Escrito por Iszeth
Asesorado por Maru
Editado por Tanuki
Los cantos habían terminado. En su lugar, escuché gritos.
Las luces del techo que se parecían a las imágenes de los cuentos donde usaban magia, se habían ido, al igual que tú, mamá.
—Ah… es verdad. Moriste.
¿Moriré también?
Levanté mi cuerpo del lugar donde estaba acostado. Oscuridad, todo es oscuridad y sombras moviéndose frenéticamente, asustados. El que las luces brillantes de lo que se parecían a los círculos mágicos se fueran tan abruptamente, nos encegueció.
Los gritos se vuelven más caóticos; suena como a cuerpos chocando unos contra otros, palabras revueltas que ya he escuchado antes. Órdenes de sumisión.
No puedo moverme. Si me muevo, moriré.
¿Y no es eso lo que busco? Ah… lo sabía, soy un cobarde, mamá. No puedo dar el paso definitivo para ir a donde estás.
La eternidad se hizo presente en el transcurso del tiempo en el que todo se calmó. Luces tenues empezaron a iluminar el lugar, una a una, sostenidas por hombres vestidos uniformemente de negro; sombras, con caras cubiertas y un escudo de una rosa azul en el pecho.
Otros de ellos, mantenían a hombres con túnicas largas color azul oscuro en el piso. La escena, me hizo recordar cosas que no quería que volvieran a mi mente. ¿Habrán venido por mí? No, no, no, no, no, no. ¡No!
—No quiero regresar con ellos, mamá. —Mi voz se escapó en un susurro lleno de miedo. Mis pantalones se habían humedecido con el terror líquido de la reminiscencia de aquellos días dolorosos.
Entonces, una sombra más pequeña se acercó a mí; aún lleno de miedo, su apariencia no era más que una mancha borrosa que amenazaba mi vida, mi paz. Otra sombra más alta, a su lado, empezó a hablar en voz baja, con un tono amable y frío.
—No queda mucho tiempo, su alteza.
—Lo sé —respondió la sombra pequeña. Entre más se acercaba, su figura se iba aclarando. Por reflejo, por miedo, por el terror ciego que me acompañaba en la memoria, retrocedí hasta que mis manos encontraron el final de aquella cama de piedra en la que me hallaba. Me petrifiqué antes de darme cuenta de que aquella sombra que tenía el tamaño de un goblin, en realidad, era un niño como yo.
Sus ojos rojos me habían hecho pensar que era un ser monstruoso, pero al poder mirar su cara, la vi a ella. Era como mamá en los buenos tiempos.
Su sonrisa cálida, su mirada tranquila. Vestía como si fuese un ángel, con su ropa blanco y dorado, sin una mancha, sin una arruga. Su cabello brillaba como el oro, y, al mirar ya con otra perspectiva, sus ojos parecían gemas como las que mamá usaba.
—Hola, Lars. Mi nombre es Igfrid. —Su voz fluía como una canción. Su cara de niña, tan inocente, me invitó a bajar mi defensa. ¿Era posible que alguien como yo fuese salvado? Este niño hermoso ante mis ojos, extendía una mano frente a mí, como un dios todopoderoso que se dignaba a ayudar a un gusano.
Yo, dudé. Temí, abrazándome a mí mismo, manchar a aquel ángel que había venido. Pude escuchar en algún lugar, el sollozo de mi madre, y el mío.
Había alivio, frustración, miedo… y algo nuevo que se levantaba en mi corazón. Agradecimiento, ira… odio.
Odiaba al mundo que había ignorado mi sufrimiento y el de mi madre. Odiaba a aquellos que habían abusado del débil. Odiaba a todos, menos a aquel que se dignó a voltear al piso donde alguien miserable como yo se arrastraba.
El nombre de mi dios, ahora, era Igfrid.
