El Rey Demonio y la Bella Villana – Capítulo 11: Segundo reinicio

Escrito por Noah

Asesorado por Grainne

Editado por Michi


Era curioso ver cómo los humanos habían evolucionado su sociedad de una forma tan lejana y diferente a la que había conocido hace 350 años. Al viejo Fafnir le hubiera interesado…, pensó el azabache, mientras practicaba los trazos que representaban el llamado alfabeto.

Desde el inicio de esa semana, Bertram lo había incluido dentro de las lecciones rutinarias para enseñarle junto a otros humanos educación básica, es decir, aprender escribir y leer en el idioma del reino. Por ello, en aquella modesta sala de la mansión había cierta cantidad de sirvientes aprendiendo, mientras Bertram y Silvana actuaban como maestros.

Ahora bien, según lo que había aprendido: tras su sellado, los humanos se habían repartido las tierras del continente Quiné (como lo llamaban los humanos) y creado varios reinos, entre ellos el reino Moirgenith, donde se encontraba actualmente. También descubrió otros dos continentes. ¡Dos continentes con más monstruos (y esa plaga…) con más territorios que no sabía y no había dominado! Uno era llamado Tsuyo que estaba al oeste y más allá del mar salado; y el otro era Austray que se ubicaba más al sur del mundo. Información que utilizará para conquistarlos después.

Otra cosa que aprendió, era que a partir de la lengua arcana (la lengua original) nacieron dos idiomas derivados: atlas y norn. El segundo era hablado por los reinos del norte, más allá de las cordilleras Edelsteen que dividían el continente Quiné. En cuanto al idioma atlas, era utilizado por el reino Moirgenith y los reinos limitantes a este, además que este mantenía gran similitud a la lengua arcana. Algo muy útil debía admitir Maō, quien hablaba arcano originalmente. Aún Maō recordaba el rostro del anciano cuando este descubrió que podía hablar arcano perfectamente, fue bastante cómica. ¡Le hizo el día!

Olvidando eso, tenía que admitir que aprender sobre la historia de su mundo era interesante, en especial, cuando iba descubriendo los nombres de las Eras que habían transformado el mundo, incluido su época. Quizás cuando aprenda a leer, pueda descubrir más sobre lo que pasó tras ser sellado. Tengo curiosidad de cuál fue nuestro legado tras la guerra, después de todo mi ejército fue el más temible…, pensó Maō con orgullo, mientras observaba los libros que algunos humanos utilizaba para practicar con su lectura.

Pronto, un humano notó su mirada y le sonrió. Maō por instinto apartó su mirada y chasqueó la lengua, tenía que ser el pelirrojo energizante. Ese insecto se había mostrado ¿amigable?… bueno, como un cachorro humano a su alrededor. Mientras no me moleste como lo hace esa alimaña quejosa, no lo empujare por la ventana más cercana, se dijo así mismo, recordando al sirviente castaño, y continuó con la práctica de la letra ‘C’.

Pronto, el pelirrojo se resopló y dejó el libro en la mesa, estiró sus músculos y se levantó, dando unas cuantas vueltas por lugar hasta que se detuvo en el asiento de Maō y miró la caligrafía del niño, haciendo que Maō gruñera. En sí, la letra no era muy ordenada y apenas era legible, pero aún así Maō se sentía muy orgulloso de ella, después de todo, era el primer monstruo en aprender la escritura humana. Fue en ese momento, que escuchó al pelirrojo comentar:

—Vas bien, solo un poquito más y que lo puedas entender, y saldrás de esto. No tienes que hacerlo tan elegante y bonito como esos señores perfumados de labios fáciles.

—¡Rowan, vuelve a tu asiento y termina el capítulo asignado! —le regañó Bertram al notar que estaba fuera de su lugar.

—Pero es tan aburrido. ¿No puedo escoger algún cuento o cosa fácil?

—No, tienes que aprender lo básico del reino —dijo el viejo mayordomo.

El pelirrojo gimió dramáticamente haciendo ver su aburrimiento, pero Bertram lo ignoró y volvió a repetir su orden. El chico (porque solo era más viejo que Celica solo por unos años) suspiró para luego intentar apoyarse sobre Maō, siendo rápidamente repelido por la mirada furiosa del monstruo. Al final, el humano se a recostó sobre la mesa al lado del azabache y le preguntó

—Hey-oh~, pequeño fae. ¿Qué piensas? Di que prefieres un cuento a una aburrida clase sobre el reino.

Maō frunció el ceño y chasqueó la lengua, dándole una mirada de advertencia, para luego resoplar y volver a su tarea, respondiendo a regañadientes:

—Historia.

El pelirrojo hizo una mueca triste, expresando su inconformidad y tratando de hacer un motín sobre las lecturas obligatorias.

