Escrito por Grainne
Asesorado por Maru
Editado por Sharon
A las seis en punto de la mañana, el enorme camión se estacionó frente a la casona de la Asociación. El conductor hizo un sonido brusco al colocar las enormes cajas en la parte trasera del camión y, segundos más tarde, resonó la voz de Bianca dándole órdenes para que arrancase con la mercancía a bordo. Esto provocó que Gina se levantase con poco humor cuando la luz del sol que venía por la ventana la encandiló. Acarició su rostro con cansancio mientras evitaba la luz.
Los constantes sueños la habían dejado exhausta. Había intentado evitarlos con ejercicios de sueños, sin éxito, así que cuando bajó las escaleras en espiral se seguía sintiendo somnolienta. Se dirigió a la enorme cocina moderna con decoraciones plateadas y detalles en negro, donde tardó unos momentos en percatarse de la presencia de Bianca, quien preparaba la cafetera colocando granos de café y agua caliente sobre la tapa abierta de la máquina. La peliblanca estaba con una vestimenta simple de pantalones negros y camiseta manga larga remangada. Las manchas de grasa en su ropa y las botas de trabajo mostraban que estuvo haciendo trabajo pesado.
—Buenos días. ¿Despierta tan temprano? —preguntó al verla cansada y en pijama con una camiseta grande gris y pantalones cortos.
—No dormí muy bien, y el camión hizo bastante ruido… —se apoyó sobre el borde de la puerta abierta mientras observaba a su amiga.
—Perdón, hoy tenía que entregar el último prototipo para francotiradores.
—Disfrutas mucho hacer eso, ¿no?
—Obvio, me hace recordar a mi padre. Se la pasaba en el taller todos los días, armando nuevas pistolas… —expresó con melancolía.
—Entiendo… —comentó mientras se sentaba frente a la mesa, pensativa pero con un rostro somnoliento que se dejaba ver mediante sus largas ojeras violáceas.
La joven albina entendió que el cansancio de su amiga se debía a la carga emocional por la matanza y la investigación de demonios, por lo que le preparó tostadas y un café. Luego se sentó con ella en la mesa redonda de la cocina.
—¿Qué es lo que te gustaría hacer? —le preguntó mientras le daba el café con tostadas junto a un frasco de mermelada de durazno.
—Bueno, depende de a qué te refieras.
—Me refiero a pasatiempos. Escribir, cantar, bailar, tocar un instrumento…
—Oh, me gustaba tocar la guitarra. Pero no lo hago desde hace un tiempo. Aprendí sola cuando tenía tiempo —le contó mientras bostezaba.
La albina la miró comprensiva.
—¿Te gustaría que compremos una guitarra?
La pelirroja negó con agradecimiento, ya que no quería aumentar los gastos. Tampoco quería distraerse de su trabajo hacia la Asociación.
—Para mí es necesario que tengas un momento para ti. Además, tenemos otro trabajo que Guillermo quiere que hagamos. Lo anunció ayer durante la cena —comentó Larry entrando de repente, provocando que las dos lo miraron sorprendidas.
Gina lo ignoró y se dirigió a Bianca.
—¿Qué quiere ahora el jefe?
—Está pensando en buscar más híbridos para la investigación. Pero no creo que sea un buen plan, ya sabes, muchos mueren a corta edad. David y tú son los únicos que encontramos.
—No cuesta nada intentarlo. ¿Debemos ir en avión? —preguntó la pelirroja en medio de un gran bostezo.
—Oh, no, no. Repare la camioneta de David para que puedan viajar en él. Por ahora, la búsqueda será dentro del país.
La pelirroja le agradeció por la camioneta, ya que estaba bastante vieja y apenas la usaban. Mientras tanto, el español se preparaba su café y se sentaba al lado de Gina.
—Deberías tomarte tu tiempo antes de ir a ese trabajo. No te vi muy bien ayer y menos ahora… —dijo Larry, preocupado por el estado mental de su compañera.
