Escrito por Noah
Asesorado por Grainne
Editado por Mich
Fue en la primera semana de Sonnion, cuando la reencarnación de Adela había sido convocada al castillo. Según lo que le habían explicado a Maō, normalmente invitaban a las candidatas a princesa heredera a unas reuniones mensuales para socializar, una forma de realizar alianzas o dominar a la competencia. Y las reuniones de esos meses serían las más importantes al darse pronto las entrevistas matrimoniales y la selección final.
—Después de todo, deben presentar a la prometida de su alteza real antes de su dieciseisavo cumpleaños y solo faltan cuatro meses para ello —dijo Celica con voz suave.
Maō siguió a Celica por los pasillos del castillo con un marcado ceño fruncido en su rostro; seguía molesto con ella por el castigo que había recibido días atrás. Tras aquella discusión, Maō había sido castigado por su impertinencia (¡mentiras!) y lo sometieron a lavarle la boca con jabón. ¡Con jabón! Como si no fuera suficiente sufrir con él cada vez que lo obligan a bañarse.
No me importa lo que digan sobre tener suerte de un castigo leve. ¡Fue humillante! ¡Juró que me vengaré de esa mujer!, olfateó enojado. Pronto, la mirada de Maō se abrió de sorpresa, chocando con al instante con Celica. La joven dama le dio una mirada molesta por encima de su hombro para luego volver a ver al niño frente a ella.
Era un chico no mayor que Maō, siendo solo unos centímetros más alto que él, que tenía un suave cabello lila que enmarcaba su rostro delicado, mientras unas largas pestañas combinaban con su apariencia casi femenina. El joven frunció el ceño, intentando mostrar una mirada dura sobre su rostro suave, e irguiéndose frente a Celica, exclamó:
—Shenite, tenemos que hablar.
Celica estrechó su mirada y mantuvo una expresión fría, accediendo a escuchar al joven. Maō, por su parte, solo podía verlo, mientras lentamente la figura fantasmal de un hombre alto y hombros anchos se iba mezclando con la figura del niño. El cuerpo del azabache se fue tensando, a la vez que apretaba la mandíbula con disgusto. Puede que luciera más infantil y delicado en contraste a su yo pasado, pero Maō lo podía reconocer. Era la reencarnación del mago. Muy pronto, humano. Muy pronto me vengaré por mis cuernos, gruñó por debajo, apretando sus puños con fuerza hasta volver sus nudillos blancos.
—¡No te lo estoy pidiendo, Celica! —exclamó el joven, atrayendo la atención de Maō.
¡Zas! Una bofetada se escuchó en el pasadizo. Las personas que caminaban por allí se voltearon a ver, observando y susurrando sobre la escena. Ha hecho enojar a la hija de la casa Shenite, escuchaba Maō, mientras observaba cómo las reencarnaciones se volvían más hostiles entre sí. Celica tenía un ceño profundo, mirando con frialdad al joven que había abofeteado; por su parte, el joven resopló y le devolvió la mirada, mientras su mejilla se iba enrojeciendo.
—Quién te dio derecho a usar mi nombre tan familiarmente, Isacc Jiminy. Que descaro no conocer los modales mínimos siendo un mago de la corte.
—Hmph, como si fueras mejor con esa horrible personalidad tuya —le dio una mirada sucia. —No lo repetiré de nuevo. ¡Aléjate del príncipe y renuncia a tu candidatura, ahora que todavía puedes!
—De nuevo con esas tonterías. Soy la más digna para ser su prometida y la única que lo comprende realmente… —exclamó Celica, iniciando a caminar, pero Isacc le sujetó la muñeca.
—Deja de ser necia y vete. Vete y no vuelvas a poner un pie de nuevo en el palacio. ¡Te arrepentirás si no lo haces!
Otra contundente bofetada se escuchó. Sin una pizca de remordimiento, Celica se liberó del agarre de Isacc, (mientras éste acariciaba su otra mejilla) y continuó su camino no sin antes murmurar:
—Tal insolencia de un simple plebeyo, que indignante…
El joven tensó su cuerpo al escucharla y apartó su mirada, dejando que tanto dama como sirviente se alejaran de él. Maō le dio una mirada de reojo cuando lo escuchó mascullar algo, mientras los cuchicheos de los espectadores se esparcían por el lugar; pero al final prefirió ignorarlo. No iba a poner atención a todos los insectos que viera. No desperdiciaria así su tiempo.