—¡Los cuentos de los Abue’s son más entretenidos! ¡Abajo las libros aburridos! —lo miró. —Además, si lees historia vas acabar decepcionado de los humanos. Si no es que ya te decepcionamos —murmuró la última parte para sí mismo, causando que Maō se tensara.

—¿Rowan, ya terminaste tus juegos?

—Por hoy, sí~ —respondió, recibiendo un golpe en la cabeza a manos del viejo mayordomo.

Los demás sirvientes rieron disimuladamente, mientras veían a Bertram regañar al pelirrojo por sus constantes interrupciones, aunque este solo reía como un tonto. Maō lo miró fijamente, pero al final chasqueó la lengua y pasó una mano por su rostro, ¿no era mucho pedir cinco minutos de paz por parte de esas fastidiosas pestes?

Las horas pasaron terminando las lecciones cuando iniciaban con las bases de la aritmética. Cuando por fin salió de allí, Maō ya estaba bastante irritado por todo su alrededor. En verdad, ¿tenía que ir a soportar a la humana? ¿No podía irse por unos días?

Pronto, se percató de unas doncellas que lucían nerviosas y pálidas, escuchando sus murmullos lamentables. Maō chasqueó la lengua y frunció el ceño, marcando más el entrecejo infantil, mientras pensaba en la responsable de ello. Debe de estar de malhumor… de nuevo, resopló el azabache, notando también algunos moretones que presentaba una de las doncellas.

La situación con la humana no había cambiado mucho. Cuando por fin pensaba que se había calmado, la volvían enojar mostrando un carácter peor que un wyvern. En especial, cuando un idiota había traído un rumor tabú a la madriguera: Han escuchado… dicen que han encontrado a la verdadera hija de Ahda…

Cuando Celica escuchó ese rumor, castigó severamente y sin piedad al sirviente y le hecho de la mansión; pero el rumor quedó como un eco dentro de las paredes de la madriguera, haciendo que su señora lentamente mostrará sus colmillos y le escupiera ácido a aquellos que la hicieran enojar. Eso hizo que muchos sirvientes se encontraran nerviosos y alterados, especialmente, aquellos que tenían que servirle directamente.

Después de haber preparado un poco de té, Maō se dirigió a la habitación de Celica. Tocó la puerta y entró en ella, observando como la humana se encontraba sentada en su sillón favorito. La joven parecía muy concentra en sus pensamientos, al punto de no notarlo, manteniéndose murmurando algunas cosas, mientras mordisqueaba su pulgar derecho de manera constante hasta volverlo rojo y su mirada se volvía más oscura a cada minuto.

—Si pudiera evitar que la presenten públicamente… ¿Debería arruinar su debut…? Si fuera indigna para ello por su educación plebeya, quizás sería rechazada por los nobles… eso podría ayudar…

Sin tomarle importancia, Maō solo sirvió el té y le entregó la taza, atrayendo la atención de la joven. Celica al instante se detuvo y mostró una mirada amenazante, pero al final solo tomó la taza. Sin embargo, en el momento que se colocaba espacio entre ellos, Maō observó cómo Celica dejaba el té con cierto desdén.

—Olvidalo, quiero té de lavanda. Ahora.

Maō frunció el ceño, pero no dijo nada más que un simple asentimiento. Salió con el té intacto y regresó después con el té nuevo. Lo sirvió y se lo entregó a Celica, quien ahora estaba leyendo un libro. Pero de nuevo la misma situación volvió a suceder: ella se molesto y ordenó el té que anteriormente había desechado. Maō apretó la mandíbula y entre dientes aceptó su insolencia, realizando la misma orden varias veces hasta que la paciencia de este se acabó.

—Decídete de té, maldita mujer —masculló por debajo, mientras recogía de nuevo el té.

Un golpe en seco se escuchó en la habitación.

Maō se quedó quieto por unos segundos para luego ver a la humana, mientras tocaba su mejilla caliente. Lo había abofeteado. Esa maldita humana se había atrevido atacarlo. La joven dama lo miró fijamente, mostrando una mirada furiosa en sus ojos plateados.

—Veo que Bertram no ha podido disciplinarte. ¿Quizás debería yo disciplinarte para ser dócil y mostrar respeto a tu amo?

—Primero, gánate mi respeto y luego pensaré si debo obedecerte o no —replicó el azabache molesto.

De repente, un florero se estrechó contra la pared a solo unos centímetros de la cabeza del rey demonio. Maō estrechó su mirada hacia la cerámica y flores sobre el suelo y luego volvió a ver a Celica. La joven se había levantado de su asiento y sujetaba otro objeto para lanzárselo, haciendo que Maō chasqueara la lengua.

—¿Eso es que tienes para intimidarme? Patético —dijo mirándola por debajo. —Por lo menos apunta a la cabeza, ¿o es que no puedes?

