble tuviese conocimientos y una actitud distante en comparación de los niños plebeyos. En nuestro caso, sin embargo, debíamos sumarle la compleja situación del poder de Eirian.

Aunque personalmente, prefería ver a mi hermano de ahora, más decidido y con el espíritu restituido, preparado para comenzar nuestra nueva vida sin dar un paso atrás. Con esos ojos flameantes llenos de convicción, solo podía creer que podría conseguir todo lo que se propusiera.

Ojalá hubiera conseguido ver esta expresión en aquel tiempo, pensé entonces, recordando los demonios del pasado.

♦ ♦ ♦

—No me queda tan mal, ¿no? —oí decir a Eirian, devolviéndome al presente.

—Ah…

—Últimamente te quedas en las nubes —suspiró el niño, acariciándome la cabeza.

De hecho, tenía razón. Desde que recuperé mis recuerdos y comencé a cambiar los errores cometidos, con frecuencia me la pasaba sumida en mis pensamientos. Aunque más bien todo giraba en torno a los sucesos de estos últimos días.

—Lo siento —me disculpé, y añadí con un suspiro—: Estaba recordando lo agitada que ha sido nuestra vida últimamente.

—Lo siento por eso —respondió él con una sonrisa amarga.

—No te disculpes —lo reprendí—. Prefiero cómo están sucediendo las cosas ahora —dije, pensando en la diferencia con respecto al pasado.

—No sé por qué dices algo como eso.

—Es mejor estar con vosotros en buenos términos que con mil personas que solo nos hablarían por interés, ¿no crees? —contesté mientras me acercaba a él y tocaba una de las gemas del brazalete con cuidado.

—No deberías tocarla. —Me apartó la mano, aunque no la soltó—. Es peligroso.

—Un simple toque no pasará nada —le sonreí, segura.

Sabía por qué lo decía. Esas gemas tenían distintos usos derivados de la capacidad de absorber y almacenar energía. No solo era absorbida la energía de los magos, sino de cualquiera que se pusiera en contacto con ella. La diferencia radicaba en que una persona normal podría morir si pasaba demasiado tiempo en contacto con aquella piedra especial. Supongo que los magos tenían muchísima energía fluyendo en su interior. Era fascinante.

—¿Es que desde que te diste ese golpe perdiste el sentido del peligro? —suspiró mientras me tocaba la cabeza de nuevo.

—¿Qué…?

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió y entró mi padre junto a una persona que no habíamos visto nunca hasta hacía escasas horas.

—Oh, Eirian, ya te lo pusiste —dijo mi padre cuando se percató del brazalete en su cuello.

—Creí que sería lo mejor. Cuanto antes pueda controlarlo, menos daños causaré.

—Eirian, no…

—Está bien —dijo la persona nueva a la que mi hermano le había dirigido la mirada.

Un poco compungida, miré a la recién llegada. Era una mujer de mediana edad, algo mayor que mi padre. Su piel era blanca y tersa, de cuerpo delgado aunque de bonitas curvas. Su pelo castaño largo combinaba con el vestido verde que llevaba, aunque sin duda lo que más llamaba la atención de su persona era su rostro: ovalado, de labios finos y nariz recta, donde sobresalían unos ojos grandes de un intenso color esmeralda que brillaban cual gema resplandeciente. Unos ojos sin duda extraños y únicos.

Esa persona era Katarina Ascarf, una de las magas más reconocidas y famosas de nuestro reino e integrante del Alto Mando de Magia. Sus logros y poder eran tales que había obtenido el reconocimiento de multitud de personas, incluida la Familia Real. A lo largo de su vida, sus logros y trabajos la habían alzado, siendo de las pocas personas de su condición que podíamos decir eran respetadas.

En mi vida anterior no tuve prácticamente relación con ella; solo había escuchado rumores suyos cuando estuve en la capital, y solo la vi una vez, en el palacio.

Y ahora, en esta vida, mi hermano iba a ser su alumno durante los próximos años.

Inconscientemente, tragué saliva e incliné mi cabeza en señal de respeto. Que alguien tan importante fuera quien aceptó educar a mi hermano… bueno, solo podía mostrar un gran agradecimiento.