Siguieron caminando por los pasillos hasta que lentamente el ritmo de Celica fue descendiendo y se detuvo al llegar a unas puestas gemelas.
—Señorita Shenite, que agradable sorpresa —saludó una hermosa rubia, quien llegaba en ese momento. —¡Oh, y qué lindo asistente has traído hoy! —agregó al ver a Maō.
La joven noble era una hermosa mujer, si las miradas intensas de varios hombres decían algo. Con curvas más pronunciadas y un rico busto que revelaba por el generoso escote de su vestido, la joven dama mostraba una presencia orgullosa en su caminar, intimidando en cierto grado aquellas jóvenes de aspecto simple e infantil. Celica se mantuvo relajada frente a ella (¿quizás, porque no perdía tanto contra ella en curvas?) y solo le entregó un simple saludo, entrando al instante al salón junto a Maō.
Pronto, Maō se estremeció ante la cantidad absurda de aromas artificiales, haciendo que arrugara la nariz con disgusto. Maldijo su suerte al ver que se encontraban en un lugar encerrado, pero rápidamente se volvió más asfixiante ante las miradas intensas que recibió de las mujeres aristócratas.
Las mujeres humanas se acercaron a ellos, halagando y arrullando la apariencia exótica de Maō. El rey demonio se le erizó la piel ante la atención y bajó su vista, casi ocultándose instintivamente tras la figura de Celica. Es como estar de nuevo en la ejecución, pensó perturbado.
—¿Han terminado su escándalo? —respondió Celica de forma cortante, callando a las mujeres. —Bien. Entonces iniciemos la reunión. No me gusta desperdiciar mi tiempo en cosas inútiles.
Tras sus palabras, las nobles se calmaron y buscaron sus asientos en la mesa que había en el centro de la habitación. Maō suspiró aliviado y se colocó al lado de otros asistentes, aunque juro ver unas extrañas miradas de varias nobles hacia él. Trató de no tomarle importancia y poner atención a la tonta charla de las humanas para distraer sus sentidos.
La charla en sí era muy extraña, no en el sentido de los temas que tocaban (muy tontos, sinceramente); sino por el hecho que la mitad las mujeres aristócratas mostraban una actitud sumisa hacia Celica y la noble de rubia cabellera de antes, al punto que parecían esperar sus aprobaciones en cada cosa digieran.
—Oh, sería maravilloso intentar la equitación. He visto cierta elegancia en él últimamente, a pesar de ser tan poco femenino.
—No lo creo. Es más entretenido bordar que montar una bestia tan temperamental —resopló una noble al oír a su compañera.
—Gracioso —se burló otra. —Conociendo tus antecedentes, pensé que disfrutabas montar cada bestia salvaje que encontrabas en tus paseos por la capital.
—¡Cómo te atreves…!
—Señoritas, señoritas… respiren, no quieran dar una mala imagen ahora que son candidatas —las calmó la noble rubia, mostrando sonrisa seductora. —¿Por qué no hablar de algo interesante? ¿Quizás, la señorita Shenite, quiera comentar algo?
—Suena interesante la idea de equitación —contestó Celica tomando el té. —Aunque no creo hacerlo. Una dama no debería realizar acciones que van en contra de las reglas de la sociedad.
—Supongo que sí… ¡Oh, eso me recuerda! —miró a la rubia. —Señorita Carneolis, escuche que a se hecho cargo de un joven artista muy talentoso. Es realmente maravilloso ver como la principal mecenas del reino apoya al talento. ¡Y qué no hablar de su extraordinario ojo para descubrirlos!
—Me alagas, querida. —rio esta. —Pero solo disfruto ayudarlos y verlos crecer. Después de todo, mis protegidos son unos lindos jovencitos —miró a Maō y le entregó una sonrisa seductora. —Aunque la señorita Shenite parece tener una mirada tan aguda como la mía. Traer un niño como asistente personal… ¡Debe ser muy talentoso para obtener un puesto tan importante!
