Escrito por Iszeth
Asesorado por Maru
Editado por Tanuki
En Lothien, el Rey usualmente tiene dos Reinas y muchas consortes; mi progenitora es la Segunda Reina: Rosemarie Wittgestein.
Su belleza deslumbrante había sido producto de cientos de generaciones de mezclas entre las líneas de los magos fundadores. Básicamente, toda la nobleza era descendiente de aquellos padres de la nación, y entre más dorado con tonos plateados fuese el cabello, se consideraba que la línea familiar era más pura.
Sólo la familia real poseía los ojos rojos.
Mi hermano, mi padre y yo, todos teníamos los ojos en distintos tonos del rojo. Mi abuelo también. Parecía ser que sólo los varones lo podían heredar.
Este color peculiar, se supone, era la marca de un contrato entre la familia real y uno de los dioses. Mientras la familia real conserve esa marca, el país seguiría de pie.
Obviamente, eso era sólo un cuento para niños. Estaba seguro de que nuestros ojos rojos sólo eran una simple manifestación física de nuestra afinidad a acumular mana de manera colosal.
Pero el hecho de tener tal potencial, no significaba que sabrás cómo usarlo. La cantidad de mana que puedes recoger y utilizar no garantiza que serás el mejor mago, incluso en la familia real, el uso de la magia, aunque era superior del promedio, no era extraordinario. Yo mismo, nunca fui capaz de explotar todo mi potencial mágico hasta que fue demasiado tarde. El poder del mago no sólo dependía de su capacidad de almacenar y utilizar el mana, si no también de su intelecto y su dedicación a la teoría. Alguien con un mana desbordante pero idiota, no llegaría a ser más fuerte que un soldado. Se necesitaba niveles superiores de control del mana propio para ser un excelente mago.
Ahora, yo estaba seguro que era el mago más fuerte de esta generación, pero en la línea original del tiempo, nunca supe realmente hasta dónde podía llegar, ya que no me había enfocado en expandir mi conocimiento mágico hasta que fue muy tarde.
En primer lugar, no me había interesado por la magia gracias a mi progenitora
La segunda Reina era una mujer muy codiciosa, tan codiciosa que incluso urdió un plan para simular un atentado contra mi vida cuando apenas cumplí los seis años, sólo para ganar adeptos a mi facción e inculpar a la facción de Sigurd. Gracias a ese incidente, se desencadenó mi fiebre de mana y perdí parte de mi fuerza física.
Tristemente para ella, yo sabía que la causante de todo había sido mi propia progenitora gracias a mi habilidad de nacimiento lector. Aunque me era imposible leer la mente de la mujer que me dio a luz, pude hacerlo con el culpable del intento de asesinato. Para mi yo de seis años, esa noticia fue un shock, y las pretensiones de poder de mi progenitora me asquearon. Entonces, luego de superar la fiebre de mana por estrés, decidí salir de la contienda por el trono. No necesitaba a una mujer como ella que deseaba más el poder que a su propio hijo. Incluso en estos momentos, con mi segunda vida a cuestas, seguía pensando lo mismo. Cumpliría sus caprichos, no para agradarle, si no por el bien de algo mayor a ella y a mí.
Había llegado un año antes de que el atentado sucediera. Podía evitar perder mi fuerza física si anulaba el evento que desencadenaría mi enfermedad.
Para todo aquello, primero tenía que hablar con esa mujer.
Sin máscaras, claramente.
Entonces, la mañana siguiente a mi regreso, pedí verle.
No era extraño que su hijo clamara por verla, mi yo de esa época en la línea original aún deseaba un poco del amor maternal de ella. Rosemarie, advocada siempre a mi preparación como príncipe candidato, me procuraba bastante… claro, hasta que descubrió que sus pretensiones no podrían ser cumplidas con un chico inservible como el que había construido.
Más que nervioso, estaba frustrado. Era nauseabundo el hecho de pedir prestado el poder político de la segunda Reina para todos mis planes, pero mi yo de cinco años no podía hacer nada por sí mismo. Debía bajar mi cabeza para poder moverme libremente, y en cuanto adquiriera el suficiente poder por mi cuenta, la desecharía como ella lo hizo conmigo en mi otra vida.
Como acostumbraba, ella permanecía en el despacho junto a sus habitaciones hasta el mediodía mientras se hacía cargo de los libros administrativos del palacio del placer.