—Muchas gracias por acceder a enseñarle a mi hermano, señora Ascarf.

—Oh, no hace falta eso, señorita Eileen —dijo la mujer con tono afable—. Katarina está bien. Al fin y al cabo, vamos a vernos mucho durante un tiempo. Para usted también, señorito Eirian.

Asentí y sonreí un poco en señal de acuerdo, y pude ver que Eirian imitaba el gesto.

—Al igual que dijo mi hermana, me siento profundamente agradecido por concederme esta oportunidad —expresó.

—El honor es mío —inclinó un poco la cabeza—. Veo que las alabanzas del señor Deerfort no eran fundadas. Sus hijos se ven realmente adorables —comentó con una sonrisa que parecía sincera.

Sabía por el gesto divertido que le siguió que yo debía haber puesto una cara extraña al escuchar aquello. En mi vida anterior me hubiera sentido halagada, pero mi yo de ahora había desarrollado cierto rechazo a ese tipo de comentarios sobre mi persona.

—Bien, creo que será mejor que comencemos cuanto antes, señorito Eirian —dijo a continuación Katarina—. Si el señor Deerfort está de acuerdo.

—Todo suyo, señorita Ascarf —contestó mi padre—. Hablaremos de los horarios al final de la jornada de hoy, pero por ahora, es libre de empezar.

El niño asintió y, obediente, fue hacia su maestra, que ya se dirigía hacia el pasillo. Sentí las ganas de preguntar si podía acompañarles, pero presentí que sería mejor darles un ambiente más íntimo para comenzar. De seguro Eirian estaría nervioso y temeroso al mismo tiempo, y es probable que necesiten forjar un buen vínculo profesor-alumno para que todo funcionase bien. Si iba yo tal vez los molestara.

Sin embargo, no podía evitar sentirme un poco sola; en las últimas semanas había estado constantemente a su lado. Se sentía un poco extraño. Pensando en ello, y un poco preocupada por los sentimientos de mi hermano, suspiré, algo que no pasó desapercibido para mi padre, que aún se encontraba conmigo en la habitación.

—Estará bien —me dijo a modo tranquilizador.

—Eso espero —suspiré.

—¿Te sientes un poco sola? —sonrió, viendo a través de mis sentimientos—. ¿Qué tal pasar un poco de tiempo con tu padre? Últimamente eres la sombra de tu hermano. Pasemos ahora un poco de tiempo juntos —dijo mientras me tendía su mano.

—¿Está bien? ¿Y el trabajo?

—Hasta yo tengo tiempo libre de vez en cuando —contestó con una pequeña risa.

Conteniendo un poco la risa, agarré su mano y ambos abandonamos la habitación de mi hermano. Un poco sorprendida por estar andando con mi padre, lo miré por el rabillo del ojo, tan alto para mí desde mi pequeña estatura. Siempre me había parecido grande, pero desde la visión de un niño, lo parecía mucho más.

Mediría poco más de metro ochenta y su cuerpo era fibroso y con porte. Su piel era sonrosada en contraste con la mía, que era mucho más pálida. Rondaba ya sus treinta y dos años, así que su pelo rubio dorado, como el de Eirian, no mostraba atisbos de envejecimiento, al igual que su cara, la cual muchos dirían que resultaba atractiva, con esos labios carnosos, su piel perfectamente afeitada, nariz recta y ojos penetrantes del color de la miel. Antes de que sus poderes se manifestaren, podía podía decir sin dudar que mi hermano había heredado el color de mi madre, pero la forma en que miraba era muy similar a la de mi padre.

Desde luego, no podía dudar que mi madre había tenido suerte al desposarse con un hombre como él.

—Lo cierto es que tenía ganas de hablar contigo desde hace tiempo —habló mi padre entonces, sacándome de mis pensamientos.

—¿Por qué? —pregunté con extrañeza—. ¿He hecho algo malo? —añadí, pensando en que a lo mejor había hecho algo inapropiado en estos días.

—No, no. No es eso —dijo mi padre—. Más bien todo lo contrario.

—¿Eh?

