Escrito por Maru
Asesorado por Grainne
Editado por Sharon
La música resonaba por todo salón de baile.
Los techos altos, decorados con hermosas pinturas y frescos embellecían las majestuosas lámparas que descendían para iluminar la estancia. Los ventanales y las paredes rebosaban de exquisitez, y el dorado predominaba en el decorado.
Multitud de personas bailaban alegres sobre esos suelos de mármol donde prácticamente podías verte reflejado. Las vaporosas faldas de los caros vestidos se mecían a cada movimiento del baile, combinándose en un perfecto movimiento con los hombres ataviados en sus trajes de gala.
Parecían concentrados en ellos mismos pero, tras un leve anuncio en la gran escalinata, todos se voltearon hacia una misma dirección.
Con una sonrisa de regocijo, observé a todos los invitados desde mi posición. Con un vestido verde con bordados en hilo dorado que dejaba los hombros al descubierto y se ceñía a mi torso hasta la cintura donde se abría la pomposa falda, supe que mi belleza se destacaría por encima de todas esa noche. Así mismo, mi pelo de ese color inusual en la capital, había sido engalanado con finas horquillas doradas con forma de flores en un detallado semi recogido que dejaba los bucles esponjosos caer a la espalda.
Sin duda, esa noche estaba hecha para que fuese la protagonista.
Exhalando un pequeño suspiro, moderé la postura y comencé a bajar por la escalinata que me llevaría al baile. Ante todos, la solemne figura de una dama descendía por esas escaleras como una reina. Ante la idea, solo podía sonreír.
Disfrutando del momento, llegué hasta el piso principal y les dediqué una sonrisa lo más dulce posible a quienes aún me miraban. Luego atravesé el salón de baile, buscando alguna cara conocida.
Abriéndome paso entre la multitud, no tardé en vislumbrar a mis padres a lo lejos, que mantenían una alegre conversación con una familia aristocrática reconocida, los Arahardt. Amigos sin duda de la familia desde hace bastante tiempo.
Pensando que estarían haciendo algo importante, rechacé la idea de acercarme y continué andando por el gran salón de baile mientras mantenía mi sonrisa ante las miradas de asombro de los invitados. No me llevó mucho más tiempo en encontrarme con una cara amiga.
—¡Eileen! Dioses, estás excepcional.
—Buenas noches, Elisabeth —respondí con una leve sonrisa.
La muchacha que me había saludado, Elisabeth Varaxan, era una de mis más fieles seguidoras y amigas y, como esperaba, no había tardado en saludarme en cuanto me vio. La observé con decoro, analizando su atuendo de esta noche. Un vestido de tonos rosados que seguía el estilo de moda entre la alta sociedad, con un recogido intrincado en el pelo rubio, pero que le favorecía su redondo rostro. Tenía que admitir que había hecho un buen trabajo con su apariencia esa noche. Al fin y al cabo, esta fiesta no era una cualquiera.
Esa noche se celebraba, a manos de la Casa Real de Kharien, nuestro venerado Imperio. Para ser precisos, la familia real había decidido hacer esa fiesta en celebración de la nueva anexión de un territorio que llevaba tiempo pretendiendo conseguir, en concreto, porque sus tierras eran ricas para el cultivo y nos beneficiaría a la larga a aumentar nuestra despensa.
Por lo tanto, toda la aristocracia se encontraba en el palacio real esa noche, un momento clave para que cada casa pudiera destacar y recordar a todos el poder e influencia que tenían. Eso no era una excepción para mi familia, aunque no necesitábamos demasiados esfuerzos para recordar nuestro poder. La casa Deerfort era la más poderosa del Imperio después de la familia real; la posición de Primer Ministro del Imperio a manos de mi padre era algo que, junto con nuestra historia y riqueza, nos daba una posición muy prestigiosa a la que todos querían aferrarse. No había nadie en el Imperio que no conociese el apellido de mi familia, que era reverenciado y temido al mismo tiempo. Todos sabían que no era buena idea enemistarse con nosotros.
Y eso, era algo que me encantaba saber.
—Estás hermosa esta noche —la halagué—. Ese color te favorece.
—Oh, gracias, Eileen —contestó, aparentemente feliz—. Pero tú sí que estás increíble. Siempre consigues la perfección en tu persona.
—Oh, estás exagerando —reí un poco, con falsa modestia—. Solo quería estar lo más presentable posible.
