Evento de San Valentín 2020 – La luna más brillante

Escrito por Beemiracle

Asesorado por Maru

Editado por Michi


—No es mi primera vez enamorada.

Con un tono de voz dulce y mirada orgullosa, una niña de 10 años le platicaba a su acompañante de sus aventuras amorosas sentados en una banca blanca escondida detrás del enorme castillo de plástico en una primaria local. Blusa amarilla con lineas blancas y falda azul marino, brillaba en contraste la pegatina de nombre llena de brillantina rosa que decía: “Aina Luna”

—¿En serio? ¿Cómo se siente? Los grandes dicen que nosotros no sabemos nada de amor.

El niño a un lado de Aina la miraba con grandes ojos abiertos, llenos de expectación, como esperando una respuesta concreta. Aina, percatandose de su mirada, se sonrojó un poco y levantó la vista antes de responder.

Era tarde, el cielo naranja y rosa marcaba la hora de que recogieran a los niños, pero Aina se ocultaba todos los días detrás del castillo, hasta que gritaban su nombre con fastidio para seguir hablando con su nuevo mejor amigo.

—¿Cómo lo explico? Pues, es diferente dependiendo de la persona. Cuando me enamoré de Liam, sentía mi cara enrojecer, ¡tanto que pensé que tenía fiebre!

Este nuevo amigo era muy raro, siempre estaba enfermo y con vendas, ojos llenos de ojeras y particularmente negros y profundos, acompañado con su semblante depresivo y cabello enmarañado, ningún otro niño se le acercaba. Aina tampoco lo hacía, hasta que una vez vio que otra niña lo empujaba al suelo y se burlaba de su calcomanía de nombre y su forma de ser, pero él no hacía nada para defenderse. Enojada y con su espíritu de justicia encendido, Aina corrió a defenderlo, para encontrarse con el niño raro protegiendo un gatito, sus ojos expresando fuerza y determinación.

¡Oh! El amor. 

 —Wow, no sabía que Liam te hacía sentir así…

Con un susurro, el niño bajó su mirada a sus zapatos. Aina, perdida en sus recuerdos, no se percató del ánimo de su compañero.

—¿Huh? Ah, sí, pero cuando vi que le había pegado un chicle en el cabello  a Caro supe que no era para mí. Hacerle bromas pesadas a los demás es un no, no.

Haciendo un gesto despectivo con las manos, se veía claramente que había aprendido de las muchas novelas que veía su madre a la hora de la comida.

—Oohh, um, ¿y después?

Con semblante aliviado y algo tímido, el pelinegro volvió a preguntar.

—Luego fue María…

—¿María? ¿La niña de trenzas?

En este momento, el niño había perdido todo el color de su rostro.

—Sí, ¡no interrumpas! Te decía, muy linda María, hacía mi corazón saltar siempre que me sonreía, pero se robaba los colores de Luz, así que recordé que mi mamá una vez dijo “que los valores son más importantes que la apariencia”. Así que le dije adiós.

Respirando con calma nuevamente, el niño admiraba la interpretación dramática de la despedida de Aina y María, dejando salir una risita, que le ganó una mirada feroz de parte de Aina.

—¡No te rías! Aunque, la verdad, no fue tan triste como mi siguiente amor…

—¿Otro?

Al ver la expresión triste y seria de Aina, el niño se puso en guardia una vez más, y con un suspiro, Aina comenzó su tercer recuerdo de amor.

—Estábamos en tiempo de descanso, cuando uno de los niños grandes empujó a César al suelo, que comenzó a llorar, estaba a punto de llamar a un maestro cuando Enzo, del salón de a un lado, llega con César, lo levanta y lo defiende. ¡Qué valentía! ¡Qué fuerza!

A un lado de Aina con ojos de amor, su callado amigo se veía disimuladamente los brazos con decepción…

—Y entonces, al día siguiente me declaré…

—¡¿Te declaraste?!

—Shhh, no interrumpas. Sí, me declaré, pero entonces me comenzó a preguntar qué me gustaba de él, y mi respuesta al parecer no le gustó, y me dijo que yo no sabía de amor, ¿lo puedes creer? ¡Yo! Que había sufrido de dos corazones rotos había sido rechazada por no conocer el amor, así que le pedí que me enseñara, si descubría que estaba mintiendo se tenía que disculpar conmigo. Y entonces…

Aquel niño, con un aura oscura a su alrededor y hongos creciendo en su cabeza con un suspiro respondió  automáticamente a la mirada expectante de Aina.