—Si te ofrezco el poder para vengarte, ¿lo tomarás? —La luz que irradiaba mientras decía estas palabras lo hacían ver como un milagro. Aquel ser divino en forma de niño que se me había presentado me ofrecía algo que no había pensado, algo que ignoraba.
¿Podía vengarme? ¿Podía ver cómo aquellos que lastimaron a mamá y a mi lloraban como nosotros lo habíamos hecho?
Oh, mamá. ¿Podré hacer que vuelvas a sonreír si hago que la desgracia caiga sobre sus cabezas?
Vi a mi madre a mi lado, con su rostro triste y su cuerpo lleno de moretones. Asintió. Me miró a los ojos con esas ojeras que había tenido los últimos días; sus labios resecos se movieron lentamente, susurrándome hazlo… hazlo…
—Sí —respondí—. Lo haré.
—¿Incluso si lo que tienes que pasar para obtenerlo sea doloroso?
No hay nada más doloroso que lo que mamá vivió. Lo sé porque yo también lo sentí.
—Sí.
Un hombre de túnica, aplastado bajo el pie de uno de aquellos que vestían como sombras, gritaba. No pude entender lo que decía, o quizá, realmente no me importaba.
—Mamá, el dios que me ha salvado, nos dará justicia. —Es en lo único que pensaba.
Pidió que me recostara en aquella cama de piedra en la que estaba. Mi respiración se aceleró. No tenía miedo, era algo más. Era algo parecido al nerviosismo de cuando esperas algo que siempre habías deseado.
—Bajo el nombre de Uruk, Dubet, Arne, Imah, Nergal. Dioses de este mundo, y dioses de muchos mundos, la sangre y la espada, la vida y la muerte. Vencedores de los antiguos, el alma de este ser sea atada. A mi nombre, su voz responderá. A mis deseos, su cuerpo se moverá. Alfa y omega, encarnados en cuerpos encadenados por el alma…
Los círculos mágicos, ahora estoy seguro, que había visto en el techo, volvieron. Pero, eran diferentes. El niño llamado Igfrid, con los ojos brillantes como un fuego fatuo, empuñaba una daga luminosa. No tenía miedo, sin embargo, no podía moverme.
No sabía qué estaba pasando, pero, algo doloroso empezó a quemar mi cuerpo cuando la daga tocó mi piel. No había daño, no había sangre, y sin embargo, dolía. Dolía, pero no dolía tanto como los años con padre. No dolía tanto como lo que viviste, ¿verdad, mamá?
No recuerdo bien, pero cuando el dolor paró, los círculos del techo volvieron a ser como antes de que Igfrid llegara. Algo, como agua, me empezó a tragar. Frío, relajante, me engullía hacia algún lugar desconocido mientras escuchaba la voz de Igfrid susurrando cosas como si fuese un canto, en un lenguaje desconocido.
Vagando en aquella oscuridad, me encontré con alguien. Otra sombra, igual a mí, llena de odio, de resentimiento. Pero le faltaba algo, tenía una gran cicatriz en el pecho. Entonces, me di cuenta de que yo también tenía una donde él. Creo, que ambos ahora éramos yo.
Yo y yo nos pusimos frente al otro. Él lloraba, no sé cómo, pero se lamentaba de algo.
—¡Nos ha robado! —gritaba aquel ser sin boca ni ojos, una sombra pura de oscuridad—. ¡Nos ha robado y nos convirtió en esto!
—Por mí está bien —le respondí.
—¡Tú ibas a ser mío! En cambio… sólo jugó con nosotros y nos está fundiendo, como si fuésemos agua y azúcar.
—¿No eso es lo que querías?
—¡No así!
—Sin embargo, los dos tendremos lo que queremos, ¿no?
La sombra se retorció. Envolvió mi cuerpo y aquella oscuridad entró en mi piel.
—Venganza, venganza, venganza para todos. Me vengaré, me vengaré también de él.
—No —contesté—. La venganza sólo será mía y de mamá.
Oh… esto me confunde. Es un poco tenebroso. ¿Y podrá él controlarlos?