—Eileen, quería darte las gracias —dijo, y lo miré un poco sorprendida. Al ver mi expresión, él continuó explicándose—: Si no hubieras actuado de esa forma aquel día, no sé cómo hubiéramos reaccionado tu madre y yo. Estábamos realmente sorprendidos por el accidente y por la revelación de la condición de tu hermano —suspiró—. Tal vez si no hubieras reaccionado con tanta fuerza haciéndonos ver qué era lo realmente importante… Puede que ahora me estuviese arrepintiendo de haber hecho algo horrible.

Sin palabras, miré a mi padre. Que él me estuviera diciendo algo como eso me hizo sentir ansiosa. Una gran punzada de culpa me invadió. Me estaba agradeciendo por haber actuado de forma extraordinaria… pero si la verdadera Eileen, la Eileen de ocho años, hubiera actuado, las cosas habrían resultado diferentes.

—Yo… solo hice lo que creí que sería mejor —dije tras un largo silencio.

—Eres una niña de gran corazón, Eileen —dijo parándose frente a un gran ventanal, desde el cual podía verse el jardín trasero donde dos figuras conocidas parecían hablar de algo—. Cualquiera se habría asustado enormemente al presenciar algo como eso.

—No soy tan buena como crees, padre —dije con inmensa amargura en la voz.

En efecto, podían considerarme muchas cosas, pero precisamente lo que se llamaba buena persona, no. Si me dejaba llevar por mi personalidad original, las cosas tendrían que haber sido muy diferentes. Mi actitud anterior solo trajo dolor y odio a las personas que me rodeaban… Definitivamente alguien así no podía considerarse buena persona. Incluso ahora, gran parte de mis acciones eran para redimirme… O a lo mejor la parte más egoísta de mí solo quería librarse de ese fatídico final.

No, no era alguien bueno.

—No seas tan modesta —me acarició la cabeza—. Soy consciente de que esta vez te debo que las cosas se hayan sucedido de la manera más agradable posible —suspiró mientras miraba a su hijo por la ventana.

—¿Todo estará bien? —pregunté mirando igualmente por la ventana—. Tu trabajo puede verse afectado por esto y la sociedad…

—No es que me importe demasiado —me interrumpió mi padre—. Al rey solo le interesa que las cosas a nivel político continúen estables… y soy bastante bueno haciéndolo —sonrió con una sonrisa maliciosa—. Algo como esto no me hará caer.

—Vale… —suspiré un poco aliviada por ese dato—. ¿Y a nivel de relaciones?

—Bueno, eso es algo que tu madre y yo hemos hablado bastante… Ya has podido observar que ha habido cambios —suspiró de nuevo—. Pero al final, conociendo cómo es la mayoría, acabarán decidiendo que el poder de ministro pesa más que la condición de tu hermano e intentarán volver a ganarse mi favor. Solo que entonces eso ya no será posible —sonrió de una forma que me hizo estremecer—. En este mundo uno tiene que saber qué cartas tiene que jugar. La condición de Eirian me ha permitido ver más fácilmente quién es confiable y quién no. Así que en parte eso me hará las cosas más sencillas.

Miré a mi padre bastante impresionada. No creí que tuviera las cosas pensadas hasta ese punto. Confundida, me mordí el labio y miré de nuevo hacia la ventana. Mi padre sonaba muy seguro de sí mismo y parecía tener la situación bajo control. Entonces, ¿por qué ocurrieron las cosas de esa manera en el pasado? ¿Fue en verdad todo absolutamente mi culpa? ¿Tuve una reacción tan fuerte que provoqué esta situación? ¿Tal incomodidad hice sentir a mis padres que pensaron que sería mejor seguir la corriente social? ¿Por alguien como yo? Inconscientemente, mi cuerpo comenzó a temblar de rabia e impotencia.

—Padre… si yo hubiera odiado a Eirian las cosas hubieran sido distintas, ¿eh? —Cerré los ojos en una expresión de dolor—. Si me hubiera sentido asustada por las heridas… —sentí que un nudo se formaba en mi garganta.

—Eileen, ¿por qué…?

—Si yo hubiera querido alejarme de Eirian os hubiera puesto en un terrible compromiso —lo miré, entristecida—. Hubiera llevado las cosas a la ruina.

