Escrito por Maru
Asesorado por Grainne
Editado por Sharon
Una semana había pasado desde esa conversación, y mis días habían comenzado a hacerse cada vez más complicados. Habían bastado unos pocos días para percatarme de que el entrenamiento iba a ser duro, pero no era algo que me preocupase en exceso. Creía tener la capacidad necesaria para hacer, al menos, todo lo académico.
Como el resto de días, iba camino de tomar mis clases diarias a la biblioteca, donde mi tutor solía dar las clases, pero sorprendentemente, en lugar de Lewis, el profesor, era mi madre quien se encontraba dentro cuando llegué.
—Ah, Eileen —sonrió al verme.
—¿Ocurre algo malo, madre? —pregunté con cierta preocupación.
—Oh, no, no. Tranquila —negó con una expresión sosegada—. Más bien todo lo contrario. —Pareció divertirse con mi mirada confusa, y poco después explicó—: Hoy no tendrás clases de ningún tipo. Ni tú ni Eirian. Hoy tendremos visita.
—¿Visita? —me confundí aún más.
Eso era realmente extraño. En mi otra vida, pasó mucho tiempo hasta que las visitas comenzaron a ser normales de nuevo en la casa. Y viendo cómo se sucedieron las cosas esta vez, di por hecho que tardaría aun más en que se diese un evento como ese…
—Oh, no estés tan sorprendida. —Sonrió de nuevo mi madre mientras andaba hasta mí—. Hoy tendremos con nosotros a la condesa de Nullhand y a sus dos hijos.
Abrí mucho los ojos cuando escuché ese título. La condesa de Nullhand era una de las amigas de mi madre, y de sus más allegadas; al menos, hasta que ocurrió el incidente con Eirian. Recordaba los dulces que solía traer consigo cuando era pequeña, algo que siempre me gustó y que me hacía esperar con ilusión su próxima llegada.
Sin embargo, esas visitas cambiaron en frecuencia hasta desaparecer cuando ocurrió lo de Erian… Por eso, ¿por qué venía ahora aquí? El hecho de que siguiéramos con Eirian a nuestro lado, ¿no debería alejarla aún más?
—No lo entiendo… —murmuré.
—Creo que lo entenderás cuando nos reunamos —contestó tras haberme oído—. Además, hoy interaccionaréis también con Alice y Ferdinand Nullhand. Creo que a Eirian y a ti os vendrá bien. —Sonrió con calidez.
Me mordí el labio, aún confundida. ¿Por qué una visita ahora? Desde que se hizo evidente que no le daríamos la espalda a Eirian, el contacto social habitual para mis padres se vio reducido en grandes cantidades: en parte por la gente que le dio la espalda, en parte porque estaban muy ocupados formalizando la vida de su hijo para que viviese con tranquilidad. Sinceramente, esperaba que mis padres disminuyesen sus eventos sociales durante un tiempo hasta que volviesen a asentar su posición. Aunque ya me percaté de que ambos jugaban cual estrategas en este mundo tan complicado de la aristocracia.
Por lo que había podido observar, cuando todo el futuro de Eirian y en parte, el mío, estuvo decidido, mi padre volvió a su trabajo con más fuerza que antes incluso, y estaba muy ocupado con cosas a las que no se me permitía acceder porque era demasiado pequeña para comprenderlas… o simplemente no eran de mi incumbencia. En ese sentido, odiaba estar de nuevo en el cuerpo de mi niñez; me limitaba bastante y no era como si de repente pudiera parecer una chica de veintidós años…
En cualquier caso, no esperaba este tipo de eventos tan pronto, y menos aún de esta mujer, que en el pasado rompió la relación con mi familia. Siempre le eché la culpa al evento con Eirian, así que ahora estaba muy confundida.
—Vamos a arreglarte un poco —ordenó mi madre, cogiéndome de la mano y andando para salir de la biblioteca.
—¿Estoy mal ahora? —pregunté mirando por encima mi vestido. En realidad, no era nada extravagante; era bastante sencillo pero con la calidad propia de alguien de buena familia.
—Oh, no es que estés mal. Solo… quiero darte un toque más alegre. —Sonrió—. Últimamente luces más sobria de lo normal.
Miré de nuevo el vestido y fruncí un poco el ceño. Creía que imaginaba qué quería decir, y no pude evitar exhalar un suspiro. Desde que recuperé mis recuerdos pasados, había cosas que para los demás debían haber supuesto un cambio notable con respecto a la niña que estaban acostumbrados a ver, como el hecho de que ahora fuese mucho más seria que antes y más aguda… algo lejano a la niña de entonces. Entre las cosas que más habían cambiado, era la forma de vestirme.