—… ¿y entonces qué pasó?…

—¡Me empezó a decir un montón de cosas sobre César! Que le gustaba el amarillo, que cuando mentía solía ocultar sus pulgares, que cuando sonríe tiene hoyuelos, que quisiera que el día fuera solo de receso para él estar con César. ¿Ridículo verdad? Y entonces él me dijo que cuando yo sintiera algo así con alguien, entonces podía decir que estaba enamorada. Y entonces lo entendí…

De vuelta a la vida, el niño volvía a sonreír a su platicadora amiga.

—¿Qué entendiste?

La pregunta llegó naturalmente, pero nunca se esperó obtener una respuesta tan sorpresiva.

—¡Que ya me he sentido así! Fue tan repentino, como un Eureka, ¿sabes? Hasta le pregunté a mi mamá al respecto.

Sudando frío con ojos bien abiertos, el pelinegro no sabía qué esperar. De todas las demás historias ya sabía de antemano (aunque escucharlas de Aina no lo hacían sentir mejor) sabía qué esperar, y tomar nota de todo lo que no le gustara de las otras personas para tratar de gustarle a la linda niña de ojos cafés un poquito más. Solo un poquito más, no pedía mucho, pues sabía que Aina brillaba como la luna, y que lo más que podía anhelar era ser la estrella más brillante a su lado en aquel oscuro e incierto futuro rodeado de otras miles estrellas.

—Lo entendí, ya tenía el amor en mis manos, así que hice mi plan de acción, ¡hasta me ayudó Enzo! Claro, si yo también le ayudaba con César…

La mirada que tenía Aina en los ojos era de amor, él estaba seguro, porque desde hacía un tiempo, el pelinegro veía a Aina de la misma manera todos los días cuando se sentaban juntos en esa banca escondida, apartados de los demás en su mundo de color rosa y naranja.

Había perdido. Y lo peor de todo, era que no sabía quién le había ganado. Su mamá tenía razón, el amor solo lo tenían los más valientes, más fuertes, más listos, más guapos, más ricos…

Derivando depresivamente en su cabeza, al niño pelinegro le volvían a salir pequeños hongos por toda su cabellera enmarañada.

—Y decidí que me iba a declarar, ahora sé cómo se siente el amor.

La niña se levantó de la banca, dio unos pasos al frente, haciendo que el atardecer coloreara su figura de colores cálidos y románticos.

—Es como si, de repente, el tiempo pasara tan rápido que no sabes lo que haces, mientras sientes burbujas dentro de ti que amenazan con llevarte volando lejos lejos…

Aina se volteó con una rapidez que no deja reaccionar a su amigo silencioso, que en ese momento intentaba ocultar las enormes lágrimas que surcaban sus suaves mejillas. Sorprendida, por un momento la niña se quedó sin palabras, pero ahora le tocaba a Aina ser valiente, tres corazones rotos no serían en vano.

—Lejos hasta él…

La linda niña se inclinó hasta pegar sus frentes juntas, evitando que el pelinegro desviara la vista. Frente a frente, dos miradas se cruzaron, sus sentimientos escritos sin nada entre ellos, creando un silencio casi mágico.

Tu no sabes nada de amor.” 

Tal vez no, tal vez tengan razón los adultos, que con pintura se maquillan y detrás de lentes de colores miran el mundo, pero mi mundo no tiene un instructivo como el de ellos. Mi amor no viene con instructivo, y crece conmigo y le gusta lo que a mí.

—Lejos hasta mi querido Nolan, así que, si yo cayera del cielo envuelta en burbujas, ¿me atraparías?

Aina, que al principio se veía fuerte, orgullosa y segura seguía estando ahí, pero ahora sobre sus mejillas se colocaba un color rosado encantador, que demostraba lo valiente y vulnerable que se sentía en esa situación.

Ella estaba ahí, y con ojos que reflejaban los suyos, a Nolan se le colorearon las orejas con el mismo color que la calcomanía de nombre que tenía pegado en su uniforme. La había llenado de brillantina, un color chillón rosado, el mismo que Aina, pues desde el momento en que vió a Aina supo que tenía que llamar su atención de una manera u otra.