—Tengo todo bajo control, sé que puedo hacerlo —le contestó con molestia.
—No lo tienes. Como híbrido que eres, tus emociones suelen ser inestables. Debes y tienes que descansar —le dijo con seriedad y total sinceridad mientras la miraba a los ojos.
Gina apretó sus puños con enojo, al punto en que sus ojos se volvieron negros por completo. Sin embargo, sintió la presencia de alguien acercarse, una persona que la lograba calmar. Era su padre, quien se acercó saludando a los demás. Luego, acarició la cabeza de su hija con dulzura.
—¿Y por qué esos ojos negros? ¿Pasó algo? —preguntó David mientras observaba a los jóvenes confundido.
—Dile a tu hija que se tome unos días de descanso —respondió Larry. Gina iba reprochar pero su padre la interrumpió.
—Larry tiene razón —afirmó su padre con tal rigor en su rostro que su hija no tenía otra opción más que obedecer. Sus ojos volvieron a la normalidad, maravillando al español ante el control que demostró sobre su transformación.
—Sólo quiero terminar con esto lo más rápido posible… —exclamó, observando su café que ya estaba frío. Se puso de pie para volver a calentarlo en el microondas que estaba sobre un pequeño estante entre la mesada y el refrigerador plateado.
David preparó el mate y el termo, donde se colocaba el agua caliente para servir. Una vez terminados los preparativos, se sentó frente la mesa para desayunar con los demás.
—Y, ¿te sigue gustando tocar guitarra? —preguntó el español para cambiar el ambiente incómodo.
La pelirroja sólo asintió con la cabeza mientras sacaba su café ya caliente y le daba un sorbo, sin preocuparse por el humo que subía de la taza, lo que demostraba lo caliente que estaba la bebida.
—¡Te vas a quemar! —gritó Larry, saltando de su asiento para agarrar la taza lo más rápido posible.
Padre e hija miraron al joven con la ceja alzada, ella con diversión y él para nada impresionado con su intento de heroísmo, sin saber si debería intervenir para alejarlo de su pequeña. Cuando los segundos se alargaron y nadie hizo nada, ambos entendieron que no se trataba de la típica torpeza del español, incluso Bianca parecía algo preocupada, así que les explicaron que no había nada de qué preocuparse, ya que la joven poseía resistencia al calor.
Larry se disculpó con vergüenza. Sintiendo calor en sus mejillas ruborizadas, terminó de desayunar rápidamente y comprobó la hora en su reloj de muñeca. Después, salió de la casa despidiéndose de los demás con tanta velocidad que ellos sólo pudieron verlo confundidos por la partida repentina.
—No entiendo a ese chico, es muy extraño —comentó la pelirroja mirando a Bianca y David.
—Tal vez sea la diferencia cultural, no olvidemos que es español —reflexionó Bianca.
—Pero conocía a mi papá de antes, ¿no? Así que no es indiferente a la cultura argentina. Seguro nos oculta algo…
David se atragantó al intentar beber de la pajilla del mate.
—No importa mi pasado —dijo una vez logró respirar con normalidad—. Solo lo ves raro porque no has tenido muchas oportunidades de conocer a otras personas, o tener amigos…
—Nunca dije que él fuera mi amigo
—Bueno, inténtalo. No cuesta nada —comentó con sinceridad.
—Lo intento, papá. Pero es difícil para mí, y más cuando debemos estar concentrados en nuestro trabajo —contestó en un suspiro.
—El viaje en busca de híbridos será en una semana. Pero Guillermo volverá a hablar del tema en el almuerzo, así que no estés ansiosa. Tienes que relajarte, ¿me escuchaste? —regañó a su hija mientras ella asentía con la cabeza, para luego recibir un golpe en la espalda de apoyo.
La albina hizo una mueca de dolor al escuchar el choque de la mano de David contra la espalda de Gina. Sin embargo, no parecía haberla herido. Padre e hija bastantes resistentes, aunque algo brutos a la hora de darse cariño.