A la edad de ocho años, y en realidad, en los años venideros también, siempre me gustó vestir de la forma más exquisita posible sin llegar a resultar ostentoso o vulgar. Me gustaba sentirme como una hermosa flor que resplandecía allá donde iba, algo que en realidad no disgustó para nada a mis padres, ya que poco a poco mi estilo, comportamiento y aspecto se fueron haciendo cada vez más y más famosos, de tal forma que acabé siendo reconocida como una de las doncellas más delicadas y gráciles de la sociedad; alguien a quien admirar y desear. La ropa, el peinado, la actitud, el comportamiento… todo era perfecto. Lástima que solo era una fachada que usaba para sentirme más envidiada y amada dentro de ese mundo frío y asqueroso.
Me gustaba ser elogiada, envidiada, amada y deseada. Era simplemente una chica egocéntrica y superficial, aunque no dejaba que se mostrase… más que a mis personas allegadas. O cuando me dio algún arrebato de celos.
Oh, simplemente era una chica tan cargante y estúpida…
No pude evitar hacer una mueca de asco al recordarlo. Esa actitud de princesa perfecta no fue más que una fachada fácilmente cuestionable si analizabas cada acto, cada mirada y gesto que hacía hacia los demás… Pero solo aquellos que sabían mirar eran capaces de descubrirlo.
Al final, esa actitud angelical no me sirvió de nada cuando todo fue expuesto y mi vida se torció. Entonces mi fachada no sirvió de nada, el aspecto perdió sentido, más bien verme bonita se volvió doloroso, algo que esconder, algo que odiar. Bueno, para empezar, nunca fui tan hermosa como creí. Solo que nadie me hizo verlo.
El momento en que comencé a odiar mi aspecto fue cuando quise llamar menos la atención, por un lado porque me hacía sentir menos miserable, y por otro lado, porque era mejor para mí. Llegó un momento que destacar era lo peor.
Si no destaco no correré peligro, si no soy bonita no se interesará, si no luzco hermosa seré invisible…
Esos pensamientos asustados abordaron mi mente cual fantasmas del pasado, haciéndome sentir un escalofrío. Apreté las manos en puños, evitando así que temblasen y me mordí el labio con fuerza, desechando esos pensamientos lo más rápido posible.
Sin embargo, no podía evadir el hecho de que mi pasado una vez más, influenciaba a la Eileen del presente, que había pasado de vestir como una linda niña, con sus bonitos vestidos y sus listones en el pelo, a ponerse los vestidos más sencillos de su armario y sin ningún tipo de adorno o accesorio. Si te parabas a pensarlo, en realidad chocaba un poco para quien me conociese.
Supongo que esto solo les hará pensar que de verdad el golpe en la cabeza tocó algo ahí dentro… Aunque no es del todo mentira, pensé.
—Madre, ¿preferías que vistiese esos vestidos? —pregunté mientras señalaba aquellos que más solía ponerme en el pasado una vez se puso a mirar mi armario —¿No es bueno que vaya así ahora?
La mujer me miró un poco sorprendida; suponía que no se esperaba ese tipo de pregunta ahora.
—No es eso… —frunció el ceño, pensativa—. Solo creo que está bien lucir más arreglada ante los invitados. Aunque no puedo evitar sentirme un poco confundida por tu repentino cambio de gusto. Ese gol…
—No tiene nada que ver con el golpe —la interrumpí, un poco cansada ya de escuchar eso, poniendo los ojos en blanco y dejando salir un poco de mi actitud dominante—. Lo siento —me disculpé al momento. Me mordí el labio y suspiré—. Desde lo de Eirian pensé en muchas cosas y… creo que no debería ser presuntuosa con mi aspecto. Eso no está bien para una señorita. —Intenté sonreír, aunque probablemente me salió mal.
Mi madre se me quedó mirando un momento, analizando mis palabras. Después de un rato, sacó uno de los vestidos y llegó hasta mí con un rostro serio pero con ojos cálidos.
—En realidad no tiene nada de malo que vistas con sencillez. Eso es algo bueno. La modestia y la honradez son buenos atributos que no debemos olvidar nunca. —Sonrió—. Pero vestir elegante para que todos puedan verte como la dulce y hermosa niña que eres, no es nada malo. Además, a su debido tiempo, también es algo que puedes usar a tu beneficio.