Tras esas palabras, eché una ojeada disimulada a la enorme sala, buscando a una persona en concreto, pero no tuve éxito en localizarlo.
Había llegado un poco tarde, pero no imaginaba que llegaría más tarde que él. Y… de nuevo, no habíamos entrado juntos en el gran salón.
—No está aquí, todavía —dijo una voz femenina a mi espalda.
—¡Caroline! —exclamó Elisabeth.
—Buenas noches, Eileen, Elisabeth —saludó una joven de cabello negro con una leve reverencia.
Caroline Eerlont, la hija menor de los marqueses de Eerlont y una de mis amigas desde pequeña. Siempre me había parecido que tenía una elegancia solemne que la hacía destacar por ser una “dama perfecta”. Siempre era discreta y muy aguda con sus observaciones. Sin duda, alguien a quien tener de aliado, ya que se las apañaba para conocer los mejores secretos bajo su cauta sonrisa.
—Caroline, buenas noches —la saludé también—. Veo que no se te escapa nada.
—Como siempre —concedió Elisabeth con una media sonrisa.
—Pero tienes razón, no parece estar aquí —dije con un tono entre decepcionado y molesto—. De nuevo.
—Tal vez solo se ha retrasado, Eileen —se apresuró a decir Elisabeth—. O estaba ocupado con todo lo que ha pasado.
Volví a echar un vistazo alrededor de la sala, pero no pude localizar a quien buscaba que, generalmente, era bastante destacable entre la multitud. Un cúmulo de emociones negativas comenzaba a asolarme, pero solo suspiré y entrecerré los ojos ante los demás.
—Supongo que estará ocupado… de nuevo —respondí al final.
—Oh, Eileen, no te desanimes —dijo Elisabeth con cara de preocupación.
—Estoy bien, es solo que… me gustaría que pasara más tiempo conmigo y no tan enfrascado en sus papeles importantes.
Decidí hacer un poco el papel de chica dolida y disgustada. No era que no me sintiera así realmente, ahora mismo sentía más enfado en mi interior que otra cosa. Si no aparecía esta noche, sería otro desplante seguido que me hacía… una ofensa a mi familia que me irritaba a más no poder… Sobre todo porque no podía hacer mucho para evitarlo.
¿Por qué no viniste hoy? Quería bailar contigo esta noche… pensé aun así.
—No te preocupes Eileen, seguro que viene dentro de poco. Tenéis que bailar a fin de cuentas.
—¿Eso crees? —suspiré—. Solo espero poder verlo esta noche un poco.
—Por el momento, ¿por qué no vamos a encontrarnos con las demás? —sugirió Caroline en un tono algo cálido.
Siguiendo su sugerencia, las tres anduvimos por el gran salón, saludando a quienes nos hablaban y me halagaban, sonriendo a quienes me miraban con envidia escondida y a aquellos que sabía que querían acercarse a mí pero por su posición no les parecía digno. Oh, sin duda yo era la chica más codiciada de todo el imperio.
Todo sería perfecto si él estuviera aquí… Somos una pareja impecable. No puede haber nada mejor que nosotros, pensé con orgullo y pena al mismo tiempo.
Tras unos minutos saludando a personas, acabamos juntándonos con el resto de mis amigas, que también nos habían estado buscando.
Pronto me pusieron al tanto de las distintas noticias y cotilleos que estaban a la orden del día dentro de nuestro mundo, algo que, generalmente no me interesaba demasiado a menos que se relacionase conmigo de alguna manera. Sin embargo, sí me interesó saber que la persona que más había querido ver no parecía que fuera a presentarse por trabajo acumulado.
No pude evitar morder mis labios ante esa noticia. Así que no lo vería esa noche definitivamente… Y mucho menos bailaríamos juntos. Quería que todos nos admirasen y dijesen lo maravillosos que éramos…
Qué desperdicio, pensé con cierta irritación, pero sobre todo, con decepción.
Intenté quitarle importancia hacia los demás mientras ponía una cara dulce y alababa al desaparecido en la fiesta, ya que eso solo me haría ver como una mujer mucho más bondadosa y comprensiva, lo que me traía una mayor cantidad de halagos.
Sin embargo, esto haría mucho más complicado el que alguien me sacara a bailar. Las reglas de la aristocracia hacían ver mal que alguien sacase a bailar primero a una dama si no era de su familia, prometido o su acompañante esa noche… Y yo no había traído a nadie, porque se suponía que ese era el trabajo de mi prometido, el ausente de esta noche.