Gina rio y lo agarró por el cuello, despeinando el cabello canoso de su padre.
—¡Ja! ¡Debiste actuar con rapidez, anciano! —dijo en tono burlón. Ambos rieron mientras David se liberaba de su agarre.
Luego del desayuno, la pelirroja se acercó al comedor, donde encendió el gran televisor en frente de la mesa para elegir el canal de noticias que informaba la cantidad de muertos por demonios. Con las noticias mundiales, Gina era capaz de comparar los ataques realizados en países latinoamericanos y países europeos, siendo bastante obvio que los segundos poseían una mayor red de protección y sistemas de defensa. Por supuesto, para latinoamérica, no era ninguna sorpresa saberlo, la gente estaba acostumbrada a esconderse o tener armas para protegerse.
Su padre, que acababa de pasar por la puerta y se acercó a ver qué observaba su hija, hizo una mueca. Estaba cansado de escuchar el mismo verso de las noticias locales, así que en un momento de descuido de la joven, agarró el control remoto de sus manos y cambió el canal. Gina iba a quejarse, pero en ese momento David pasó por un programa interesante sobre casos policiales, y le pidió que lo dejara allí.
Ambos se quedaron mirando por un largo tiempo, hasta que este se levantó para preparar el almuerzo al escuchar los pasos de Bianca. Media hora más tarde, su padre la llamó para que se acercase a comer, y así pudiera escuchar los planes de Guillermo.
La mayor parte de la discusión fue una repetición de la realizada el día anterior, pero entonces su jefe agregó cierta información específica.
—He localizado varios híbridos en distintas provincias de Argentina. Irán acompañados de Larry. Él podría saber o encontrar información valiosa para el equipo. Viajarán con su camioneta negra, ya mejorada y arreglada por Bianca. El problema son los fondos. Tendrán que llevar el dinero justo, porque gasté bastante para el viaje a España, y hasta que no recolecte las ganancias de la venta de armas, no hay dinero. Se irán la próxima semana, así que descansen por ahora. En especial, tú, Gina.
La pelirroja asintió hacia su jefe, y le preguntó cuál sería el primer destino. Por lo que por la siguiente hora y media se dedicaron a discutir lugares, horarios y medios de transporte. Guillermo le explicó que el primer híbrido se encontraba en Entre Ríos, trabajando en una empresa de renombre. Cuando Gina le preguntó cómo le había encontrado, su jefe se quedó en silencio unos minutos, y sólo comentó que tenía contactos especiales, sin ahondar en el tema. Como su padre no comentó nada, ella decidió dejar pasar el tema y comenzó a pensar en la misión que tenían por delante. La verdad era que la joven solo aceptó con la esperanza de encontrar más híbridos sobrevivientes, sentía que podría encajar en otro lugar.
Sentía que le estaban dando una oportunidad para conocer más personas como ella. ¿Serían amigables? ¿No los recibirían? Por un lado realmente esperaba que pudieran unirse a la causa, pero la verdad era que nunca se encontró con una opción como esta.
¿Otros híbridos pensarían como ella, o creerían que no valía la pena? ¿Lucharían por su propia libertad o preferirían pasar su existencia ocultos y con miedo?
No sólo eso, sino que también debía considerar sus circunstancias. Ellos podrían ser hostiles, o estar en una situación por la cual ella no podría salvarles.
Su cabeza estaba llena de preguntas que no tenían respuestas inmediatas, así que permaneció dándoles vuelta sin despegar su mirada de la pared. Bianca la observó por un tiempo, entendiendo que la joven híbrida tenía mucho que pensar y debatir.
Estaba tan perdida en sus pensamientos, que la conversación pasó a convertirse en un ruido de fondo. Sin embargo, despertó de su ensoñación cuando se dio cuenta que faltaba alguien. Recordándolo bien, el español no apareció desde que se fue esa mañana.
—¿Saben dónde puede estar Larry? Se fue esta mañana sin decirnos a dónde… —preguntó con curiosidad.