—¡Cierto, es tan joven!
—¡Y mira su apariencia, parece un muñequito!
Rápidamente, las nobles empezaron a comentar de nuevo sobre la apariencia del rey demonio; Celica miró por unos minutos la dirección que miraba la señorita Carneolis, pero al final con una voz serena exclamó.
—Hmph, prefiero hablar de cosas más importantes. ¿Qué tal ópera? ¿O es que han perdido la poca cultura que tienen?
—¿Y cuáles óperas disfruta usted, señorita Shenite? —preguntó la señorita Carneolis.
—Las óperas de Villeneuve. Sus historias y música son hermosas.
—Oh, no esperaba que la que señorita Shenite tuviera gustos tan inocentes —comentó la rubia, ganándose algunas sonrisas de otras damas. —Por mi parte, prefiero temas más maduros. Nabokov me concede ese placer con sus exquisitas obras.
Las demás damas se mostraron atraídas por su respuesta, riendo ligeramente o sonrojándose. La charla y risas seguían, haciendo que Maō chasqueara la lengua con molestia al empezar a sentirse inquieto por el lugar. Quería salir de allí, los perfumes de las mujeres humanas lo estaban asfixiando al punto que la cabeza le martilleaba y sus sentidos se volvían dolorosos de soportar. ¡Por qué no se callan de una vez, solo hablan cosas inútiles y tontas!, se quejó el monstruo.
—Por cierto, ¿han oído ese reciente rumor?
—¿Cuál de todos, querida?
—Sobre una joven que se queda en el castillo. Una invitada especial del propio príncipe —dijo la joven, mirando a sus compañera; mientras Celica se paralizaba y miraba de reojo a la dama del cotilleo. —¿Creen que sea otra candidata?
—No lo creo. He oído que ese bastardo de la casa Biotela es quien la acompaña siempre, incluso han pasado algunas tardes en los jardines reales juntos.
Continuaron especulando sobre la identidad de la misteriosa joven, haciendo que el rostro de Celica se volviera sombrío. Pronto, Celica masajeó su frente y vio con disgusto el té; miró a Maō y le hizo un ademán para acercarse, ordenándole preparar un té de Leda.
—Oh, señorita Shenite, ¿beberá un té diferente? —preguntó la señorita Carneolis al verla. —He oído que su gusto por el té es muy refinado. Me da curiosidad probar el té que preparan para usted. ¿Por qué no permite que las demás lo probemos también? —dijo, siendo apoyada por las demás nobles.
Hubiera sido genial si la reencarnación de Adela se negara fríamente o las cortara como había hecho otras veces, pero en su lugar aceptó y le indicó a Maō preparar té para todas. Debe ser una broma, maldijo Maō, chasqueando la lengua, y con pasos pesados se vio obligado a servir a las nobles de la mesa.
Fue en ese momento que una joven noble, pequeña y simple de rostro, se encogió ante una sonrisa seductora y dejó caer su taza de té, regando su contenido sobre el mantel y Celica. La joven dama se levantó al instante y le lanzó una mirada fría haciendo que la minúscula noble la imitara y escupiera toda clase de disculpas, mientras temblaba patéticamente como un ratoncillo.
—¡Oh, qué terrible! ¡Tan bello vestido siendo arruinado de tal manera! —exclamó la señorita Carneolis, mientras sacaba un pañuelo de su manga y acercaba a Celica para tratar de limpiar su vestido. —Señorita Shenite, si lo desea, tengo un vestido extra para que pueda cambiarse. Sería una desgracia perder su compañía, más aún cuando su alteza real podría venir en estas últimas reuniones —le ofreció.
Celica se mantuvo en silencio, mientras sus mejillas se iban enrojeciendo y formaba una mueca sobre sus labios. Le dio una última mirada furiosa a la pequeña noble temblorosa, para luego hacerle un ademán a Maō para que la siguiera. No necesitaba repetirlo, cuando Maō ya estaba intentando escapar del lugar, pero su fuga rápidamente fue interrumpida por las palabras de la señorita Carneolis.