Tras esa conversación hace días, ahora entendía a qué se refería con eso. En realidad mi madre había creado una fachada perfecta con la que se ganó el cariño, confianza y respeto de todos, y en cierto sentido, también el miedo. Pero a diferencia de mí, no era alguien orgulloso ni envidioso; simplemente era una dama excelente.
—De alguna forma… no quiero destacar demasiado —suspiré—. Aunque sé que tendré que hacerlo a su debido tiempo.
—Bueno, tienes tiempo para eso aún. Tu debut no será hasta los quince años. Aún queda mucho tiempo. —Sonrió—. Mientras tanto, estaré encantada a que vistas como gustes siempre que cuando la ocasión lo requiere, vistas acorde con el momento.
—Está bien —accedí.
—Vas a ser una dama excepcional. —Sonrió mientras me tocaba el pelo con una sonrisa.
—No creo que eso…
—Créeme, lo sé —me interrumpió—. Quien no dudó en proteger a su hermano de toda la sociedad… no puede ser de otra manera. —Me abrazó—. Muchas gracias… por todo. Me alegro de tenerte como hija.
Sorprendida, no respondí de inmediato ante tal muestra de cariño. En mi vida anterior, mis padres siempre fueron amables conmigo, pero desde lo de Eirian nunca mostraron este tipo de amor fraternal. Deprimidos por haber perdido a su hijo, mimando a su hija menor para intentar llenar el vacío. Pero en mi interior siempre supe que la relación nunca fue tan buena como antes.
¿Se sentirían culpables por haber abandonado a Eirian? ¿Lo estarían porque yo saliese herida? ¿Se avergonzaron por formar a una chica cruel y superficial?
En realidad, nunca supe sus verdaderos pensamientos, nunca me interesé en saberlo; y cuando mi vida se vino abajo y pensé en ello, nunca me atreví a saber la verdad. Aunque tampoco tuve la oportunidad de preguntar …
Ahora, al escuchar esas palabras y sentir el calor de ese abrazo, solo podía sentirme un poco deprimida y culpable. Si supiera las cosas que provoqué en mi vida anterior, no pensaría lo mismo.
No me merezco este cariño. No me merezco llamarme vuestra hija, pensé con aflicción en el corazón.
Sin embargo, la parte de mí que más anhelaba ese cariño se agarró a ese abrazo con fuerza, esperando encontrar el perdón que no merecía.
♦ ♦ ♦
Eirian ya estaba preparado, con su habitual ropa sencilla pero elegante. A diferencia de mí, este niño solía encontrar el equilibrio perfecto entre sobriedad y exquisitez, de tal forma que no hacía falta que se arreglase ni más ni menos. No tenía la menor duda de que cuando creciese sería el típico chico que atraería todas las miradas… en el buen sentido de la palabra.
—Oh, ¡Eileen! —saludó con evidente alegría en sus ojos llameantes—. Luces realmente linda.
—No es para tanto…
En realidad, no era para tanto. El vestido que llevaba ahora era un poco más vistoso que el anterior, pero no era algo excesivo, simplemente bonito. Más elaborado era mi peinado, que llevaba suelto dejando caer en cascada mis bucles, y parte estaba recogido con un bonito lazo de color verde, a juego con los adornos del vestido, haciendo que resaltase mi pelo cobrizo.
—Se ve encantadora, ¿verdad? —dijo mi madre, ignorando mis palabras.
Mi hermano asintió con una bonita sonrisa en su rostro, y yo no pude más que sentirme un poco incómoda y avergonzada. En otro tiempo hubiera estado feliz y orgullosa de recibir piropos pero… eso quedó muy atrás en el pasado.
Bueno, esto es solo porque son tus familiares. Este tipo de cosas son normales, me dije a mí misma, convenciéndome de que no era porque yo me viese especialmente linda; sólo era el comentario típico de tus familiares.
Pensando en eso, me relajé un poco y sonreí, desplazando mi mente hacia lo que era importante ese día.
—Mi señora, los invitados ya llegaron —dijo entonces una de las sirvientas que acababa de llegar a la sala de estar.
—¡Oh, qué conveniente! —dijo mi madre—. Vamos, niños. Hay que recibir a los invitados.