—Tranquila, me avisó por teléfono que se dirigía a Capital. No sé en qué estará pensando pero tal vez quiere conocer mejor el lugar —le contestó Guillermo, sin dejar de comer.
—¿Cómo dijo? ¿Sabe dónde está exactamente? —volvió a preguntar mientras se levantaba de su sitio.
—Si tanta curiosidad tienen, vean aquí —dijo sin estar muy preocupado por el tema al mismo tiempo que agarraba su teléfono y pasaba la dirección que se veía en la pantalla a un papel que Bianca le entregó—. No sé por qué están tan interesadas, Larry es un chico grande que sabe cuidarse, pero aquí tienen.
—Oh, está en las tiendas… —dijo Bianca al ver la dirección.
—Espera un momento, ¿nos tienes a todos con chips rastreadores? —interrumpió David mientras se acercaba al lado de su hija y cruzaba los brazos con molestia en su rostro.
—Obviamente. Si alguno está en problemas, podré saberlo de inmediato cuando mis chips me manden un mensaje a mi teléfono, indicando que algo está sucediendo… —Su teléfono empezó a vibrar, y Guillermo miró la pantalla con una expresión indescifrable—. Como ahora…
Gina miró a su padre alarmada, y estaba a punto de pedirle que conduzca hacia aquella dirección de inmediato. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, Bianca agarró su mano y la detuvo.
—Vamos, yo conduzco. Además, sé dónde está.
Sin más palabras, ambas se levantaron y corrieron hacia la camioneta. Bianca intentó entrar al asiento del conductor, sin embargo, se sorprendió cuando alguien se le adelantó. Al girarse, se encontró frente a David.
—¿Qué? Quiero saber en qué lío se ha metido ese chico —dijo escondiendo su preocupación.
—Okey… —respondió ella. Estaba por dirigirse al asiento del copiloto, cuando vio a Gina sentada. Se quedó unos minutos de pie sin saber que hacer, para luego suspirar y abrir la puerta de atrás—. Me sentaré atrás entonces… Sola… —murmuró por lo bajo, sin que nadie llegara a oírla.
Una vez en el vehículo, Bianca se dedicó a darle direcciones. Tomaron la autopista hasta el centro de la ciudad llena de edificios, hasta que finalmente, se detuvieron frente una cafetería con decoración clásica de madera. El cartel en la parte superior indicaba el nombre del local, lugar donde encontraron al español salir mientras tarareaba una canción por lo bajo y con una enorme funda de guitarra en su espalda.
—¿Y se suponía que estaba en peligro…? —murmuró David por lo bajo sin que nadie le escuchara.
Realmente me recuerda a su padre, completamente despreocupado.
—¡Larry! —le llamó desde el auto—. ¿Y el demonio que supuestamente te atacaba? —le preguntó cuando se acercó lo suficiente.
Larry lo miró completamente confundido.
—¡Hey! ¿Por qué la compraste? —interrumpió la pelirroja, abriendo la puerta con tanta fuerza que casi deja a Larry tendido en el piso, si no fuera porque logró esquivarla a tiempo. Él se sonrojó de inmediato al verla e intentó explicarle que era para ella, pero al verla enfurecida sin saber por qué terminó acobardándose.
Abrió la funda para que el color rojo intenso, y el rostro de Gina perdió el enojo de inmediato.
—E-Es muy linda. Pero… ¿te fuiste así de la nada por esto?
—Escucha, sé que no nos conocemos mucho aún, pero últimamente vi que lidias con mucha carga emocional, y en verdad quiero que disfrutes de tus pasatiempos. Por eso, compré esto… Pretendía que te sintieras mejor, además que es mi forma de disculparme por mi tonta actitud de hace unos días… Sé que puedo parecerte un rarito o algo así, pero no quiero que tengamos malos tratos, quiero que seamos amigos, además…
Ah, maldición, no puedo dejar de hablar. Ni siquiera sé qué le estoy diciendo en este punto. ¡Qué alguien me detenga…! ¡David! ¡¿Por qué me miras sin intervenir?! ¡Detenme! ¡Ah, ¿por qué suspiras resignado?!