Aquel despacho lo recordaba muy borrosamente. La última vez que había estado allí tenía doce años, mientras ella, con su mirada de color dorado llena de desprecio, me exilió hacia la torre oeste debido a mi incapacidad mental.
Tal y como aquel día, la luz del sol matinal entraba por las amplias ventanas, haciendo brillar cada objeto dorado del inmobiliario. Todo en aquel lugar estaba bañado en oro y rojo. Oro como el color de sus ojos, de apariencia cálido pero de tacto frío y banal.
En cuanto me vio entrar, dejó a un lado los libros en los que estaba ocupada. Siempre tan ella, preocupada en mi aspecto, en mi educación y tan poco en mi persona como su hijo y no como su herramienta.
Mi rostro, a los cinco años, se parecía al de ella. Tan blanco como la nieve, con ojos grandes y labios pequeños. Mi rostro, el de una niña… Rosemarie había hecho que odiara esas facciones. Pero mi Canaria amaba esta cara maldita. Mi Canaria me hizo amar estos rasgos que había odiado durante casi toda mi vida.
Canaria, quiero verte.
El tacto de aquella mujer, en su vestido color rojo como acostumbraba, me causó repelencia. No quería caricias de otra dama que no fuesen las de mi adorada esposa. No me di cuenta, pero me había quedado estático ante su afecto, esperando a que el trago amargo pasara.
Con una cara de preocupación (obviamente, estaba preocupada de que su preciada herramienta estuviese dañada), me miró a los ojos.
Su cabello gris azulado caía de un lado mientras torcía sus cejas en un acto exagerado, intentando que el niño de cinco años frente a ella le contara lo que le sucedía.
Aquellas pantomimas, en mi corazón de infante, hubiesen funcionado. Pero no ahora. En esos momentos conocía los verdaderos colores de mi progenitora. Su apariencia delicada y tierna, más joven de lo que era, con una cara infantil que no congeniaba con su personalidad, podría engañar a todos, menos a mí.
— ¡Oh!, Igni, ¿qué te ocurre, cariño? –Su fingida voz cariñosa me causó icor cerebral. Realmente, yo era incapaz de soportar tanta hipocresía.
— ¿Podríamos hablar a solas, Rosemarie? Seriamente –El rostro de aquella mujer que me dio a luz cambió por completo cuando le hice aquella petición con un susurro en el oído. Probablemente, se había dado cuenta de que algo en su tierno hijo había cambiado. Bien dicen que las serpientes pueden detectar a otras serpientes cuando están cerca.
Se incorporó dignamente, y con un semblante estoico, pidió a sus doncellas que nos prepararan el té en su sala de estar adjunta.
La sala de té oculta tras su despacho era como todas sus posesiones: desbordaba exuberancia y lujo; esta mujer banal que me dio a luz no había escatimado en crear su ambiente ideal digno de la realeza según su punto de vista. Su estilo recargado y pomposo me mareaba.
Sentados uno frente al otro, las doncellas de rostros olvidables y vestidos modestos nos sirvieron rápidamente. Parecía incluso que estaban acostumbradas al rápido servicio cuando Rosemarie les ordenaba por algo.
Con un ademán de la segunda Reina, las doncellas salieron tan silenciosamente como habían llegado, dejándonos a solas.
— ¿De qué querías hablar tan diligentemente, cariño? –Su voz modulada para parecer dulce y gentil seguía enfermándome, sin embargo, ella ya no utilizaba un lenguaje estúpido como el que se utilizaba usualmente con los niños pequeños.
La miré a los ojos. Su cara de póker estaba ahí, sonriente y complaciente, como cualquier mujer con sus hijos, pero bajo esos ademanes y esas palabras dulces, una serpiente anidaba.
Bajé mi taza de té suavemente sin quitar mis ojos de los suyos.
—Basta de máscaras, Rosemarie. Quiero hacer un trato. —Sonriente, traté de decirlo suavemente, con un tono tan bajo como para que sólo ella pudiese escucharme. No podía confiar en la privacidad de este lugar, incluso si era un lugar preparado por ella. Creo que, precisamente porque era un lugar preparado por Rosemarie, mi cautela permanecía.
—Ara… ara… —Sonrió ella. No era la misma sonrisa tonta que mostraba a los nobles y súbditos. Esta vez, estoy seguro que era su sonrisa real, una que alguien pone cuando sus planes van acorde a lo que pensaba. –Mi hijo al fin muestra sus colmillos.
