La gota de esperanza – Capítulo 15

Escrito por Grainne

Asesorado por Maru

Editado por Sharon


Durante la vuelta a la zona oeste, Larry intentaba convencer a David que Gina necesitaba de una charla seria entre padre e hija.

—Ella es consciente de lo que hace, no voy a interponerme en sus decisiones. Ya tuvo suficiente de mi presencia… —exclamó David con tristeza.

—Realmente eres un idiota, Martín. Ella te necesita a pesar de los momentos que debe afrontar —le dijo mientras intentaba localizar una estación de servicio.

Antes de que pudieran continuar, se sobresaltaron cuando escucharon la ronca y cansada voz de Gina.

—Dejen de pelear por estupideces, ¿falta mucho para llegar? —los interrumpió haciendo una mueca de molestia debido al predominante sol de la mañana contra su rostro. Larry, al verla con detenimiento, se percató de las enormes ojeras violáceas bajo sus ojos.

—Falta poco. Ahora buscamos un lugar para que podamos desayunar algo caliente. Abrígate, ¿sí? —dijo con cierta dulzura en su voz mientras le colocaba sobre sus delgados hombros su chaqueta negra con bastante tela dentro para protegerla del frío. Ella solo le agradeció mientras se acomodaba en la parte de atrás.

El silencio invadió la camioneta y nadie se miraba. Solo se escuchaba el andar de los pocos autos en la autopista de Buenos Aires, y faltaba unas cuantas rutas más para llegar a…

¿A dónde deberíamos llegar? ¿A casa? ¿Debería llamarlo hogar? Pensó Gina observando una de las ventanas de la camioneta. Había muchas cosas que se cuestionaba, muchas que les costaba entender. Se sentía una completa tonta en un mundo lleno de intelectuales que sí sabían hacer el trabajo sucio.

Yo no soy fuerte como mi padre, ni soy inteligente como Larry, ni autoritaria como Guillermo… ¿Por qué me metí en todo esto?

David se percató de esa vocecita que hacía eco en sus pensamientos, y supo instantáneamente que era su hija. Era inevitable escucharla para sus instintos, pero le avergonzaba saber esos pensamientos. Lo hacía sentir como esos padres que se imponen en la privacidad de sus niños, pero no podía evitarlo.

Por un momento, miró hacia el espejo retrovisor y chocó con la mirada de su hija. Intentó sonreírle pero ella lo esquivó con cierta verguenza. Sabía perfectamente que su padre la había escuchado.

Larry se giró para verla y le indicó que faltaba poco para llegar a una estación de servicio. Ella solo asintió sin mirarlo.

En el silencio, los tres pudieron escuchar la ruedas de la camioneta posicionarse para estacionar cerca de un pequeño lugar lleno de estantes con paquetes de comida chatarra, máquinas de café y algunas pocas mesas para descansar.

Cuando el vehículo finalmente se detuvo, y los tres se bajaron, el único sonido que permaneció eran las botas de Gina chocando contra el cemento frío del invierno. Cada pisada mostraba desgano.

—¿Vamos a comprar algo caliente? Empezó a bajar un poco la temperatura —dijo Larry cerrando la puerta de la camioneta.

—Papá… ¿quieres un café? —preguntó Gina al ver que este no bajaba.

—Vayan tranquilos, me quedaré a descansar aquí adentro —se escuchaba como este se acomodaba dentro de los asientos traseros.

Ambos jóvenes asintieron y caminaron hacia el pequeño local con calefacción. Dentro, Gina se sentó de inmediato en una de las mesas mientras esperaba que Larry pidiera café y algunas cosas para desayunar.

Cuando este se sentó, dejó dos vasos con café hirviendo y cuatro croissant para compartir entre los dos.

—Gracias, pero no tengo hambre —agarró su vaso para sorber un poco sin importarle cuán caliente estaba. Larry la miró con cierta aflicción.