La mente de Larry daba vueltas, incapaz de calmarse. Estaba seguro que cualquier amistad que podría tener con Gina había sido destruida por sus impulsos, pero entonces ella le sonrió, y él se quedó sin palabras.
La joven híbrida no solía sonreír, y mucho menos a él, así que quedó completamente encandilado. Su mente entró en cortocircuito cuando ella le abrazó, haciendo que casi se perdiera sus siguientes palabras.
—Muchas gracias. Es muy dulce de tu parte —expresó Gina entre lágrimas de emoción. Nunca antes le habían regalado algo tan costoso y bonito.
El joven español se sentía mejor al ver que su compañera aceptó el obsequio. A pesar de que la conocía desde hace poco tiempo, estaba seguro que una chica joven como ella no debía pasar por tantas desgracias.
Al lado de la camioneta, David miraba la escena con una expresión complicada. Por un lado quería apartar a su hija de cualquiera que intentara acercarse a ella con otras intenciones, pero por lo que veía del joven, ni él mismo tenía en claro qué es lo que pretendía. Además, él sabía muy bien que Gina necesitaba más amigos, sin mencionar que le patearía si arruinaba las cosas sólo por sus sentimientos de padre sobreprotector.
Al final, decidió quedarse junto a la secretaría de Guillermo, que miraba la escena enternecida.
Entonces, se subieron a la camioneta para volver a la casona.
♦ ♦ ♦
Cuando finalmente llegaron, Gina iba a dirigirse a su habitación a probar el instrumento, pero en un momento de impulsividad, invitó al español para que la escuchase tocar.
El joven aceptó sin dudarlo, y entró en la enorme habitación. Ella le siguió y se sentó sobre la cama, sacando la guitarra de la funda con gran entusiasmo. Ya en posición, tocó algunas notas para comprobar que el instrumento estuviera afinado, para luego empezar a tocar una melodía sin ritmo en un intento de recordar los acordes básicos.
Después de unos minutos tocando notas al azar, una canción vino a su mente y comenzó a tararearla por lo bajo. Llegando al estribillo, y ante la mirada contenta de Larry, le puso letra a la melodía.
Corrí de las sombras;
que se acercan entre susurros.
No les digas que si;
porque vendrán por ti.
Tu eres…
Eres todo lo que yo sé.
Eres todo lo que vi
No te alejes de mi
No te vayas de aquí
Los demonios
Monstruos sin piedad
Te buscan, te buscan
Los demonios,
monstruos sin piedad
Se acercan, se acercan.
Los demonios,
monstruos sin piedad,
algo que tu nunca seras
Pero ellos te buscan
En ese momento, la voz de Gina se apagó, y Larry abrió los ojos que no sabía que había cerrado para preguntarle por qué se detenía, cuando se percató de unas pequeñas gotas impactando contra la madera color rojo del instrumento. Siguiendo un impulso, estiró su mano y la acercó hacia el rostro húmedo de la chica, y limpió cada gota que vió correr por sus pálidas mejillas sin dejar de mirarla a los ojos con compasión.
—Debes descansar, Gina. Últimamente estás pasando por muchas cosas agotadoras… —Larry miró los ojos todavía húmedos de la joven, y no pudo contenerse en agregar—: Puedes contarme todos tus problemas. Estaré aquí para tí —agarró una de sus manos y la acarició con dulzura.
—¿Por qué te preocupas por mí? —le preguntó abruptamente. Cuando vio la mirada sorprendida del español, que estaba a punto de preguntarle a qué se refería, Gina se apresuró a explicarle—: ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Me merezco este regalo? ¿Qué hice para merecerlo?
Él levantó su mano, intentando ponerla en su mejilla nuevamente, pero Gina se alejó para quedar fuera de su alcance. Larry entendió que ella no pretendía llegar a algo más con él.