Irritada, despedí a mis amigas mientras las veía marchar para bailar la siguiente canción mientras yo me quedaba tomando algo. Por mucho que quisiera bailar, no podía tener la desfachatez de cometer un error de etiqueta, aunque no es como si alguien se fuera a atrever a pedirme algo tan indecoroso como eso. Además, realmente solo quería bailar con él.
Mientras tomaba un poco de la copa que sostenía con delicadeza, una chica entró en mi rango de visión mientras bailaba elegantemente. Alice Nullhand, la hija mayor de los condes de Nullhand, uno de los condados más importantes del Imperio y que había sabido ascender en importancia a lo largo de su historia. Sabía que su familia era alguien que era mejor tener de aliado; sin embargo, siempre se habían mantenido esquivos a nuestra familia.
Antes recordaba que la condesa era bastante amiga de mi madre. Sin embargo, se alejó después de… ese día.
Una mueca de desprecio asomó en mi rostro al recordar ese evento, llevándome una mano al brazo donde escondía una cicatriz, una marca que no me dejaba olvidar que había pasado años acompañada de un monstruo. Esa lacra nos persiguió durante un tiempo pero al final no supuso demasiado problema para nuestro poder e influencia política. Aun así, perdimos muchas cosas… entre ellas, la amistad con la familia Nullhand.
Con los años había intentado acercarme a la hija mayor pero, aunque se mostraba amable y cortés, también distante y evitaba mezclarse conmigo dentro de lo posible.
Es una lástima. Si ese monstruo no hubiera existido podríamos haber sido amigas, pensé con desazón.
Ese pasado oscuro no desaparecería por más que quisiera, por desgracia. Solo esperaba que no volviese a entorpecer mi vida de nuevo.
—Estás muy concentrada. ¿A quién observas con tanto disgusto? —dijo entonces una voz melódica.
—Oh, Abbie —saludé un poco sorprendida—. No te había visto.
—Eso vi —rio un poco—. ¿Va todo bien?
—Oh, sí. —Volví a sonreír con dulzura—. Todo bien, claro. Solo estaba pensando en algo que me era problemático. Pero está todo bien. ¿Fue bien tu baile?
—Un poco corto —sonrió.
—Entiendo.
Desvié un poco la mirada, para encontrar que varias de mis amigas volvían también. Con el rabillo del ojo observé a Abbie Arahardt, la hija mediana de los marqueses de Arahardt. Se la veía feliz después de haber bailado con su prometido… lo cual podía entender y hasta envidiar en este momento, ya que yo no pude hacer lo mismo.
Así que decidí volver a ser la pobre dama que tenía que aguantar en una fiesta tan importante mientras apoyaba a su prometido ausente porque tenía demasiado trabajo y no podían pasar tiempo juntos. Como era habitual, funcionó para devolver la atención sobre mi persona.
Continué la velada con mis amigas, enterándome de ciertas cosas que me interesaban… hasta que alguien de repente nos interrumpió.
—Mmmmmm… disculpe, ¿señorita Deerfort?
Me giré hacia aquella voz femenina desconocida. Ante mí se encontraba una muchacha, puede que un par de años menor que yo. De estatura similar, con un pelo castaño largo y ondulado recogido en un sencillo semi recogido, rostro dulce de grandes ojos verdes y largas pestañas, labios finos y nariz pulcra y perfecta. Un rostro muy bello, sin imperfecciones; casi parecía una muñeca. Su vestido, aunque se veía adinerado, distaba mucho de la pomposidad y elegancia que yo misma llevaba.
Entrecerré los ojos un momento, intentando vislumbrar quién era esa chica claramente hermosa, pero inferior en estatus por descontado.
—¿Sí? ¿A quién tengo el gusto de conocer?
—Oh… Mi nombre es Hannah Brisure, hija del barón Brisure. Para servirla —se presentó con una leve reverencia.
—Yo soy Eileen Deerfot —sonreí, ocultando mi molestia por su interrupción—. ¿En qué puedo ayudarla?
—Yo… Quería presentarme y presentar mis respetos. Hasta ahora no tuve oportunidad.
La analicé de nuevo con la mirada. El barón Brisure era un hombre conocido por sus escapadas con mujeres corrientes. Había escuchado que tenía una hija, pero que por su estado enfermizo no había salido en demasía al exterior. Ahora veía que era una belleza en auge… Sin duda ya se robaba las miradas de las personas a su alrededor.