—Señorita Thésouris, querida, ¿por qué no ayuda a la señorita Shenite a cambiarse? Después de todo, fue su culpa haberla ofendido de tal manera. Además, la señorita Shenite no puede ir con un jovencito para que la ayude a cambiarse. No sería decente. Sería mejor si la acompaña usted y mi doncella en su lugar—dijo la señorita Carneolis. —Además, no nos pueden dejar sin té.
Celica apretó los labios con inconformidad, pero aceptó la propuesta de la dama rubia para enojo de Maō. El rey demonio gruñó, listo para gritarle a la reencarnación de Adela, pero se contuvo al escucharle murmurar una orden al oído.
—No la ofendas, pero tampoco aceptes ninguna orden de ellas, indica que tu ama te espera y cuando termines sal del lugar.
Maō olfateó enojado, tratando no de gemir por su maldita orden. Aunque también pudo ser el perfume de la joven al estar tan cerca de su olfato sensible. Celica ignoró la expresión agria de Maō y salió de la habitación, seguida de una doncella y la noble temblorosa, dejando que el azabache siguiera sirviendo.
Maō gimió enfermo, tratando de mantener su pulsó estable mientras servía. Sentía lengua pesada y estaba empezando a sudar, pero todo empeoro cuando llegó al lado de la señorita Carneolis. A diferencia de las demás humanas, ella entabló una conversación con él.
—¿Cariño, por qué no hablamos? —inició la mujer, atrayendo la atención del azabache.
—No —respondió de forma cortante.
—Ah, qué frío~ Pero realmente deseaba saber sobre el pequeño que sirve a la fría y arrogante hija de la casa Shenite —le entregó una mirada a las demás. —Bueno, quizás, todas queremos saber. Es realmente fascinante ver un jovencito como tú por aquí.
—¡Es cierto! ¿Por qué la señorita Shenite no lo exhibe más si lo va a traer aquí?
—Ella nunca se muestra interesada por esas ideas. ¡Es tan aburrida con sus reglas! No me imagino lo que tiene que pasar a diario esta pobre criatura.
—¿Pobrecito, debe ser difícil de servirle a una mujer tan cruel como ella? —arrulló la señorita Carneolis sonriendo seductoramente, haciendo erizar al monstruo.
—¡Oh, yo lo quiero conservar! ¡Lo cuidaría mejor que ella~!
—Imagina tener a tan lindo sirviente. Mira ese rostro, es tan lindo~
—Mmm… Realmente, crecerás para ser un bello joven con esos ojos rojos y cabello negro. Eres tan exótico~ —dijo la rubia, acariciando el rostro de Maō y pasando sus dedos enguantados por los labios de este.
—¡No me toques! —le gritó Maō, golpeando la mano de la humana lejos de él.
Todos lo miraron sorprendidos por su arrebato, causando un terrible silencio entre las mujeres aristócratas. Los sirvientes palidecieron ante su acción, incluso uno de ellos trató de vocalizar algo, pero rápidamente lo calló la señorita Carneolis.
—Vaya, qué actitud tan impertinente tienes… —pronunció la mujer.
Pronto, dio una orden, forzando a los otros sirvientes a salir del salón, quienes miraban preocupados a Maō. En el momento que salieron, ella sonrió de una forma que hizo que el instinto de Maō se encendiera de una forma alarmante. ¡Tenía que salir de allí ahora!
La mujer se levantó y caminó hacia Maō, quien ya se había volteado para escapar de allí, y abrazó al niño. Maō se tensó, sintiendo como ella recostaba su pecho contra su espalda y el fuerte perfume floral lo rodeaba; ella sonrió seductoramente y susurró a su oído:
—Dime, cariño, ¿te gusta jugar con chicas mayores?
—¿Qué…?
—Vaya, ¿nos entretendrás como disculpa? ¡Qué dulce de tu parte! —expresó de repente la rubia. —Entonces que juegos creen deberíamos jugar, señoritas.
—¿Sabrá cantar? —dijo una, levantándose junto a otras damas de sus asientos.
—¡No, mejor que baile! ¡Se vería tan lindo!
