Escrito por Noah
Asesorado por Grainne
Editado por Michi
—Pequeño, ¿quieres unas flores? —le preguntó una mujer, mostrando un grupo de flores diferentes en un ramo.
Maō retrocedió un paso al ver las flores tan cerca de él; frunció el ceño ante el aroma floral para luego observar a la mujer frente a él. ¿De nuevo?, pensó el niño.
Realmente no entendía por qué ese día muchos humanos habían estado ofreciendo flores a otros (normalmente del género opuesto) e insistiéndole que obtuviera flores; la mujer frente a él sería la tercera humana en tratar de venderle ese día. Además, ¿para qué las necesitaría? No era un herbívoro para comerlas.
Ese día había sido su día libre y había sido forzado a salir de la madriguera (mansión) por el viejo mayordomo, quien le había indicado disfrutar de las festividades de la ciudad. Es una hermosa fiesta, había dicho Bertram con voz alegre mientras le entregó un bulto pequeño para su exploración. Al final, Maō decidió que usaría ese día para investigar a Celica y Lucia, de las cuales la primera se hallaba en la ciudad en compañía de Gilbert y la segunda en el templo (o eso esperaba).
No obstante, no esperaba ver la plaza adornada con gran variedad de flores, en especial, de lirios de corazón azul. También la plaza había sido rellenada por puestos simples que vendían comida y algunas actividades extrañas que divertían a los humanos. Porque si hacer un extraño baile con cintas alrededor de un poste no era extraño, entonces no sabría que lo es.
Admitía que dicha celebración le recordaba a la que había vivido en aquel reinicio de la última vez y aunque se veía interesante observar a los humanos con sus actividades, tenía que investigar. O lo hubiera hecho si no fuera por unos cachorros humanos. Desde que llegó a la plaza, los molestos cachorros humanos de la última vez lo empezaron a seguir, forzando a Maō a escapar de ellos en varias ocasiones e impidiendo que localizara a sus dos posibles sacrificios.
Ahora, esa mujer lo detenía.
—No estoy interesado en comer flores —gruñó el azabache.
La florista lo miró sorprendido por unos minutos, para luego reír y añadir.
—No son para comer, son para obsequiar, pequeño. Normalmente, los niños pasan por aquí para comprar flores… —la mujer hizo una pausa, mirando con más detenimiento la apariencia de Maō y agregó. —Pero supongo que no sabes mucho sobre las tradiciones del reino, en especial, de este festival.
—¿No conmemoran a la doncella o algo así?
—No exactamente. El Ahdaine es un festival que consagra a Ahda, la diosa madre de la vida. La protectora y guía del mundo —dijo con voz solemne. —Este festival lo celebramos en la temporada que los lirios de corazón azul florecen, ya que decoramos con esas flores como símbolo principal de Ahda. Aunque también decoramos con otras flores para representar la vida y el renacimiento de la tierra.
—Una celebración de primavera para la vie… digo, Ahda —tosió Maō ante su desliz, sintiendo la mirada de desaprobación de la mujer.
—No llames así a los dioses, eso es blasfemo —le regañó y tras suspirar continuó con su explicación. —Bien, ya que es una época de alegría y vida, se tiene la tradición de regalar flores del mismo color de los ojos de la persona a quien se las regalas. Una acción que representa tu cariño hacia ella. Es muy común que los amantes se regalen flores en estas fiestas, por lo que conmemoramos también el amor y la vida.
—Entonces es una forma de cortejar a su compañero —expresó el azabache alzando una ceja. —En ese caso, no quiero flores. No deseo tener un compañero.
—No realmente —rió la mujer. —Hay diferentes formas de amor, no solo la romántica. Puedes darle flores a un familiar o un amigo, ambos con el significado de cariño y gratitud.
—¡Ja!, no lo necesito. No desperdicio mi tiempo con esas cosas.