—Al menos come uno —dijo extendiendole un croissant, provocando que ella suspirara—. Vosotros le dáis otro nombre, ¿no? —intentó cambiar de conversación para alegrar el estado de ánimo de su compañera.

—Pues, sí, le decimos medialunas… —respondió observando la comida con detenimiento, hasta que finalmente le dio un bocado.

—Oh, tiene sentido, ya que parece una luna y media, qué curioso el lenguaje —le sonrió.

—Larry, creo que estamos pasando por una situación complicada. Apenas me dirige la palabra y yo… estoy tan cansada de todo lo que llegué a ver —se redimió con  cierto dolor en su pecho mientras acariciaba su frente.

—Controlaste la situación hasta donde podías —le respondió con sinceridad mientras tomaba su mano con consuelo.

—Debo agradecerte todo lo que has hecho por mi —dijo ella con apenas una sonrisa sin despegar los ojos de su café. Se sentía en un abismo sin fin en el que está todo oscuro, y aunque las palabras pasan por sus oídos, no las escuchaba. Se dejaba llevar por el vacío que le daba un profundo dolor de presión en el pecho.

—Puedes confiar en mi, en lo que necesites —acarició su mano con dulzura, sin desviar su mirada.

—Enserio, muchas gracias Larry. Yo…

—No hace falta que me des nada. De hecho, quiero pedirte que al llegar, te relajes un poco, toques tu guitarra… No sé, pero no quiero que tires todo por la borda cuando apenas comenzamos —insistió. Gina observó sus ojos con sorpresa, no sabía que Larry realmente se preocupaba por su posición ahora. Entendía que era la única persona que la ayudaba pero… Le costaba entender esa lealtad, nunca antes conoció alguien así que no sea su padre.

Así que simplemente se quedó callada, dedicándole una sonrisa de agradecimiento con cierta incomodidad. Luego, soltó su mano para seguir bebiendo su café caliente.

♦ ♦ ♦

David soltó un largo suspiro de estrés mientras observaba el techo de la camioneta. No podía descansar debido a los recuerdos que se le venían a la mente, pero lo que más resonaba en él eran los pensamientos de su hija.

Aún recordaba las palabras risueñas de su niña: “Seré la que matará a todas esas bestias” “Cuando sea grande, ayudaré a todos los híbridos a ser felices” “Cuando sea como tú, podré ser fuerte y matar a esos bichos, pium pium”.

La vocecita de su hija le provocaba una presión en su consciencia, llegando a considerarse como una escoria de padre.

¿Cómo es que un padre le enseña a usar armas a su hija? ¿Cómo puede ser que le haya enseñado a asesinar? Pensó tapando su rostro con sus ásperas y enormes manos. Sabía que debía afrontar las consecuencias, además de soportar esos sentimientos que lo llevaban a pensamientos dolorosos para su corazón. El pesar de ser padre era como una enorme bolsa llena de piedras sobre su cabeza, tan pesada como para aplastar su cráneo y órganos internos.

No todos dependen de alguien… 

Aquellas palabras vinieron a su mente como bala contra su cabeza que incitó a que se levantará de un sobresalto. Ante esto, su cabeza chocó contra el techo, soltando un quejido de dolor con insulto agregado.

—¡La puta que me parió! —exclamó acariciando su cabeza adolorido. Bajó con cierta amargura de la camioneta mientras cerraba la puerta de un portazo.

Al observar con detenimiento el techo desde afuera, se percató de una pequeña hendidura que daba hacia arriba debido al fuerte golpe que se dio. Suspiró para dirigirse a la puerta del local y sentarse al lado de su hija, mientras agarraba el vaso que contenía poco café para beberlo.

—Te pregunté si querías café… —dijo ella, hasta que miró detenidamente el rostro cansado de su padre—. ¿Pasó algo?

—No, ¿por qué?

—Te ves muy fatigado

David solo se encogió de hombros y volvió a agarrar el vaso. Su mano no paraba de temblar.