De alguna forma, esa pureza en sus ojos y belleza me molestaban, por no hablar que con su posición infinitamente inferior, debería haberse planteado que no podía hablarme así de esa manera.
¿Cómo te atreves?, pensé con enfado.
—Oh, oí que estuviste enferma durante bastante tiempo —dije con una sonrisa aun así con una sonrisa—. Está bien, pero —añadí—, deberías prestar atención a la etiqueta. No cometas más errores.
En un momento la sonrisa de la joven se transformó en una expresión pálida y de terror. Oh, no puede ser que mi advertencia de tanto miedo, ¿verdad?
—Espero que tenga una buena noche… Señorita Hannah.
Sin mucho más, me giré de nuevo hacia mis amigas, ignorando a la joven que esperaba se fuera de mi vista de inmediato.
—Oh, parece que la gente no sabe su lugar, ¿eh? —dijo Abbie entre risitas.
—Eso fue grosero —apuntó Elisabeth.
—La gente de baja clase a veces tiene faltas muy graves… Pero intento señalarles lo importante que es mejorar su educación —argumenté.
La mayoría comenzamos a reír ante el evento acontecido y a burlarnos, tanto que hasta yo me reí de más.
Sin embargo, cuando abrí los ojos, de nuevo, ya nada era lo mismo.
—¿Qué…? ¿Qué ocurre?
Las mismas chicas que hasta hace un momento se reían conmigo, ahora estaban calladas y me miraban con altivez y desprecio. Consternada, entorné los ojos y comencé a demandar explicaciones por esas miradas, pero solo se mantuvieron en su posición sin decir palabra. Extrañada, volví la vista atrás, solo para percatarme de que ya no sonaba nada de música y que todos los invitados me miraban con el mismo desprecio.
Varios cuchicheos comenzaron a ser audibles, haciéndome voltear para ver quiénes los decían, pero solo era capaz de ver a gente mirándome.
—Es ella.
—La chica impostora.
—La desgraciada que hizo caer a los Deerfort.
—Esa zorra que solo era capaz de verse a sí misma.
—Tan despreciable…
—¿Quién…? ¿Quién dice eso? —pregunté con enfado.
—Haría caer a cualquiera solo para obtener poder.
—Desagradecida…
—¡Eh! ¿Quién habla? ¿Quién se atreve a decir eso? —grité, ahora entre enfadada y temerosa.
—Estúpida…
—Vanidosa…
—Por tu culpa todos cayeron, Eileen Deerfort.
Me alejé unos pasos, confundida. ¿Cómo osaban a hablarme de esa manera? A mí, la chica más importante del Imperio.
—Seréis castigados por vuestras ofensas. Yo…
—¿Tú? —dijo la voz de Elisabeth a mi espalda—. No puedes hacer nada.
Noté cómo algo caía. Uno de los adornos de mi pelo se había precipitado al suelo, resonando en la estancia.
—¿Quién va a hacer nada por ti? —habló entonces Abbie—. Nunca fuiste querida. Solo temíamos tu poder.
El hermoso collar que llevaba al cuello cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos.
—La Casa Deerfort es peligrosa… Pero sin su poder, no eres nada.
Una manga del vestido, como si se rasgase sola, cayó al suelo hecha jirones.
—Ojalá hubiésemos podido deshacernos de ti mucho tiempo atrás —dijo entonces Caroline.
La otra manga cayó. Y con cada comentario, todo lo que llevaba puesto iba cayendo al suelo poco a poco. Los adornos del vestido, los pendientes, la pulsera, esas horquillas en el pelo, el vestido comenzó a rasgarse, dejándome cada vez más en una situación poco favorecedora.
—No eres nadie.
Cerré un momento los ojos y grité que se callaran. Pero cuando abrí los ojos, ante el repentino nuevo silencio, ya no pude ver ese salón de baile. Ahora, una plazoleta dentro de un edificio de piedra de altos muros lisos e imponentes me daba la bienvenida.
—¿Qué…?
Conocía este lugar. Era el patio de la prisión de Austerl, en la capital de Kharien, Mereth. Y ahora, sumida en harapos, me encontraba en un lugar que era famoso por ser el lugar de ajusticiamiento de los criminales.
Asustada, retrocedí un par de pasos, solo para chocarme con algo que me hizo llenarme de terror.