Obedientes, la seguimos hacia la recepción de la casa mientras escuchábamos de nuevo cómo debíamos comportarnos. Aunque no se veía nada preocupada porque cometiésemos un error, aún se nos consideraba jóvenes, por lo que con frecuencia nos recordaban que debíamos ser chicos con una actitud perfecta ante los demás, algo que ya se nos había inculcado desde muy jóvenes y que llevábamos a cabo con relativa facilidad. Para mí, que en realidad ya sabía todo lo posible sobre este tipo de cosas, sería pan comido.
Aun así, no podía evitar sentirme un poco nerviosa por lo anómalo de la situación. La primera visita que supuestamente no tenía nada que ver con la falsa modestia de consolar a mis padres por lo de mi hermano; la primera visita sin ánimo de buscar información ni nada por el estilo… Además, de la mujer que menos esperaba ver y para más inri, acompañada de sus dos hijos. No podía evitar sentirme un poco ansiosa por esa situación.
¿Cómo iría la visita? ¿Qué buscaba esa mujer? ¿Qué actitud llevarían todos? ¿Mirarían mal a Eirian? ¿Lo tratarían con desprecio?
Por supuesto, ni mi madre ni yo permitiríamos algo como eso. Sentí un pequeño apretón en mi mano izquierda, sorprendiéndome. La mano de Eirian me daba calor, tomando mi mano que previamente había agarrado su chaleco sin darme cuenta. El niño me sonrió intentando darme ánimos y tranquilizarme, haciendo que me sintiese más avergonzada. Se suponía que debería ser él quien estuviera más nervioso después de todo, y sin embargo, era quien me daba ánimos.
¿Dónde quedó el niño que hasta no hacía mucho se veía tan desvalido e inseguro?
Sonreí un poco, infundiéndome valor. Tenía que dar lo mejor de mí, no podía parecer débil.
De esa forma, llegamos a la entrada justo cuando vi por la ventana que un carruaje se paraba frente a la puerta. Poco después, una mujer de una edad aproximada a la de mi madre junto con dos niños, entró por la puerta.
—Anneliese, ¡ha pasado un tiempo! —saludó la mujer con alegría mientras hacía una pequeña reverencia, gesto imitado por sus hijos.
Con su sonrisa cálida habitual, la mujer parecía realmente feliz de reencontrarse con mi madre; no pude encontrar algún atisbo de mentira en su mirada o en sus gestos, lo cual hizo que me relajara un poco y también que me desconcertase.
Miranda Nullhand se veía como una mujer bien compuesta, un poco más robusta en comparación con mi madre, de sonrisa amable, pelo rubio y ojos verdosos.
—Ciertamente. Me alegro de volver a vernos —contestó mi madre, que también le respondió la suave reverencia—. Y también a Alice y Ferdinand. Habéis crecido en el tiempo que no os he visto —sonrió.
Con decoro, analicé a cada uno de esos dos niños, los cuales veía por primera vez. Alice y Ferdinand Nullhand, hijos de uno de los condados más importantes del reino. Tenía conocimiento de ellos gracias a mi vida pasada, y la información se basaba sobre todo a mis leves contactos con ellos en las fiestas a las que asistí, ya que nunca tuvimos una relación de amistad ni nada de eso en ese entonces; y tampoco mantuve relación con ellos cuando era joven, por las razones que ya expuse.
Alice era la mayor de los hijos, y tenía once años en este momento, por lo que era mayor que Eirian por un año. Era conocida en mi anterior vida por ser alguien con un refinamiento excelente, una dama pulcra y delicada; y por lo que sabía en general, era una buena chica. De hecho, el aura que emitía ahora daba una sensación de paz y calidez, mezclada con un poco de timidez. Era más alta que yo, de constitución delgada y piel sonrosada. Su cara aniñada destacaba por unos ojos azules realmente bonitos que combinaban con su pelo rubio lacio que le llegaba por debajo de los hombros, adornado por un bonito pasador rosa que combinaba con su vestido. Podías decir que era una niña en cierto sentido, adorable y a quien probablemente querrías proteger. Y por lo que sabía, crecería para convertirse en una linda señorita.
A su lado se encontraba su hermano menor, Ferdinand, que tenía nueve años. Como su hermana, compartía el pelo rubio ceniza y los ojos claros. Era de una altura aproximada a la mía, aunque sabía que en el futuro sería bastante alto. La ropa lo hacía parecer un niño lindo, y por lo que escuché, en el futuro sería alguien bastante inteligente con gran nivel para suceder a su padre como el próximo conde.
—Un placer verla de nuevo, señora Deerfort —saludó muy cortésmente Alice, saludo que fue imitado por su hermano.