—Aceptaré tu ayuda, pero seamos amigos —habló Gina de inmediato, sin darle a Larry la oportunidad de explicarle sus sentimientos. La joven sabía muy bien lo que pretendía, pero no se sentía dispuesta a comenzar una relación, así que lo detuvo antes de que dijera algo que pondría en peligro su amistad.
—Oh… yo… bueno —Larry se rascó su nuca con cierta incomodidad. No sabía qué decir, sólo podía pensar en el martillo que acababa de romper su corazón—. Em, creo que… eh…
—Puedes retirarte, si es lo que quieres —le dijo Gina sin entender el cambio de actitud. Intentaba no ser dura con sus palabras, pero no podía evitarlo, era parte de su personalidad.
—Oh si, cierto, debo dejarte espacio, em… Espero disfrutes de tu guitarra —balbuceó, levantándose de su sitio. Estaba por bajar el picaporte y salir cuando escuchó la suave voz de la pelirroja.
—Larry, yo… trataré de devolverte este lindo favor, y… estoy contenta que seamos amigos. Nunca antes había tenido… —susurró las últimas palabras con vergüenza mientras agachaba la cabeza, para no dejar a la vista su sonrojo.
Larry la miró por largo rato, sin saber qué decirle con exactitud. Sabía que la joven acababa de rechazarlo, pero tampoco quería perder la nueva amistad que estaban construyendo. Era claro que Gina le apreciaba, ¿no debería ser eso suficiente?
No pensaré en eso. Estaré a su lado como sea que ella me permita estar, por el tiempo que necesite, pensó con resolución.
—Yo te agradezco a tí por aceptar mi amistad —dijo, dedicándole una sonrisa determinada y tranquila. Gina le miró con sorpresa al ver que ya no parecía deprimido, y feliz de saber que no dejarían de ser amigos—. Bueno, que descanses…
—I-Igualmente —respondió desviando la mirada hasta que escuchó su puerta cerrándose. Sabiendo que estaba sola, agarró una almohada para tapar su rostro completamente rojo.
Maldita sea, Gina, cálmate, cálmate… Que solo es un torpe español con lindos gesto, una sonrisa encantadora y unos ojos… No no no, ¡concéntrate!
Gina negó con la cabeza y tiró la almohada hacia un costado de la cama y se dispuso a seguir practicando.
Cuando Larry salió de la habitación, se encontró con el rostro sonriente de Bianca. Él levantó una ceja al verla con esa sonrisa que no parecía mostrar buenas intenciones.
—Eso fue muy amable de tu parte. Te gusta, ¿no? —exclamó de repente, provocando que Larry se sobresaltara.
—Lo hice por el bien mental de mi compañera de investigación. Si no, sería un impedimento para el trabajo… —mintió logrando sin éxito que la albina creyera sus palabras.
Al español no le gustó para nada el brillo celoso que apareció en los ojos bordo de la mujer, así que retrocedió un paso. Sin embargo, en ese momento apareció David y se interpuso en la conversación.
—¿Cuánto gastaste por esa guitarra, Larry? —interrumpió el adulto, empujando levemente a Bianca a un lado.
Repentinamente, el español sintió que si no respondía con la verdad, David reaccionaría de forma negativa. Sin saber de dónde venía su presentimiento, pero obedeciéndolo de todas formas, respondió con un tartamudeo.
—S-Solo gasté 140 euros. P-Pagué con mi tarjeta de crédito —explicó el español con nervios.
David suspiró y sacó su billetera para poder devolverle el dinero. Larry lo detuvo de inmediato, diciéndole que no era necesario ya que era un regalo. Estuvieron discutiendo un rato, hasta que el mayor se rindió y le dio un abrazo rápido y una palmada amistosa de agradecimiento.
—En serio, muchas gracias. Te debo una —dijo con una sonrisa.
El español solo asintió expresando que no era necesario. Allí se dio cuenta la albina de que tenía razón.
En verdad le gustaba Gina.