El patíbulo.
Entonces, los cuchicheos comenzaron a escucharse de nuevo, percatándome que, de nuevo, una multitud me miraba con odio, algunos señalando el patíbulo con una sonrisa.
—Ahórquenla.
—Mátenla.
—Que le corten la cabeza.
—Su sangre teñirá las calles.
—Parad… Parad…
Asustada, intenté salir de ahí, pero una cadena me sujetaba al cadalso sin posibilidad de escapar. Al fondo, varias personas que portaban varios tipos diferentes de armas, comenzaron a andar hacia mí.
—¡No! ¡No, ayuda! ¡Socorro!
—¡Matadla!
—¡Muerte!
Aterrada, comencé a tirar de la cadena para intentar liberarme, pero no conseguí nada. Pedía ayuda, pero solo recibía más gritos que deseaban mi muerte mientras mis verdugos se dirigían hacia mí.
—No, no, no. Yo no hice nada, ¡no hice nada!
—¿Segura ? —preguntó una voz a mi oído que me hizo erizar toda la piel.
Entonces sentí arder mi muñeca derecha, como si la hubiesen metido en agua hirviendo. Sorprendida por la nueva sensación, grité de dolor y me llevé la extremidad herida hacia el pecho, solo para notar que el brazo izquierdo hacía un crujido extraño, a lo que le siguió un estallido de dolor que volvió a hacerme gritar y caer de rodillas.
Y la sangre comenzó a teñir la ropa destrozada que llevaba. Mi abdomen sangraba. Horrorizada, miré cómo ese líquido rojo comenzaba a caer por el suelo mientras las fuerzas me abandonaban.
—Ayuda…
De rodillas en el suelo, miré hacia abajo mientras las lágrimas comenzaban a caer junto a la sangre. Asustada y confundida, noté que todo se oscurecía y que un desagradable olor a humo se filtraba en el ambiente.
Cuando alcé la vista, una ciudad en llamas me hizo ahogar un nuevo grito.
—No…
Poniéndome de pie con dificultad, observé la hermosa ciudad de Mereth, cómo era consumida por las llamas. La ciudad más importante de todo el Imperio estaba cayendo bajo el poder del fuego.
—Todo lo que parece invencible también puede caer un día —dijo una voz a mi espalda.
Asustada, me giré, solo para ver a mi madre, tan regia como siempre pero mirándome con una expresión de pena y disgusto.
—Madre…
—Incluso la rosa más hermosa se marchita con el paso del tiempo sin los cuidados adecuados —dijo otra voz conocida.
—Padre… —dije tras ver la figura de mi progenitor, con su semblante serio y la decepción escritas en la cara.
—Si no hubieras sido tan vanidosa y cruel, todo podría haber sido diferente.
La Alice del baile me miraba con asco.
—Ahora nadie te echará de menos.
Con una sonrisa cálida y una belleza impresionantes, Hannah me miraba cual ángel vengador, sentenciando mi destino.
—Yo…
—Nunca debió ser tuyo.
El corazón dio un vuelco hacia esa voz. Esa voz masculina, adulta, hermosa y terrorífica a partes iguales. Sintiendo la respiración acelerarse, me giré hacia esa persona con temor. Sus ojos, cual llamas iracundas, me miraban con el mayor odio del mundo.
—Eirian…
—Te lo quedaste todo —continuó hablando, mientras se acercaba—. Mi familia, mi estatus, mi felicidad, mi libertad. Tú me lo arrebataste.
—No, yo…
—Todo eso no debió ser tuyo —dijo agarrándome una mano con fuerza—. Porque nunca tuviste el derecho de llevar ese apellido.
♦ ♦ ♦
Me desperté con un grito.
El dolor y la sensación de muerte continuaron durante unos momentos mientras miraba asustada la oscuridad de mi habitación, la que llevaba ya semanas viendo.
—Un sueño… Solo era un sueño… Una pesadilla…
Temblorosa e incapaz de aguantar las lágrimas, me abracé a mí misma mientras asimilaba que solo había sido un sueño, que no era real, que nada de eso era real. Que no volvería a ser tan miserable, que no volvería a herir a nadie de esa manera, que nunca vería a mis seres queridos a odiarme de nuevo.
Pero todo parecía tan real… El dolor, el horror, la sensación de muerte… Parecía tan real que asustaba.
Asustaba demasiado.