—Creo que no conocéis a mis hijos, Eirian y Eileen —dijo mi madre hacia los niños tras los breves saludos.
—Es un placer tenerlos de visita en el día de hoy, señora Nullhand —saludó Eirian al momento, con un porte y elegancia envidiables para un niño de su edad—. Encantado de conocerlos, Alice, Ferdinand. Espero que podamos llevarnos bien —añadió agachando levemente la cabeza a modo de respeto. No pude evitar sentirme sorprendida ante su resolución; nadie diría que podría estar nervioso por lo que los demás pudieran pensar.
—Es un honor, señorito Eirian. Soy Alice Nullhand. También es mi deseo el poder llevarnos bien —respondió Alice con cierta timidez mientras no dejaba de mirar a los hermosos ojos de mi hermano.
—Yo soy Ferdinand Nullhand. Un placer —intervino entonces el otro niño, un poco más parco en palabras pero con una mirada sincera sin ningún tipo de incomodidad en la mirada.
No pude evitar sonreír de lado ante la escena. Una vez me di cuenta de lo rimbombantes e innecesarias que eran ese tipo de presentaciones en la aristocracia no pude evitar verlas como algo tedioso y estúpido que te hacían perder el tiempo. Sin embargo, la forma en la que mi hermano lo hacía era hermosa y atrayente; ya no sabía si por esos ojos tan enigmáticos o porque tenía un don para encandilar a la gente.
—Me complace poder conocerlos. Su madre siempre ha sido muy amable con nosotros. Soy Eileen Deerfort —intervine finalmente—. Como bien dice mi hermano, deseo que podamos llevarnos bien. —Sonreí e hice una pequeña reverencia.
Ambos niños me devolvieron el saludo como era lo propio y, tras mantener una pequeña conversación de típica formalidad, mi madre finalmente acotó el tema a lo que ella quería de nosotros.
—Eirian, Eileen, ¿por qué no enseñáis el jardín a Alice y a Ferdinand? Pensé que os gustaría tomar té en el jardín.
—Oh, entonces, ¿podrían llevar los dulces que traje allí? Sé que a Eileen le encantan —intervino la condesa con una sonrisa cómplice.
—Claro, no habrá problema.
—Muchas gracias, señora Nullhand —agradecí—. ¿Deberíamos irnos? —sugerí mostrando la mejor de mis sonrisas inocentes.
Qué forma de arrinconarnos a los cuatro, señoras, pensé con cierto malestar al verlas sonreír de ese modo. Estaba claro que no querían que escuchásemos de lo que fuesen a hablar, al mismo tiempo de que pretendían que nos conociésemos y comenzaran nuestras relaciones interpersonales. Si algo sale mal espero que os sintáis culpables, agregué en mi mente mientras las veía alejarse tras despedirse de nosotros.
—Estaremos bajo vuestro cuidado —dijo Alice entonces, sacándome de mis pensamientos.
Los dos hijos de los condes de Nullhand se veían un poco nerviosos, más Ferdinand que Alice, que sabía esconder muchísimo mejor sus emociones para parecer una joven recatada. Sin duda, su educación era buena…
—Acompañadnos, por favor —dijo mi hermano entonces con su sonrisa social.
Los cuatro comenzamos a andar por los pasillos en un silencio incómodo que se hacía cada vez más palpable a cada paso que dábamos. Por el rabillo del ojo podía ver a Ferdinand mirando de soslayo a Eirian, y aunque mi hermano se veía solemne, sabía que estaba un poco nervioso, aunque nadie podría decirlo si no lo conocía en profundidad. Por su parte, Alice parecía tranquila. No paraba de mirar a todos lados con curiosidad; no sabía si era para mantener su mente despejada o por alguna otra cosa. Sin embargo, ya había notado que su mirada se posaba varias veces en Eirian, concretamente en sus ojos.
Reprimí un chasquido de lengua varias veces, molesta ante esta situación. ¿Cómo debería romper el hielo? No sabía qué temperamento tendrían estos dos niños; ni las intenciones de mi madre con todo esto, lo que me frustraba bastante. Si pensaba en ello, nada como esto sucedió en mi vida anterior. Es más, ni siquiera volvieron a tener una relación cercana como antes, más bien todo lo contrario. Sin embargo, la visita de hoy, la sonrisa de la condesa y la de mi madre… Parecían felices de volver a verse. ¿Qué era distinto a antes?