—¿Por qué dices algo así? —preguntó alarmado—. No digas algo como eso.

Pero era cierto. Lo sabía, lo había vivido. Y ahora sabía que no fue por la inseguridad de mis padres, sino por mi miedo irracional. Eso me hacía sentir enfadada y muy frustrada. Si mis padres no quisieron separarse de su hijo en ningún momento, ¿por qué no intentaron convencerme? ¿Por qué no hablaron conmigo? ¿Por qué…?

—… no lo hizo queriendo.

—¡No puedes estar diciéndolo en serio! ¡Él es tu hermano!

—Eileen, por favor…

Varias imágenes volvieron a mi memoria. Sorprendida, perdí un poco la fuerza de mis piernas, cayendo de rodillas antes de que mi padre me agarrase.

—¿Hija? ¿Qué ocurre? ¿Estás…?

—Fue mi culpa… —susurré.

—¿Qué? Eileen, ¿qué…?

Sintiéndome desposeída de toda fuerza, me apoyé en mi padre, no pudiendo más que dejar correr las lágrimas que se acumularon en mis ojos en cuestión de segundos.

Sí que lo intentaron. Una y otra vez; día tras día mis padres intentaron convencerme de que mi hermano seguía siendo quien yo quería aun con sus poderes. Día tras día me cerré en banda, lloré, rehuí a Eirian y temblaba al verlo. Día tras día, poco a poco fui minando el espíritu de todos.

¿Cómo había podido olvidar eso en lo más lejano de mi memoria? ¿Cómo pude estar echándoles a ellos también la culpa de esta situación? Fue todo culpa mía. Yo rompí esta familia. Solo yo.

—Lo siento… —sollocé, agarrándome a mi padre con más fuerza.

—¿Por qué te disculpas? —preguntó mi padre, preocupado y sin comprenderme.

Incapaz de contestar me aferré más a él y continué llorando, sintiéndome cada vez más y más miserable. Al final, ¿cuán largo era el dolor que había provocado en el pasado?

♦ ♦ ♦

—¿Te sientes mejor ahora?

Con una sonrisa que escondía su preocupación, mi padre me acarició la cabeza en un gesto tranquilizador. Un poco más calmada tras varios minutos llorando, me sequé con la manga las últimas lágrimas que aún mojaban mi rostro, un gesto muy impropio de una pequeña dama, pero en ese momento, me daba absolutamente igual.

Con un leve movimiento, asentí y exhalé un largo suspiro.

—Lo siento.

—No tienes que disculparte por llorar, Eileen —suspiró mi padre—. Más bien cuéntame qué es lo que te atormenta.

—Es solo que… —Me he dado cuenta que destrocé una familia maravillosa yo sola por mi egoísmo—. Tuve miedo de pensar que podría hacer algo que nos separase —dije en su lugar.

—Algo que nos separase. ¿Por qué piensas algo como eso? Nadie va a separarnos. Y sé que tú no quieres que eso pase.

Asentí con poca energía. En efecto, no quería que nada separase a esa familia, pero eso era ahora… Deprimida, continué asumiendo aquellos sentimientos de culpa que me abatían. Aunque ya era consciente de las consecuencias de mis actos, también lo era que intentaba reducir esa carga al pensar que mis padres también tenían algo de culpa por lo que ocurrió en el pasado. Esa fue una de las razones por las que decidí ser tan enérgica al proteger a Eirian. Pero después de que mi padre transparentara sus sentimientos fui consciente de la realidad.

Qué persona más horrible era… Desde pequeña incluso, suspiré para mis adentros.

Deprimida y molesta conmigo misma, miré a mi padre, que aún se veía preocupado. Suspirando para mis adentros, me maldije por haber montado una escena como esa. Claramente había preocupado a mi padre y en realidad no le había dado una explicación lógica. Me había dejado llevar por mis sentimientos, dejándolos a la luz. No podía permitirme que esas reacciones fueran algo frecuente… Sería extraño para quien me viese, que no comprendería qué ocurría en realidad dentro de mi cabeza y me vería obligada a inventar excusas lo más creíbles posibles… contando con que fuera capaz de ello.