La florista le dio una expresión curiosa al escuchar sus palabras, manteniendo una línea delgada (casi curvandose hacia abajo) sobre sus labios mientras sus cejas se inclinaban hacia arriba. Pronto alzó su vista y fijó su mirada en algo para luego regresar hacia Maō, cambiando su expresión y entregándole una ligera sonrisa. Sin esperar que Maō le cuestionara sobre sus acciones, la mujer empezó a preparar un ramo de flores similares de diferentes colores.
—En ese caso, espero que encuentres a una persona querida y puedas entregar una flor —le dijo entregándole a Maō el ramo.
—Espera, ¿qué? —pronunció azabache, mientras miraba las pequeñas flores de pétalos finos y alargados, para luego volver a ver a la extraña humana.
—Las margaritas son perfectas para mostrar sentimientos inocentes, especialmente, cuando son niños quienes las obsequian —dijo. —Considera esto como un obsequio. Espero que tú y tus amigos puedan llevarse mejor.
¿Amigos…? Yo no tengo esas cosas, bufó el rey demonio, pero antes que pudiera protestar ante las palabras de la florista, unas manos pequeñas lo sujetaron entre risas.
—Muy bien, chicos, llevémoslo —exclamó una voz infantil.
—¡Hey, suéltenme! —gritó Maō al sentir como lo alzaban y lo llevaban algún lugar.
Su respiración se agitó, mientras tensaba su cuerpo y entraba en pánico ante la sensación de ser tocado. No, no entres en pánico. Serás devorado si muestras debilidad, recordó las palabras del viejo Fafnir. Tragó en seco y respiró, tratando de pensar racionalmente. Aunque al final no fue necesario.
Las manos lo liberaron en ese instante, dejando al pobre azabache caer al suelo. Gruñendo entre un ligero gemido, Maō se fue levantando del suelo y acarició su rostro adolorido; mientras podía escuchar las voces infantiles que celebraban haberlo atrapado junto a una muy chillona (con mala pronunciación) que decía ‘viva’. Dirigió su vista rubí hacia los dueños de las voces, descubriendo a sus raptores.
Debe ser una broma¸ palideció Maō al ver que eran los cachorros humanos que no habían dejado de seguirle y molestarlo. Debí vigilarlos mejor… aunque no esperaba que hicieran esto. O que yo cayera tan fácilmente.
Chasqueó la lengua con molestia y dio media vuelta para irse, pero alguien sujetó su pantalón. Sus ojos rojizos se estrecharon y miró al insecto que se atrevía a tocarlo. Un rostro pequeño e infantil lo miraba con curiosidad; era un pequeño cachorro más joven de las criaturas molestas que le seguían.
La pequeña cría mantuvo sus ojos lilas sobre el rey demonio, mientras chupaba de forma torpe uno de sus dedos regordetes. Maō se erizó y trató de alejarlo de él, aunque el pequeño lo seguía como un patito bebé entre ligeras risas.
—No molestes, Eddy —dijo uno de los cachorros (quien tenía ciertas características del pequeño cachorro) tomando al pequeño de la mano y reuniéndose con los demás.
Maō los miró molesto, notando las sonrisas orgullosas del grupo de niños. El cachorro alfa lo miró con sus ojos claros, dando una sonrisa de dientes que resaltaba sus pecas sobre el rostro, y colocándose de forma erguida le habló a Maō.
—Por fin te atrapamos, ya verás por qué no debes patear a las personas —exclamó el pequeño líder, siendo apoyado por sus compañeros.
—Eres nuestro prisionero~ —cantaron entre risas un par de niños.
—Jugaras con nosotros este día. Será tu disculpa por ser malo —rió el niño pecoso tratando de ser intimidante… aunque no funcionaba por la mirada molesta del azabache.
—No —gruñó el rey demonio y trató de irse.
Sin embargo, uno de los niños (el que cuidaba al cachorro más joven) bloqueó su paso alzando sus manos en un intento de pararlo. Pronto, desvió su mirada lila al ver los furiosos ojos rojos de Maō, pero a pesar de ello no se movió.