Desvié la mirada hacia mi hermano, que había comenzado una conversación banal con la primogénita de los Nullhand para sofocar la incomodidad.
Él, él es lo diferente, pensé mientras analizaba una vez más cada movimiento y gesto de las tres personas a mi alrededor.
Así, sumergida en mis pensamientos, llegamos hasta el jardín, donde Alice mostró una gran sonrisa al pasear por un lugar lleno de flores perfectamente cuidadas. Eirian, que parecía haber conseguido relajar en ambiente, hablaba ahora más alegre mientras les explicaba un poco sobre la historia del jardín. Sin embargo, yo no podía evitar mirar la escena con ojos entrecerrados.
¿Qué sentido tenía todo esto? ¿Por qué se mostraban cordiales? ¿Por qué no había suspicacia en la mirada? ¿Por qué…?
—¿Por qué no tenéis miedo?
Las tres personas se paralizaron por un momento, hasta reaccionar para girarse en la dirección de la voz.
—¿Qué…?
—¿Por qué no tenéis miedo? —repetí, cortando a Alice—. No lo entiendo.
—¿Qué…? Yo… —la niña ahora parecía cohibida.
—Nadie hasta ahora se ha acercado a nosotros —continué—. Desde que se descubrieron las habilidades de Eirian muchísima gente intentó darle la espalda a la familia por no actuar acorde con la mayoría —los miré con más recelo—. Todos hemos conocido las historias de los magos, todo lo horrible que se cuenta. Así que, ¿por qué no parecéis temer a mi hermano? Cualquiera temería morir por una bola de fuego.
—¡Eileen! —exclamó Eirian, con disgusto y enfado en la mirada—. ¿Por qué dices cosas como esa?
Me arrepentí un poco de esas palabras al ver las caras asustadas de los dos niños y el dolor en la de mi hermano. ¿Estaba haciendo una cara tan horrible? ¿Eirian pensaba que estaba diciendo esas cosas porque en verdad yo pensaba eso? Me mordí el labio inferior, pero no aparté la mirada de los invitados. Necesitaba saber lo que se escondía tras ese comportamiento anómalo. No podía aceptar de buenas a primeras que eran dos niños sin ningún tipo de prejuicio; no podía evitar pensar que había algo detrás. Esa frustración creciente, ¿por qué me molestaba tanto?
Viendo a Alice reír tras relajarse, hablar con mi hermano como si fuese un chico normal; que el callado Ferdinand se interesase en escuchar y hablar, que sus miradas no fueran hostiles, que su madre hubiese venido cuando en el pasado no lo hizo… ¿Por qué? ¿Por qué parecían aceptarlo tan fácilmente?
¿Por qué no os asustáis como yo lo hice?
Me sorprendí pensando con rabia, lo cual me hizo retroceder un par de pasos, al percatarme de esos sentimientos. ¿De alguna forma esto también era culpa mía? Un sentimiento de autodesprecio me recorrió de arriba abajo una vez más. ¿Le quité tantas posibilidades a mi hermano antes? Si yo no me hubiera comportado así, ¿su vida habría sido buena desde el principio? ¿El problema era solo yo?
Pensé en mis padres, que querían a mi hermano sin dudarlo ni un momento… pero que en mi vida anterior se vieron obligados a separarnos. Pensé en la relación de mi madre con su amiga, que ahora parecía que podía ir normal. Pensé en sus hijos, que, aunque algo cohibidos y nerviosos, no parecían despreciar a mi hermano por lo que era…
Si yo no hubiera estado ahí… si yo no hubiera existido Eirian podría haber tenido una vida normal; mis padres hubieran sido felices…
Aquellos pensamientos de culpa me invadieron cual tifón, arrastrándome a un bucle de ansiedad, desprecio y miedo. Cerré mis manos temblorosas en un puño y me mordí el labio mientras miraba a los tres, en un leve intento de que no se notara todo lo que pasaba por mi cabeza.
—Eileen… —noté que alguien me agarraba una mano. ¿Cuándo había llegado Eirian a mi lado?
Miré a mi hermano con todas esas emociones turbulentas. Su mirada reflejaba cierto enfado y tristeza, pero al ver mi expresión cambió a una de preocupación. Arrepentida al creer que mis palabras podrían haberle hecho daño, desvié la mirada de mi hermano, a lo que Eirian respondió sujetándome por los hombros.
—Eileen, ¿qué…?
—¡No os peleéis! —dijo entonces Alice con preocupación.