Con la cabeza más fría, decidí esconder mis sentimientos de repulsa y arrepentimiento para cuando estuviera sola. Por ahora, tenía que seguir el camino de formar a una hija perfecta en todos los sentidos, y dentro de ello, estaba el no preocupar a mis padres por cosas que ni siquiera podía contarles.

—Padre, discúlpame —hablé con voz calmada—. Solo tuve un ataque de pánico. Estos días han sido muy complicados —intenté sonreír.

—Creo que pensaste de más estos días. O tal vez fui yo quien te asustó —suspiró; parecía un poco menos tenso—. En cualquier caso, —se acercó y me cogió en volandas—, tienes que decirnos a tu madre y a mí lo que te preocupa. Y a Eirian también. Aunque él está pasando por un momento delicado seguro que le gustará ver que su hermana menor se apoya en él.

—De acuerdo —sonreí, un poco más dispuesta.

De esa forma, comenzamos a andar por el pasillo de nuevo, yo en los brazos de mi padre, que parecía no le importaba mi peso.

—Padre —lo llamé tras un rato en silencio.

—¿Si?

—Si alguna vez hago algo mal, aunque sea muy insistente, no me dejéis que me salga con la mía. No si con eso alguien puede salir perjudicado.

—Me pregunto si eso son palabras que una niña de ocho años debería decir —dijo mi padre tras pensarlo—. A veces me pregunto si esa caída por las escaleras te cambió—. Me dio un pequeño golpecito en la cabeza con la suya—. De repente te ves muy madura.

—Me pregunto —contesté sonriendo con la mayor inocencia posible.

Suponía que no me era fácil actuar de una forma infantil desde que recuperé mis recuerdos. Y suponía que ello era evidente para quienes me rodeaban. Hacía bastante poco Eirian también había hecho un comentario parecido al de mi padre al fin y al cabo. Tendría que trabajar esa parte también un poco… aunque sinceramente no podía pensar en comportarme como una niña de mi supuesta edad; tenía muchas cosas en las que pensar para eso.

—Me gusta que seas toda una dama y que muestres tal tipo de madurez con lo de tu hermano… Pero tampoco te fuerces a crecer antes de la cuenta solo por no preocuparnos —me pidió mi padre—. Al fin y al cabo, solo se es niño una vez.

En eso sabía que tenía razón. Uno no sabía las libertades que perdía cuando crecía hasta que se veía envuelto en todas las responsabilidades. Y, como ahora, mis responsabilidades llamaban a mi puerta. Aun con cuerpo de niña, yo ya había dejado de serlo hacía mucho.

Pero mi padre no quería que creciera demasiado rápido. Sonreí un poco ante la idea, siendo transportada en los brazos que mimaban a su pequeña hija. Solo quería que me relajara un poco, ¿eh? Eso me hizo preguntarme cuál era nuestro destino.

—¿Dónde vamos? —pregunté.

—Al jardín. Hay una zona muy bonita llena de flores que los jardineros han seguido manteniendo en nuestra ausencia. Pensé que te gustaría verlos.

Desde pequeña había mostrado interés por la naturaleza, y recordaba que me gustaba admirar y pasear por los jardines de nuestra mansión de la capital. Cuando hacía buen tiempo, acostumbraba a tomar el té con amigas o con mi madre. Eso, aun después de volverme odiosa, no cambió. Esbocé una pequeña sonrisa, imaginando los motivos que lo habían llevado a decidir esa visita.

—¿Podría ayudar a cuidar algunas plantas? —pregunté con la voz de la inocencia.

—Mientras no descuides tus tareas y no te hagas daño, no veo el problema

Por el rabillo del ojo pude ver que escondía una sonrisa relajada, así que no pude más que repetir el gesto, complacida.

—¡Gracias!

Con un poco más de paz interior al ver esa expresión en mi padre, me dejé guiar en sus brazos.

Supongo que de vez en cuando no estaba mal sentirse como una niña de nuevo.

2 respuestas a «La Alegoría del Alma – Capítulo 2: Un nuevo comienzo»

  1. Todo es tan lindo pero si recuero bien dijo que habían 5 sucesos principales que ocacionaron su ruina y este fue el primero quiere decir que todavía faltan 4 más.

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