—Esta vez no escaparás. ¡Amárrenlo para que no escape! —ordenó el pecoso.
Los niños empezaron a girar alrededor de Maō utilizando una cuerda delgada para sujetarlo. Cuando terminaron hicieron un nudo y vieron con orgullo su trabajo. Por su parte, Maō solo se quedó estático e incrédulo ante el suceso.
Miró las cuerdas con las que le habían amarrado con cierto disgusto. Tiempo atrás, los humanos habían intentado atraparlo con trampas o ejércitos y había fallado en hacerlo, ahora un grupo de cachorros humanos creían que unas débiles cuerdas iban a detenerlo. No sabía si reírse o insultarlos por tal ofensa.
Pronto notó que dos de los niños se había acercado él; Maō los volvió a ver observando que eran los cachorros de la misma camada. El niño más viejo le dio una sonrisa y mostró el ramo de flores aún intacto (algo sorprendente), mientras el más joven se mantenía a su lado y lo miraba con sus ojos lilas.
—Ten, son tuyos, ¿cierto?
Maō solo miró al castaño con una miraba plana. ¿El cachorro humano esperaba que tomará el ramo estando él atado? ¿O sabía que podía romper las cuerdas? En todo caso, quería bufar por su poca inteligencia. Aunque puedo usar esto a mi favor, pensó el azabache al notar la mirada del niño sobre las flores.
—Veo que te interesan las flores —inició el rey demonio. —Si lo deseas te la daré…
—¡¿En serio?!
—Sí, solo tienes que hacer algo por mí —expresó con una sonrisa amable (o lo que podía en ese momento). —Es bastante simple, solo tienes que distraer a los otros cachorros.
El niño se quedó en silencio por unos minutos meditando sobre su propuesta.
—¿Podré escoger cualquiera de las flores?
—Sí, solo debes distraerlos.
El niño miró las margaritas y luego a sus amigos, finalmente volvió a ver a Maō aceptando alegremente su propuesta. Tras escuchar el plan (muy simple en realidad) del rey demonio, el cachorro se fue al lado de sus compañeros dejando las flores con el pequeño niño e inició a distraerlos, permitiendo que Maō se fuera escabullendo entre las sombras hasta que logró alejarse del grupo.
Las voces lentamente se fueron desvaneciendo cuando había logrado una considerable distancia, alegrando a Maō al por fin perderlos. Con un movimiento rápido, rompió las cuerdas y dio una sonrisa torcida al ser libre.
—Bien, no deberían molestarme por un tiempo —murmuró. —Ahora busquemos a Lucía, ella es la más fácil de encontrar de las dos.
Siguiendo la esencia divina, Maō regresó a la plaza, observando cómo los humanos se mostraban alegres entre la multitud. Varios aromas dulces y con especias dominaban el lugar gracias a varios puestos cercanos, combinándose con el aroma floral de las decoraciones. Frunció el ceño ante la sensación incómoda de estar rodeado de humanos, quienes tendían a olvidar el espacio personal (dos brazos de largo como mínimo), a la vez que sentía como sus oídos retumbaban ante las voces y risas de alrededor.
Pronto, notó a una de las tantas parejas que se obsequiaban flores, se mostraban más cariñosos de lo normal. El chico le entregó una flor verde como una pequeña bolita esponjosa haciendo a la chica sonreír; ella al instante le dio una flor violeta que combinaba con los ojos de su amante. Un beso cerró su distancia entre risas y abrazos, pasando al lado del azabache que los miraba de forma apagada.
Definitivamente, no haré eso. En verdad los humanos tienen cortejos muy extraños, pensó Maō al imaginarse en esa situación. ¡Puaj, asqueroso!
En ese momento, escuchó varias voces llamándolo, haciendo que Maō chasqueara la lengua al instante. Reconocía aquellas molestas voces, eran esos cachorros humanos… Ese insecto no hizo su trabajo, gruñó Maō.