Ambos nos sobresaltamos y miramos a la preadolescente que, ahora, se acercaba a nosotros con intenciones de separarnos, como si quisiera evitar una pelea. ¿Se veía así desde fuera? Confundida, volví al momento presente y, sin oponer resistencia, dejé que Alice agarrase la mano que tenía libre.
—Eirian, no te enfades con Eileen —dijo con urgencia—. Estoy segura que no quiso ser grosera… —se mordió el labio—. Quiero decir… Si Ferdinand estuviera en la misma situación yo también querría poner a prueba a los demás…
Sorprendidos, levantamos las cejas ante aquella explicación. ¿Se estaba poniendo de mi lado? Volví a enfocar mi atención a esos hermanos, el pequeño que nos miraba un tanto incómodo y preocupado, la mayor que intentaba tranquilizar el pesado ambiente. Jamás habría pensado que alguien tan joven pudiera estar así ante un mago, menos aún de la nobleza.
—Sois extraños… —se me escapó.
—¡Eileen! —me regañó Eirian de nuevo, que volvía a mostrar cara de disgusto—. ¿Cómo puedes…?
—En realidad, tiene razón —intervino de nuevo la hija mayor de los Nullhand con una sonrisa un tanto triste—. Somos extraños. Nuestra familia se aleja de la mayoría, como vosotros —suspiró—. Eileen es bastante aguda, ¿eh?
Fruncí el ceño y analicé de nuevo de arriba abajo a esa chica, cuyas manos entrelazadas jugueteaban un poco con los dedos mientras desviaba levemente la mirada al suelo, como si pensara en algo triste y lejano.
—En mi familia nunca se nos educó para temer a los magos —dijo finalmente—. Nuestra madre se opuso rotundamente a ello y, por lo que sé, aunque mi padre al principio era reticente ante las ideas de mi madre, acabó pensando como ella.
Abrí mucho los ojos ante aquellas primeras declaraciones, sorprendida. Así que no estaba equivocada del todo, sí que había algo extraño. ¿Y todo parecía centrarse en la condesa? ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué alguien como ella no pensaría como el resto de las personas? Fruncí el ceño aún más, pensativa, dejando volar mi mente pensando en las posibilidades.
—¿Por qué un noble pensaría bien de los magos? —pregunté, exponiendo así mis propias dudas.
—¿Por qué tú no piensas mal de ellos? —me preguntó a su vez, con una mirada triste.
Fue entonces cuando se me encendió la bombilla. Miré a Eirian, que parecía también llegado a la misma conclusión y, adelantándoseme, preguntó:
—Alice, ¿qué le pasó a tu madre?
—Lo mismo que a vosotros —respondió ella, con una sonrisa amarga—. Pero, con un resultado muy diferente.
—¿Qué…?
—Nuestra madre tiene un hermano —habló entonces el callado Ferdinand—. Un hermano que resultó ser mago también.
Eirian y yo nos quedamos mudos ante aquella revelación. Mi mente pensaba a toda velocidad, organizando la información. ¿La señora Nullhand tenía un hermano? ¿Mago, además? En mi vida anterior, jamás escuché algo como eso. Miranda Nullhand provenía de una familia nobiliaria menor antes de desposarse con el conde Nullhand. Era sabido por todos que era una mujer de gran moral, correcta y recatada, algo que a lo largo de los años también pude ver en sus hijos. Siempre fue alguien a quien no le gustaba llamar demasiado la atención; y desde que se alejó de mi familia, no pude mantener la relación. Ahora que lo pienso, no se hablaba de su pasado, parecía que no le gustase que hablasen de ello. Antes pensaba que era porque prefería ostentar su poderoso cargo actual de condesa y decidió desvincularse de su familia más pobre. No era un comportamiento extraño en aquellos que provenían de las casas más bajas pero… ¿Estaba equivocada?
—¿Qué… pasó? —pregunté finalmente.
Los dos hermanos se miraron, buscando la aprobación del otro. Luego, ambos nos miraron.
—Fue… caótico —empezó a contar Alice—. Mi madre nos contó que, aunque estuvo sorprendida, ella nunca quiso separarse de su hermano mayor. Pero sus padres no pensaron lo mismo —suspiró—. Su familia no estaba pasando por un buen momento a nivel financiero, y si se conocía la condición de su heredero, solo podrían empeorar las cosas. Así que, aun con la insistencia de nuestra madre y sus súplicas, se deshicieron de nuestro tío. Nunca… nos ha querido contar qué fue de él.