—¿Estás bien?

—¿Por qué no lo estaría?

—No me respondas con otra pregunta, solo dime qué sucede —dijo sin recibir respuesta. Ante su terco silencio, ella dio un golpe contra la mesa para luego levantarse enfadada, dirigiéndose a la puerta con la excusa de “respirar aire fresco”.

—No soy estúpido. Te irás, y me dejarás. ¿No es así? —exclamó antes de que pudiera abrir la puerta de un grueso vidrio.

Te independizarás pronto, y hasta ya muestras responsabilidad… Temo no volver a verte, no quiero que cometas el mismo error que yo he hecho, pensó recordando a su madre adoptiva, la cual no sabía dónde se encontraba.

Desde el día que se fue de casa, solo supo que se fue a Italia, y ahora no sabía con certeza si seguía allí o en otro lugar. Esperaba que eso no sucediera con su hija, a la niña que había criado y aprendió a amar. Pensar en ello le producía un gran peso en su espalda y dolor en la garganta.

—No parece importarte mucho…

—Espero que no lo hagas.

Gina quedó en silencio por unos minutos hasta que se dio la vuelta con el ceño fruncido. Se acercó a su padre y le dijo:

—¿Cuánto me conoces realmente para deducir eso?

—Soy tu padre.

—Solo me salvaste para adentrarme de nuevo al maldito infierno .

—¿Así que para ti fue un infierno? —exclamó adolorido por sus duras palabras mientras se dirigía a ella con una mirada de seriedad absoluta. Larry intentó interponerse colocando una mano en el hombro de Gina para indicarle que se detuviera.

Pero era tarde, ella lo empujó a un lado mientras sus ojos cambiaban de un color completamente negro, hasta dejar expuesta su verdadera forma híbrida. Esto originó el pánico y terror en los trabajadores del local, quienes huyeron del susto. Aún así, Larry fue el único humano que no dejó a Gina sola junto a su padre. Se levantó del suelo y volvió hacia ella.

—Cielos, por favor, no peleen. Llamarán a la policía y nos meterán en problemas —exclamó el español esperando que no armaran un escándalo peor.

—Ve afuera, Larry, no es de tu incumbencia —respondió David con enojo.

—Oh, vamos, seamos realistas por una maldita vez. ¿No ven que la gente se aterra de nuestra asquerosa apariencia? —sus escamas no paraban de erizarse del enojo mientras que su cola se movía con amenaza, tirando algunas sillas.

—Gina, bas…

Larry no pudo terminar sus palabras debido a que fue empujado afuera del local por la cola de la pelirroja. Traspasó el vidrio con fuerza pero, afortunadamente, no sufrió heridas de gravedad. Haciendo una mueca de dolor por el golpe, intentó levantarse lentamente del suelo. Uno de los trabajadores que huía lo vio y le ayudó a ponerse de pie.

—¡Gina, por dios, deja de actuar de esa manera!

—¡Pero si esto es lo que somos, monstruos para simples humanos!

—Larry te mira de otra manera. No todos son iguales, cariño —explicó David soltando un suspiro. Nunca llegó a ver a su hija tan enfadada—. Siempre quise tu felicidad sobre todo. Intenté advertirte sobre las consecuencias de estos trabajos, pero no me hiciste caso —movía sus brazos en un intento de mantener una conversación seria con ella.

—Me lo advertiste sin decirme cómo me sentiría… —las lágrimas no paraban de caer en su piel escamosa.

—Lo hice, pero no escuchaste —intentó acercarse a ella.

—Eres un mentiroso, seguro me dijiste eso para no alejarme de ti. Le tienes miedo a la soledad, ¿no es así, Martín? —retrocedió mientras sus lágrimas no paraban de salir.

David se sintió incómodo ante aquella afirmación y supo que ella tenía razón.

—Lo supuse —dijo al ver su expresión de incomodidad—. Te aferraste a mí y me sobreprotegiste. ¿Para qué?