Sin perder tiempo, Maō empezó a correr entrando a las complicadas calles por un largo tiempo, logrando (tras girar por tercera vez) perderlos. Tomó un respiro y observó a su alrededor descubriendo que se hallaba en la parte residencial de la capital.
Las viviendas mantenían las mismas estructuras simples y gris de los ladrillos que identificaban a los edificios de la ciudad, aunque algunas tenían ligeros detalles con madera haciéndolas ver más hogareñas. También parecía que habían optado el estilo festivo de esos días al decorar con guirnaldas de flores sobre las entradas, como también de ramos de lirios en ciertas ventanas.
Pronto alguien jaló su pantalón haciendo que el rey demonio bajara su mirada. El pequeño cachorro de ojos lilas lo miró y sonrió mostrándole el ramo de margaritas, haciendo que chasqueara la lengua.
—Déjame solo —gruñó Maō, alejando al niño de él; pero este parecía no entender sus palabras y lo seguía.
—Las flores…
—Bótalas o consérvalas, no me interesan.
—¿Puedo tener las lilas? —dijo de repente el niño, dando una sonrisa brillante.
—No me importa…
—¡Yey, tendré las lilas!
Rápidamente sacó las margaritas lilas y le entregó el ramo a un desconcertado Maō. El azabache se quejó de ello, pero fue ignorado por el pequeño niño que corría hacia un edificio en específico. En ese momento, alguien salió de forma apresurada del lugar y corrió sin cerrar la puerta.
¿Ese no es uno de los cachorros?, pensó Maō observando a un niño castaño que se alejaba de allí. Sí, estoy seguro que el que le entregué el ramo.
—¡Louis, no salgas así de la casa! —le regañó una mujer adulta, muy similar a los dos cachorros.
—¡Mami, mami! —le llamó el pequeño niño, haciendo que la mujer lo volviera a ver. —Ten, flores para ti.
La mujer lo miró sorprendida por unos segundos para luego esbozar una sonrisa. Se arrodillo frente a su hijo y aceptó las frágiles margaritas.
—Son muy bonitas, cariño. Gracias —dijo para luego darle un beso en su frente y un abrazo.
El niño sonrió y dando unos saltitos empezó a relatarle su día y cómo obtuvo las flores, mientras la mujer le sonreía y entraban al edificio.
—Que molesto… —murmuró Maō tras presenciar la escena.
Miró las flores que quedaban en el ramo de margaritas; amarillo, blanco y una teñida en las puntas, eran las pocas que quedaban al final. ¿Qué debería hacer con ellas?, no planeaba regalar flores. Quizás debe tirarlas… Pensó el azabache.
—¡Hey, allí está! —gritó una voz —Vamos.
—¿En serio? —gruñó el rey demonio iniciando de nuevo la persecución.
♦ ♦ ♦
Había pasado varias horas tratando de varias formas librarse de los cachorros humano (¡incluso patearlos no funcionaba!), pero estos seguían molestándolo. Incluso cuando creía haberlos perdido ellos siempre lo encontraba por alguna extraña razón. ¡Era como si alguien los guiará hacia él!
—¡Cierto, Lucna! —exclamó Maō, recordando la función del anillo. —Puedo ocultarme por un tiempo en su mundo artificial.
Rápidamente buscó una puerta y la abrió siendo recibido por una bodega. Maō parpadeó confundido y cerró la puerta para volverla a abrir, encontrándose con la misma escena. Muy bien, así no funcionaba el anillo; la última vez solo había abierto la puerta al pensar en la biblioteca y llegó a allí. Lo intentó varias veces obteniendo el mismo resultado hasta que gritó molesto.
—Maldita diosa, se supone que el anillo es una llave a tu tonta biblioteca. ¡Abre la puerta! —dijo abriendo nuevamente la puerta.