La miré largo rato mientras se deleitaba con lo que acababa de descubrir. Su pequeña herramienta había demostrado que tenía potencial por sí solo, y ello le complacía de alguna manera torcida.
—Bueno, Igfrid, entonces… ¿qué trato era ese que tanto te interesa? —Los delgados dedos de Rosemarie jugaban con el borde plateado de su taza de té. Su sonrisa real había sido desechada nuevamente y se había puesto la máscara de mujer de familia amorosa.
—Seré el príncipe heredero. A cambio, quiero libertad de movimiento y acción. —Aunque nuestros ademanes eran los de una familia cariñosa que hablaba de cosas felices, nuestra mirada y nuestra conversación era completamente anormal. El príncipe menor, con apenas cinco años, le estaba pidiendo a su progenitora libertad a cambio de derrocar al hermano mayor.
—Ah…. —ella empezó a reír quedamente, como si le hubiese contado un chiste. —Oh, cariño, que seas el príncipe heredero ya lo había decidido desde hace mucho, mucho tiempo; antes de que nacieras siquiera. —Rosemarie acercó su rostro al mío mientras me acariciaba las mejillas. —Como mi preciado, divino tesoro, ¿crees te que dejaría andar libremente por ahí? No puedo permitir eso.
Tomé una de las manos de quien me dió a luz entre las mías. ¿Qué se había creído ella? Rosemaríe, con su actual poder político, era poco más que una concubina y un poco menos que un duque. Muy pocos nobles habían entrado a su facción, y ella estaba consciente de ello. ¿Creía que por ser su hijo lo pondría fácil?
—Pero, Rosemaríe, sé lo que planeas hacer. Y si yo lo sé, otros pueden enterarse también. Conozco todo lo que tu pequeña y hermosa cabeza quiere y lo que piensa hacer para obtenerlo. Eso es malo, Rosemarie. Como tu preciado y lindo hijo, no podría hacer nada para evitar que otros difundan rumores, ya que no tengo tal poder. ¿Qué haría entonces, si llegase a oídos del rey? ¿Qué haría un pequeño y pobre segundo hijo sin su querida progenitora?
La cara de Rosemarie se contrajo en una mueca de enojo. Oh, sí, querida, tu propio hijo te había amenazado. Por el bien de tus planes, tendrás que darme lo que quiero. Soy tu única carta para tus aspiraciones desde que el Rey no te voltea a ver siquiera.
—Tú… ¿quién…? —Su voz siseaba como una serpiente. Ella sabía que había heredado la capacidad lector, y también sabía que entre las personas a las que no podía leer la mente, Rosemarie encabezaba la lista.
En efecto, Rosemaríe originalmente es quien me dio la capacidad de lector por medio de su sangre. Por ese motivo, ella pensó que yo nunca me enteraría de sus planes. Lector no era omnipotente, cualquier persona con una habilidad de nacimiento parecida podía repeler mi sondeo mental, e incluso darse cuenta fácilmente de donde provenía la interferencia si es que de alguna manera lograba entrar a su cabeza. Por eso, Rosemaríe estaba asustada. Porque sabía que yo había llegado a la conclusión por mi cuenta sin necesidad de utilizar lector, y eso le daba pavor.
—No puedes arriesgarte a tanto, ¿verdad, querida Rosemarie? No desde que Padre te ha delegado a las sombras. —Era el momento de retirarme. Esta primera batalla, ya la había ganado. Me levanté de la mesa, y con un beso en su mano, me despedí.
Antes de irme, hice una última petición.
—Esperaré por una de tus rosas especiales, Madre.
Esa fue la primera y última vez que me dirigí a ella con ese título.
El siguiente capítulo ya se encuentra disponible en la edición 32 de Kovel Times. ¡Ánimo, historias originales!
Me mata la envidia, hacer lo mismo que el príncipe. No lo de la madre aclaro.
Pero volver a empezar sabiendo que salio mal, que podría ser mejor.
Tengo una buena vida pero también muchos arrepentimientos.
Bueno el paso por mucho antes de poder volver por su amada….
jajajaja eso te pasa por zo#$@. jpg
Realmente disfrute este capítulo
Uf cuanta tensión
ESO FUE GENIAL! PUM! En la cara de esa descorazonada madre. Ja! Quería utilizarlo como herramienta? Pues nuestro niño ha volteado las piezas a su favor.
PD: Lo repito, me encanta la forma en que narras.