Escuchando las filosas y dolorosas palabras de Gina, Larry gritó desde afuera que se detuvieran. Intentó abrir la puerta, pero al parecer, Gina lo había cerrado en cuando los humanos se fueron asustados. Estos llamaron instantáneamente a la policía, aunque el joven intentaba explicarles la situación sin poco éxito.

—Entiendo tu enojo. ¿Quieres golpearme? Hazlo —dijo David con resignación y acercándose poco a poco hacia ella.

—Los adoptivos cuidaban bien de mí…

—Pero fueron devorados por un demonio, y yo te salvé —dijo con un rostro lleno de seriedad, dejándose llevar por su transformación híbrida.

Gina pudo observar con detenimiento la verdadera forma de su padre. A pesar de que estaba acostumbrada, siempre lo observaba con sorpresa. Estaba rodeado de escamas color petróleo que rodeaban todo su cuerpo hasta los costados de su rostro. En su cabeza sobresalian unos cuernos rotos que no lograban regenerarse, mientras que su cola terminaba con una curiosa mecha de cabello oscuro con canas. Además de sus orejas puntiagudas del mismo color que sus escamas. Y su cabello se camuflaba entre las escamas aunque se identificaba bien debido a su canas.

Gina lo miró con fervor mientras Larry observaba, sintiéndose un completo inútil.  Padre e hija empezaron un lucha a mano entre verdades afiladas que profundizaban las heridas de su corazón.

Entre cada golpe que ella daba, su padre la evitaba o se protegía sin defenderse. Hasta que rasgó cada parte de sus escamas sin lograr ninguna herida. David pudo sentir el sobreesfuerzo que ella ponía en sus ataques.

Por descuido, casi es perforado por una de sus garras, pero logró agarrarlas con fuerza hasta partirlas. Gina se separó del susto al ver de lo que su padre era capaz.

Se quedó parada unos segundos pensando hasta que sintió el agarre de sus tobillos, cayendo al suelo por la fuerza de su padre. Este la dio vuelta, sentándose sobre su espalda, sin que ella pudiera hacer mucho.

—Eres fuerte, te falta un poco más de entrenamiento, ¿eh…? —dijo con agotamiento mientras intentaba recuperar la respiración.

—Eres un idiota —dijo en un suspiro sin su furia. David se levantó y la ayudó a levantarse y la acercó a él, dándole un abrazo.

—Tu no quieres hacerme daño, hija. Sé que las cosas van difíciles para ti. Pero no tomes decisiones estúpidas, solo por un niño que ya estaba perdido… Tú vales más que eso, Gina. Ese niño seguro espera que sigas para salvar a otros… para que podamos salvar a otros, con Guillermo, con Larry. Eres una pieza importante para terminar con este infierno, lo sé —la abrazó acurrucándose contra su hombro escamoso.

—¿Por qué yo? —El silencio que invadió el lugar provocó que se miraran frente a frente mientras ella esperaba una respuesta clara.

—Porque… eres de alto nivel, no hay otros que puedan hacerlo. No hay tantos híbridos como nosotros, Gina —le respondió intentando ser razonable, pero sinceramente no quería alejarse de su hija.

—Entonces, ¿qué tengo yo para hacerlo? ¿Acaso soy la estúpida elegida de Dios o el Diablo o algo así? —negó con la cabeza, pensando las palabras adecuadas—. Yo… yo debería estar en una vida normal, estudiando algo o teniendo novio… pero hacer esto… hacer esto solo me da tristeza. Porque nunca podré hacer algo que un humano normal puede, papá—. Se separó de él mientras se dirigía hacia la camioneta—. Vámonos de una maldita vez, la policía va a venir —dijo al escuchar las sirenas.

Larry , al ver a los trabajadores más tranquilos con la situación, huyo de ellos para adentrándose a la camioneta mientras David se encargaba del volante, pisando el acelerador.

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