Las mejillas de Celica se enrojecieron, mientras ahogaba un bufido de indignación, casi lista para armar una escena frente a él. Maō solo le entregó una sonrisa burlona, haciendo que la joven empezará a temblar de cólera.

—¿Ahora un berrinche? Ja, solo eres un mero cachorro que juega al alfa aquí. Vuelve a retarme cuando puedas ser digno de mi mirada.

—¡No quiero escucharlo de un niño!

—¡No soy un niño!

—Eres un niño con una boca inteligente. Ni siquiera puedes comprender lo básico dentro de esta jerarquía. ¡Debes obedecerme como tu ama! —sujetó el libro con fuerza y se lo arrojó a la cabeza a Maō, pero el azabache lo esquivó fácilmente.

—No me hagas reír. Solo has mostrar una estúpida e ilógica actitud para reforzar una jerarquía falsa aquí. Eres tan patética y débil que me enferma solo verte —gruñó con disgusto. —Yo no bajaré mi cabeza a tal humillación y nunca moveré mi cola como los insectos que llamas sirvientes. ¡No me arrojes a su mismo nivel, mujer!

—Por jerarquía y linaje, estoy sobre todos ustedes, incluido tú mero perro callejero. Soy su señora y yo decido sobre esta casa, todos se someten a mí sin importar que…

—¿Ah, en serio? Curioso, teniendo en cuenta que ese rumor de la doncella sagrada aún se escuche por la madriguera a pesar de tus órdenes —Celica cerró la boca y apartó la mirada, haciendo que Maō enganchará su sonrisa. —Todos hablan de ella, de esa joven. Realmente lograste controlar a tus perros. Buena disciplina, ama.

—¡Cállate, no menciones a esa mujer frente a mí! —gruñó Celica, cubriéndose los oídos, mientras mostraba una mirada ennegrecida. —¡No la menciones nunca!

Maō alzó una ceja al escucharla y olfateó molesto. ¿Esto era causado por ella? Bueno, a ver si comprendía la compleja y tonta mente de esa patética humana: la reencarnación de Adela tenía ese terrible temperamento solo porque estaba enojada con esa humana del templo y lo estaba dirigiendo hacia ellos. Pero, ¿por qué? Solo se habían visto una vez, ni siquiera hablaron directamente. ¿Por qué estaba tan furiosa con ella?

—Porque ella es la doncella sagrada… —respondió Celica con un suspiro, sorprendiendo a Maō.

El rey demonio la miró, percatandose que había hablado en voz alta sus últimos pensamientos. La observó sentarse en el sillón, mostrando un rostro angustiado y lleno de desesperación, la misma expresión que había tenido al terminar esa fiesta. Maō chasqueó la lengua y colocó la bandeja en una mesa cercana (lejos de ella), para luego dar unos pasos por la sala, mientras observaba a Celica.

—No es para ustedes, ella, un símbolo de esperanza y esas basuras… Entonces dime, ¿por qué, tú, un humano, la odiaría?

—Quizás para los demás —rio amargamente. —Pero para mí, ella es la encarnación misma de la desesperación. ¿Por qué tuvo que aparecer ahora? ¿Por qué Lariel tuvo que conocerla?

Maō no contestó, en su lugar prefirió recoger los trozos rotos del florero, tomando las rotas y arruinadas flores campanas. Las tomó y observó los pétalos caídos y el tallo débil que apenas podía sostenerlas. Fue en ese momento que escuchó a Celica murmurar para sí misma:

—¿Por qué Ahda la escogió a ella?, ¿por qué no me concedió ese don a mí?, ¿se supone que soy un error?, ¿por eso nací sin sin él?, ¿por qué?, ¿Dioses, por qué?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Maō, pero ella no respondió. El azabache chasqueó la lengua y agregó. —Los dioses son seres crueles y egoístas. No les importa realmente nada más que su supuesto orden. Sí contestan, solo es para burlarse de ti.

—Eso no me tranquiliza. Solo me dices que seré desechada…

—Nunca busqué tranquilizarte —respondió Maō, acariciando su mejilla. ¡Maldita humana y sus arrebatos! Le romperé la muñeca si lo intenta hacer de nuevo.

—Tan impertinente como siempre… incluso así, ¿no me mostraras piedad?

—No —se encogió los hombros. —Nunca he sido un ser compasivo.

—Tú como los demás —murmuró la joven, se quedaron en silencio por unos minutos hasta que ella volvió hablar. —Lo sabes, ¿cierto? Sobre las historias de la doncella sagrada… que ella tiene ojos plateados…

—Tan plateados como la luna. Lo sé —le interrumpió Maō. Yo conocí a esa mujer.

—Los mismos ojos que yo tengo… —dijo cubriendo sus ojos con sus manos, como si tratará de ocultarlos.