Por su mirada, pude hacerme una idea de qué era lo que ella misma pensaba, recorriéndome un escalofrío por la espina dorsal. No pude evitar mirar a mi hermano, que se había vuelto ligeramente más pálido al escuchar la historia. Tragué saliva y le cogí una mano, intentando así calmar los oscuros pensamientos que podría tener. ¿Estaría pensando que él podría haber acabado así? Su mirada, algo desencajada y nerviosa, me hizo sentir culpable. Si supiera que hubo una vez que así fue…
—¿Qué pasó después? —pregunté, incitándola a seguir.
—Creo que mi madre nunca fue capaz de superarlo. —continuó la primogénita de los Nullhand —No fue capaz de olvidar a su hermano… ni lo que pasó. Cuando, por distintos motivos se casó con mi padre y nos tuvo a nosotros… siempre se notó su reticencia a pensar que los magos eran algo malo. Cuando nos habló de él… siempre dijo que era una gran persona, que la había protegido muchas veces, ya fuera con o sin sus poderes. —Hizo una pausa, sonriendo un poco—. Es por eso que, sabiendo que nuestro tío era alguien tan excepcional, ¿por qué íbamos a pensar que todos los magos son malos? Al igual que no todas las personas comunes son buenas, ¿por qué deben ser malos todos los magos?
—Tenéis una madre maravillosa —dije tras una larga pausa, sonriendo un poco a la vez que me sentía avergonzada. Una mujer como esa… estaba segura que no era común; su corazón era demasiado puro y grande.
Ahora entiendo por qué se separó de nosotros… y por qué ahora está aquí.
Sonreí para mis adentros, mirando a aquellos niños que, sin duda estaban siendo educados mejor que muchos.
—Siento haber sido tan poco cortés antes —me disculpé, haciendo una pequeña reverencia, ya no solo por cortesía, sino por el respeto que ahora sentía hacia esa familia. Alguien que podía ser tan abierta de mente, tan solo fijándose en la persona y no en lo que era… Ojalá yo hubiera podido ser así en el pasado. De repente, me sentía muy avergonzada por mi comportamiento, y arrepentida por mis pensamientos. Mi yo del pasado, siempre sería el peor tipo de persona…
Espero poder cambiar eso ahora…
—Oh, no te disculpes —agitó las manos—. Comprendemos tus acciones. Tú y tu familia… sois admirables. —Sonrió, esta vez con evidente calidez.
—Son mis padres los increíbles —contesté con sinceridad.
—No es cierto —intervino Eirian entonces—. Si no fuera por ti, quién sabe qué habría pasado.
Decidí no contestar, sabiendo que conocía la dolorosa respuesta para mí.
—Habiendo aclarado todo —dijo Ferdinand entonces—, nos gustaría que nuestras familias estuvieran en buenos términos desde ahora.
—Oh… sí. —Alice se mordió el labio—. Nuestros padres estaban sorprendidos por todo lo que ocurrió… y nuestra madre estuvo muy tensa, nerviosa por qué pasaría, ya que de verdad aprecia a los Deerfort —se llevó las manos al pecho—. Digo con el corazón en la mano, que no la había visto tan feliz en mucho tiempo cuando se hizo pública vuestra resolución.
—Agradecemos mucho… vuestra simpatía —contestó Eirian, que se veía realmente tocado por los repentinos sucesos.
Los miré a los tres, un tanto confusa aún por el curso de los acontecimientos. Jamás hubiera pensado que una situación así fuera posible. Una familia poderosa apoyando tan abiertamente a los magos, una mujer con un pasado tan parecido al nuestro pero que, a diferencia de mí, sí mostró bondad y amor desde el principio. Era algo increíble. Y que esa familia estuviera hoy aquí, apoyando a la mía y abriéndonos los brazos… En otra instancia hubiera sido muy reservada y suspicaz pero… sabiendo lo que ocurrió en el pasado, el cómo se han intercambiado las acciones… No podía ser falso, ¿cierto?
Ver a mi hermano esperanzado, el pensar que había gente buena más allá de estos muros. Era posible, ¿verdad?
Hay esperanza ahí fuera, ¿eh?, pensé, dejándome llevar, queriendo creer.
Así, inclinándome de nuevo a modo de reverencia, volví a hablar, esta vez, con una petición real.
—Por favor, espero que a partir de ahora, podamos ser amigos.
El leve sonrojo de Alice y la sonrisa sincera del joven Ferdinand, fueron suficientes como respuesta.
Me encanta esta novela.