Maō trató de liberarse del abrazo de la mujer y alejarse, pero pronto las manos enguantadas de las otras humanas lo sujetaron. Lo empezaron a tocar, entre molestas e incesantes risas, pellizcando y jugueteando con sus mejillas o cabello al punto que entró en pánico. Trató de liberarse, alejarlas de él, pero más manos volvían a sujetarlo. El aire se fue agotando, dejando solo a esos horribles perfumes como lo único para que pudiera respirar.
—Oh, miren. Trata de irse. Que niño tan malo~ Aun no hemos decidido que jugar.
—¡Ah! ¡Me acaba de morder!
—¡Qué salvaje!
—Tengo una idea. ¿Por qué no lo vestimos de niña? Así dejará de ser tan salvaje.
—Oh, se verá tan linda con ese rostro que tiene~
Las mujeres sonrieron y rieron emocionadas por la idea, causando que Maō se tensara y entrará en verdadero pánico cuando sintió que la cinta de cuello desaparecía y la camisa se abría. Tembló. No dejaba de temblar, mientras las manos incesantes seguían sobre él. Gritó que lo soltaran, pateó y mordió buscando su libertad. Su mente se volvió caótica, haciendo fallar sus poderes. ¡Ni siquiera podía invocar su aura! Y por primera vez en siglos tenía miedo.
Él… ah, aire… necesitaba aire… ¡Se ahogaba!
—Realmente, eres tan lindo~ —susurró esa mujer, rozando sus labios contra su oído. —Me encantaría volverte mío~
La mente de Maō se apagó y solo su instinto salvaje y puro fue lo único que se mantuvo luchando ante la situación. De repente, una voz detuvo las manos, permitiendo al pequeño monstruo por fin escapar. Empujó los cuerpos perfumados, guiándose hacia el único aroma que su mente podía registrar como algo familiar, algo seguro, lanzándose hacia ella para refugiarse al momento que oía su nombre.
El dulce aroma lo rodeó, mientras sentía su nariz cosquillear por su frescura, pero la sensación de ahogo aún persistía. Escuchó la voz de esa mujer, haciendo temblar su cuerpo de terror y buscó ocultarse más en aquel cálido cuerpo, sintiendo algo acariciar suavemente su cabeza.
Pronto, un contundente golpe se escuchó junto a chillidos agudos y palabras crueles un tanto difusas que duraron por varios minutos hasta que solo pequeños murmullos nerviosos se escuchaban.
Maō se estremeció cuando sintió que lo cubrían con una tela (una que olía diferente), y trató de acurrucarse más en el cuerpo cálido cuando sintió que lo alejaban de ella. Su vista borrosa se fue enfocando notando la situación frente a él. Las nobles se apiñaban en una esquina con unos rostros pálidos llenos de miedo y pánico. La señorita Carneolis no estaba mejor. Con una mirada baja, la rubia se mostraba sumisa, mientras su mejilla roja se iba hinchando y varios mechones caían por su rostro de su desastroso moño.
—En verdad, eres tan asquerosa. Una maldita cerda asquerosa para hacer esto.
—Se-señorita Sheni… —fue silenciada por otra bofetada.
Alguien se atrevió a cargarlo, haciendo que Maō entrara en pánico de nuevo y su respiración se agitara. No quería que lo tocaran. Su visión se fue oscureciendo y el mundo perdió su sonido, solo logrando escuchar una sentencia fría.
—¡Regina Carneolis, me encargaré personalmente que tú y quienes causaron esto nunca vuelvan a mostrar sus rostros de nuevo!
♦ ♦ ♦
No recordaba cómo había llegado al interior del carruaje, solo imágenes borrosas y que había vomitado en algún momento. Tragó en seco sintiendo el ardor de su garganta, mientras trataba de ordenar su mente revuelta. Constantes escalofríos recorrían por su cuerpo exhausto, mientras sentía como el sudor frío bajar por su cuerpo al punto que Maō castañeaba de frío, pero no quería usar esa tela. Odiaba su aroma.
Los sonidos se fueron volviendo voces ahogadas hasta que la puerta se abrió revelando una joven… Imágenes empezaron aparecer en la mente de Maō: risas burlescas y manos, muchas manos sobre él. Una fuerte ola de pánico lo azotó, haciendo que su respiración se dificultara y su corazón latiera con fuerza hasta que le era doloroso respirar.