Esta vez apareció un cartel con unas palabras escritas y un dibujo de la diosa sonriente. Maō lo miró con un ligero tic en uno de sus ojos, sintiéndose realmente molesto. ¿Por qué un cartel? Ella sabe que no sé leer aun. Más bien, si tiene tiempo para escribirlo entonces que abra la maldita puerta, maldijo el rey demonio.
Sin embargo, antes que siguiera despotricando escuchó a los cachorros humanos forzando a Maō a huir de allí. Diosa, juró que si esto es obra tuya, me vengaré, pensó Maō mientras corría.
Tras correr por varios callejones y entradas, Maō logró perderlos y se a recostó sobre una pared cercana, permitiendo que recuperara un poco el aire. Aspiró profundamente y suspiró, observando por fin su alrededor y notando que estaba en el sector comercial. Pronto, Maō escuchó una voz que le hizo mirar de reojo desde la esquina del callejón.
Allí saliendo de una tienda, se encontraba Celica. La joven dama caminaba con gracia al lado de la reencarnación del arquero, manteniendo la expresión más suave que hubiera visto Maō. Quizás más suave que cuando lo tranquilizo aquella vez.
El joven duque charlaba animadamente con su elegancia correspondiente, haciendo que Celica sonriera sobre algún comentario, incluso que ella se sonrojara y apartará su mirada plata con cierta timidez. Aunque, si era sincero, toda la atención de Maō estaba completamente en el ramo de orquídeas blancas que Celica abrazaba con dulzura. Eran flores delicadas y elegantes que se unían unos grandes pétalos blancos en un pequeño botón; flores del mismo color de los ojos de Celica.
Entonces… la reencarnación del arquero está interesado en Celica…, pensó Maō recordando las palabras de la florista. Observó cómo Gilbert besó cuidadosamente el dorso de la mano de Celica y le entregó una sonrisa, mientras ella solo sonrió de vuelta.
—Aunque Celica parece no verlo así… —murmuró para sí mismo.
—No sé, parece muy fuera de tu alcance.
—Bueno, ella luce como una noble. Aunque supongo que es muy bonita para ser tu primer amor…
Maō se sobresaltó al escuchar las voces y se volteó. Detrás de él se hallaban dos de los cachorros que lo habían estado siguiendo todo el día. Retrocedió sorprendido, realmente no los había escuchado llegar. Sin embargo, pronto frunció el ceño al percatarse de las palabras de los niños y les respondió casi con un bufido.
—¡¿Quién está enamorado de quién, insectos?!
—Pues tú tonto —dijo uno de los niños. —¿Quien observa a una chica con flores?
Maō gruñó molesto. Él no estaba interesado en Celica para convertirla en su compañera. ¡Él nunca le darías flores! Aunque parecía que los cachorros no le creían por las risas ligeras que tenían tras escucharlo.
—No es que sea interesante, pero por fin lo atrapamos. Mejor llevémoslo con John —expresó el otro cachorro.
Ambos niños asintieron entre sí y sujetaron las muñecas de Maō, intentando arrastrarlo con ellos. Maō, por su parte, simplemente arqueó la ceja y se colocó firme, manteniéndose inamovible ante los intentos de los niños de moverlo. Pero tras unos minutos, chasqueó la lengua y se liberó del agarre de los niños, dejándolos en el suelo.
—Dejen de molestarme sino… —les entregó una sonrisa afilada, liberando en cierto grado su propia aura. —Me los comeré.
Los cachorros temblaron por unos minutos, pero por primera vez (quizás eran estúpidos o carentes de sentido de supervivencia) ignoraron su amenaza y se levantaron de forma tranquila, sorprendiendo a Maō. Los niños se miraron y sonrieron de forma traviesa, empezando a acercarse hacia Maō.
—Entonces hagamos un trato… —inició uno de los niños. —Le distes flores Louis antes, ¿cierto? Pues queremos flores también.
Maō les dio una mirada plana, alzó su mirada al cielo y respiró profundamente para luego hacer una mueca molesta. ¿Qué tiene las flores para que los humanos enloquezcan por ellas?, se preguntó el azabache, mientras observaba a los niños hablar de porque querían flores también.