Maō se mantuvo en silencio, prefiriendo en su lugar terminar de recoger el desorden de la habitación. Cuando terminó, observó cómo la joven se había acurrucado en el sillón, luciendo tan frágil como un pequeño animalillo herido. Pronto, ella miró las flores que Maō había dejado sobre la mesa.

—Realmente irónico. Incluso imite a Ahda en eso —el rey demonio la miró, dejando que continuara. —Ella ama los lirios de corazón azul… y yo los lirios de valle. Ni siquiera puedo alejarme de esa ilusión. ¿Qué tan patética tengo que ser para ella? Su hija apareció por fin y una imitadora llora por ello.

—No está decidido… —dijo Maō, recordando que por esta humana frente a él, el mundo había sido reiniciado para salvarla.

—¡No es cierto! Ya lo está. No soy su hija, nunca fui quien el mundo espero. Solo soy una imitación de una falsa ilusión.

—¡Deja de decir tonterías…!

—¡Eres un niño extranjero, tu no lo entiendes! El corazón de Ahda es la única evidencia para mostrar a la verdadera hija de Ahda y el mundo la escogió a ella…

Un golpe sordo silencio sus palabras, haciendo que Celica alzara su vista, encontrándose con la mirada rubí del niño. Maō estrechó sus ojos y se acercó al rostro de ella, mientras apoyaba sus manos sobre el sillón, una a cada lado de la cabeza de Celica. Coló su rodilla entre las piernas de la joven en busca de equilibrio, percibiendo el dulce y fresco aroma de ella, y con voz firme exclamó.

—No me importa lo que diga el mundo. ¡Yo decidiré quién dice la verdad! Seas una imitación o lo que quieras rebajarte, lo descubriré por mí mismo y será esa mi única verdad que escucharé. ¡Entonces, no declares las cosas que no son ciertas!

Se alejó de la humana y tomó la bandeja donde había colocado los restos rotos del florero. Ya había hablado mucho para su gusto y prefería alejarse de ella antes de iniciar una nueva discusión o ver un berrinche. Pero en el momento que intentó irse, la escuchó preguntar:

—¿En verdad, crearás en tu verdad aun si el mundo dice otra cosa?

—Sí.

—¿Lo juras por los dioses?

Maō la volvió a ver, observando en el rostro de la joven dama una curiosa emoción… ¿Era anticipación o simple interés en las palabras que diría? El rubí y la plata mantuvieron el contacto visual y sin perderlo Maō respondió:

—No creo en esos seres irresponsables para prometer algo. Pero si quieres mi palabra… —esbozó una sonrisa torcida. —Te lo juro por mi nombre.

Ante aquel juramento, Celica mostró una expresión de sorpresa, ganándose la risa del rey demonio; sin embargo, Maō acabó deteniéndose cuando la escuchó a ella reír. Frágil y casi fantasmal la suave risa iluminó su rostro cansado. Maō solo bufó indignado. Cómo se atrevía a burlarse de mi juramento. ¡Humana insolente! Y sin mirar atrás, salió de allí rápidamente, pero juró por un instante escucharla murmurar algo que lo sorprendió.

—Realmente eres un niño extraño… —murmuró para sí mismo. —Pero por ahora, creeré en tu inocencia hasta que también me abandones…

Maō cerró la puerta y se quedó quieto. Respiró profundamente, no era importante, ella solo era uno de los posibles sacrificios y si lo que entendió era correcto, ella no tenía el atributo santo como la otra humana. Eso explica porque no siento como mi sangre arde a su lado… Ambas esencias no chocan una contra otra, porque no existe en ella…, pensó.

Si se basaba por la evidencia lógica y obvia, era claro que la mujer del templo era la hija de Ahda al ser la única en poseer el atributo santo, un poder que no pertenecía naturalmente a los humanos sino a seres divinos, y debería secuestrar y sacrificarla sin perder tiempo. Pero no eran tan tonto para no notar que habían algunas cosas que no calzaban. Primero, ¿por qué Ahda reiniciaría el mundo si esa chica no era su hija verdadera? ¿Simpatía, piedad, una burla? Segundo… Realmente se puede considerar una segunda incoherencia el color de ojos. Pudo haberlos heredado como linaje y solo esté pensando de más…

Pasó su mano por su rostro, exhalando un suspiro acompañado por un chasquido de su lengua, y empezó a caminar, revelando una sonrisa maliciosa sobre su rostro. Bueno, no importa, por ahora sería un simple observador y tal como había jurado por su nombre de monstruo, descubrirá quién es la verdadera hija de Ahda. Y ni dioses, ni humanos, ni monstruos lo convencerán de lo contrario cuando de su veredicto final y la arrastre hacia su guarida.

Oh, de eso pueden estar seguros…

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