—¿Maō? ¡Maō! —una voz lo empezó a llamarlo con urgencia. —¡Maō, respira! ¡Tienes que respirar!
La voz se estaba ahogando entre los fuertes latidos de su corazón, mientras Maō se acurrucaba sintiendo como su estómago se revolvía al saborear el ácido bilis, y se cubrió la boca al instante. Pronto, unas cálidas y finas manos tocaron sus hombros, haciendo que viera a la joven frente a él. Unos ojos plateados lo saludaron junto a un aroma familiar.
—Maō, vamos a contar juntos, ¿sí? Vamos a contar hasta diez. Lo haremos lento.
Maō la miró sintiéndose que se ahogaba, observando cómo la joven iniciaba a contar, repitiendo el uno hasta que él la imitó. Uno. Dos. Tres… siguieron contando de forma lenta, dejando espacios entre ellos para tomar aire. Cuando llegaron al décimo número, Maō se había logrado calmar; pero su cuerpo no había dejado de temblar.
Pronto, el pequeño monstruo se percató de su cercanía y se alejó de ella, buscando una distancia entre los dos. Celica se movió con movimientos suaves y tranquilos, como si temiera asustar a un pequeño animalito frente a ella, sentándose en el asiento del carruaje. Le preguntó a Maō sí podía cerrar la puerta, logrando cerrarla solo tras asegurarle que no le haría daño. En ese momento, el carruaje se movió, causando que Maō se agitara, pero la voz de Celica lo hizo concentrarse en ella.
—¿Maō, sabes alguna canción? —él agitó su cabeza. —¿Quieres que te enseñe una?
La voz de Celica no era espectacular ni bella, era muy normal; pero su voz era suave y para Maō era lo suficiente para mantenerlo tranquilo. Cerró sus ojos, colocando atención en la letra simple y melosa, una canción de amor que cantaba el anhelo de los viejos tiempos. Tengo frio, logró pensar Maō, castañeando sus dientes.
—Maō, ¿puedes ponerte encima el saco? Estás temblando mucho, te calentara —dijo deteniendo su canto.
El azabache negó con la cabeza. Celica trató que hiciera caso con una voz suave pero mandona, pero Maō solo se acurrucó temblando. La escuchó suspirar para luego oírla moverse tras unos minutos después; Maō abrió sus ojos y se tensó al verla sentarse a su lado, pero ella nuevamente le habló.
—Maō, cierra los ojos y cuenta hasta diez.
De mala gana lo hizo y contó. Pronto, sintió cómo un dulce y fresco aroma lo rodeó y cómo su cuerpo se calentó cuando algo lo abrazó. Maō abrió sus ojos asustado, descubriendo que Celica lo estaba abrazando; se tensó y casi entró en pánico pero ella habló al instante
—Sigue contando Maō y yo no dejaré de cantar.
Cantó el estribillo, tarareando algunas partes de ella, y arrulló a Maō como un niño, dejando que el cuerpo de este descansara sobre él de ella. El rey demonio solo se quedó quieto. Por una parte, no quería que lo tocaran, por otra… le gustaba su aroma y era cálida. Tras mirarla fijamente y asegurarse que no trataba de engañarlo, Maō se acomodó y dejó caer su cabeza sobre el pecho de Celica.
—Lo siento. En verdad, lo siento. Debí ser más cuidadosa —dijo de repente entre leves tarareos. —Pensé que ella estaba tratando de humillarme, no esperaba que fueras su objetivo… Yo… —se quedó en silencio y volvió hablar. —No creo que un ‘lo siento’ resuelva mi error… nunca lo hará. Pero puedo jurarte por los… no, por mi nombre, que no permitiré que te vuelvan hacer daño…
Maō no respondió, en su lugar prefirió acomodarse mejor en los brazos de la joven. Ella volvió cantar, una nueva canción igual de melosa que la interior, pero a Maō no le importó y solo la escuchó cantar. Aspiró el perfume que provenía de Celica relajando su cuerpo, mientras sentía como ella lo arrullaba entre la suave melodía y el latido de su corazón, dejándolo dormir en sus brazos.