—¡Suficiente, insectos, me los comeré! —gritó el rey demonio, pero fue ignorado por los cachorros humanos.
—Vamos, solo queremos una flor.
—Y queremos nos ayudes a entregarlas.
—Sí, eso también.
—A cambio, mantendremos a John quieto por lo que queda del día. Él no se va a rendir tan fácilmente.
El rey demonio chasqueó la lengua con molestia y gruñó. Ya era molesto que lo estuvieran siguiendo e ignoraran sus amenazas, pero hoy su paciencia (o instinto asesino) estaba a su límite y si seguían molestándolo, juraba que iniciaría una masacre.
Miró a los cachorros humanos con su mirada rubí, pensando si era mejor devorarlos de una vez o escucharlos (aunque sospechaba que no cumplirían su trato). Además, estaba sintiendo un fuerte dolor de cabeza por toda esa situación.
—Si juego bajo su inútil trato, ¿me dejaran en paz? —les cuestionó, cruzando los brazos. —¿O están mintiendo insectos? Les diré que detesto que me mientan —estrechó su mirada rubí.
Sin embargo, los cachorros humanos no escucharon más allá de la primera oración y sin esperar nada, sujetaron a Maō y lo arrastraron a una dirección en concreto. Rápidamente, se fueron alejando de la zona comercial y regresaron a la parte de residencias, acercándose a una casa en específica. Pronto se detuvieron y los niños lo miraron con emoción.
—¿Qué, gusanos?
—Ve y entrega las flores —indicó uno de los niños.
Maō los miró y arqueó una ceja ante su petición, cruzando sus brazos. Los niños lo miraron y se miraron entre sí, para luego agregar.
—Necesitamos que entregues las flores al tercer piso de este edificio —dijo señalando el lugar.
—No entrego flores. Sí quieren tener compañero, háganlo ustedes. ¡Me voy!
—¿Compañero…? Hablas extraño —murmuró uno. —No, queremos que le entregues las flores a un amigo que está allí arriba.
—Eres bueno escabulléndote, entonces será pan comido. Solo las entregas.
—¿Flores a otro cachorro…? ¿No a una futura compañera…?
—Sí, flores de amistad~ —exclamaron en unisón.
Se quedaron en silencio por unos minutos hasta que Maō gruñó:
—Entonces, quieren que, yo, le ayude a entregar unas flores a otro cachorro —los miró con cierta indignación. —No. Lo. Haré. No moveré mi cola como si fuera un lobo domado por unos insectos.
Los niños lo miraron con unos ojos de borrego, aunque pronto cambiaron de táctica al ver que Maō los estaba ignorando y trataba de alejarse de ellos. Sujetaron a Maō por la cintura, tratando de frenarlo; sin embargo, el rey demonio ni se inmuto y siguió caminando como si nada, sin importarle que los estaba arrastrando.
—¡Vamos, ayúdanos!
—¡Sí, no seas malo!
Los cachorros continuaron quejándose y molestando a Maō causando un fuerte alboroto, el cual empezó a atraer la atención de las persona de su alrededor. Maō se detuvo y chasqueó la lengua, los pateará esta vez con más fuerza para que lo dejaran en paz. Quizás hasta dejarlos como una pulpa sangrienta.
—¡Hey, qué están haciendo! —les llamó una voz.
Los tres voltearon, observando a un niño que se asomaba de una ventana de un edificio. Los cachorros humanos sonrieron al verlo e ignorando las quejas de Maō, tomaron las margaritas amarillas y se colocaron debajo de la ventana.
—¡Hey, te trajimos un regalo! —gritaron en unísono los niños, revelando las flores.
El cachorro de la ventana estrechó sus ojos por un momento observando fijamente las margaritas como si no las viera bien, para luego parpadear con sorpresa, exclamando con duda:
—¿Por qué flores?