Nolan, que estaba a punto de contestar a la tierna pregunta fue súbitamente interrumpido por una Aina nerviosa.

—¡Oh! Aunque no me atrapes igual me voy a esforzar en alcanzarte, o tú puedes saltar y yo te cacho, si quieres…

—Aina.

Con una risa ligera, Nolan alzó su mano para tocar la mejilla de la sonrojada Aina.

—¿Sí?

—A mi también me gustas.

Aina sonrió, y se acercó para darle un beso en la mejilla a Nolan cuando este se hizo para atrás repentinamente rojo como tomate, casi balbuceando.

—E-Espera, mi corazón n-no está preparado.

Y ahora fue el turno de Aina para reírse, pero como todo buen día, este tenía que acabar. A lo lejos, Aina podía escuchar como la llamaban sus profesores, gritando su nombre por la escuela porque había vuelto a esconderse y ya tenía que irse.

—No hay prisa Nolan, tenemos mañana, y el día después de ese, ¡y muchos más!

Agarrando sus cosas de debajo de la blanca banca, Aina agarró con fuerza la mano de Nolan una última vez antes de correr a los pasillos de la escuela.

Una mujer sonriente recibió a Aina en la entrada de la escuela, tomó su mano y caminaron a su hogar. Sonreían, reían y platicaban hasta llegar a su casa, donde su padre y su hermano las esperaban con la comida en la mesa y música de fondo.

Hoy fue un día especial, y aunque no sabía si era amor, ella quería que durara para siempre este sentimiento de felicidad, y tal vez, a la siguiente persona que viera cuando abriera la puerta de su casa fuera aquel chico de cabello enmarañado, ojos valientes y tierno corazón.

Este mundo de burbujas, deseo que dure para siempre…

♦ ♦ ♦

Nolan se quedó mirando en dirección donde desapareció Aina, aún cuando su figura ya no se podía apreciar. Todavía no lo podía creer, ¿estaba soñando?

Había llegado su momento también, y una mujer en vestido entallado y expresión indiferente lo esperaba en las puertas rojas de su escuela, listo para llevarlo a “casa”. Donde fuera que toque ese día.

Su madre lo agarró con fuerza, pero no pudo decir nada. Dolía.

El camino silencioso era acogedor, no había palabras hirientes ni tristeza, hasta parecía que ni el sol lo podía enceguecer, pero tal vez fuera por la felicidad que sentía por dentro.

Llegaron a una enorme casa blanca y entonces supo que hoy se quedarían con el señor del sombrero y que esa noche dormiría en el sótano, suerte que las noches eran frescas en otoño.

Golpe tras golpe, las horas bajo la oscuridad pasaron con lentitud, y cuando logró abrir los ojos una vez más para encontrarse solo en el sótano, Nolan lanzó un suspiro.

Duele. 

Nolan sonrió tontamente, el rubor se extendió de sus mejillas hasta sus orejas. Duele, no es un sueño.

Sabía que su mamá estaba equivocada, pero lo que no sabía era lo feliz que se sentiría ser amado. El amar a alguien más. Se sentía como si no importara el dolor del ahora, porque había un mañana, un mañana donde alguien lo estaba esperando.

Riendo solo en el suelo, Nolan escuchó un pequeño sonido proveniente de una pequeña ventana que daba al exterior. La ventana estaba tan alta que tardó en encontrar algo en que subirse, pero no era la primera vez que esto pasaba. Llegando a asomar su cabeza por la ventana, y la luz de la luna iluminando su rostro, Nolan encontró a su acompañante nocturno, un pequeño gatito arrastrando una bolsa con su boca.

Así es, dijera lo que dijera su mamá, una familia de verdad se quería y se mantenía unida. Nolan sonrió y aceptó la bolsa con agradecimiento, un pedazo de sándwich y una manzana. Todo parecía ir de maravilla.

Antes de volver a la oscuridad acostumbrada, Nolan sonrió una última vez al cielo nocturno.

En aquel infinito y oscuro espacio lleno de brillo estelar y polvo, una luna y una estrella eligieron brillar juntos. Tal vez era amor, tal vez no lo fuera, pero si de algo estaba seguro era que desea que durara para siempre.

Deseo que brillemos juntos para siempre…

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