—Para buenos deseos, ¿no? —respondió uno de los niños. —Y porque causamos que acabaras un mes en cama.
—Para que no te sientas excluido en este día —exclamó el otro al instante. —Mira son flores amarillas, no te gustaba ese color.
El niño de la ventana rio y asintió.
—Entonces, van a tener que esperar a que llegue mamá para entregarlos, no puedo abrir la puerta —dijo. —Ella no debería tardar, dijo que solo iría donde la señora Norman por huevos.
Mientras los niños seguían hablando de forma animada, Maō los miró con un ligero tic en uno de sus ojos. Saben qué. Esto no vale la pena, me regresó a la madriguera, gruñó el azabache y escabulléndose del lugar (tras asegurarse que no lo vieran ni siguieran) se alejó de los cachorros.
Suspiró con cierto agotamiento al llegar por fin a la plaza, solo tenía de ir por ciertas calles y regresaría a la mansión. Con suerte, no volverá a ver esas molestas criaturas. Pronto, chocó contra un humano y le lanzó una mirada molesta por atreverse a interrumpir su camino; sin embargo, rápidamente ahogó su protesta. Frente a él se hallaba el primer niño que le entregó las flores.
¡Culpo a Lucna de mi desgracia!, maldijo al ver cómo el niño lo volvía a ver. Este lo miró sorprendido por unos minutos, sosteniendo entre sus manos las margaritas azules, hasta que exclamó:
—¡Oh, hola! Pensé que te habrías ido a tu casa.
Maō no respondió y en su lugar chasqueó la lengua. Rápidamente dio una media vuelta y trató de irse de allí, deteniendo al instante cuando observó que el cachorro alfa andaba cerca (a unos metros, quizás). Gimió molesto, por ahora solo debía pensar en un plan rápido. Miró al cachorro a su lado… ¿Quizás pueda utilizarlo para distraer al incesante insecto?
—¡Oye, cachorro, se útil y distrae a ese insecto! —le ordenó.
—Lo siento, estoy ocupado ahora —respondió el castaño casi al instante.
Al escucharlo, Maō estrechó sus ojos con molestia y gruñó por debajo; no esperaba tal insubordinación de la criatura tonta. En ese momento, se percató de la forma de actuar del niño: se movía de forma inquieta, balanceándose sobre sus talos de manera constante, y miraba a todas direcciones como si buscara algo o alguien. Además, estaba su apariencia más ordenada… Realmente no le interesaba, pero tenía que convencerlo para distraer al cachorro (y que esta vez hiciera su trabajo) para escapar… sino habría masacre.
Pero antes que pudiera hablar, algo llamó la atención del niño. Su mirada se enganchó y se quedó quieto al instante, tragando en seco mientras abrazaba (con cuidado) las margaritas azules. Maō dio un paso atrás al ver su comportamiento; pero no dijo nada, en su lugar lo observó con curiosidad esperando ver qué haría. ¿Entregaría las flores? Por lo que había visto, los cachorros humanos utilizaban las flores como un tributo hacia seres cercanos, quizás propios de su madriguera o manada.
El niño aspiró profundamente y exhaló para luego iniciar a caminar con pasos rápidos (casi rígidos) hacia una dirección. Pronto, se detuvo frente a una niña que bailaba con las cintas y la miró fijamente con la cara como granada.
—Y-yo… ah… ¡Ten! —chilló entre balbuceos, revelando las margaritas.
La niña abrió sus ojos azules con sorpresa, mientras sus mejillas se iban ruborizando; lentamente una pequeña y tímida sonrisa se formó en sus labios al aceptar las flores, y murmuró un ‘gracias’ ocultándose en ellas. Ambos niños se mantuvieron en un suave silencio, entregándose miradas y sonrisas tímidas entre sí, ignorando el mundo a su alrededor.
Ugh, voy a vomitar, pensó Maō mientras los observaba. Si era sincero, no esperaba que el cachorro estuviera buscando una compañera y realmente hubiera vivido bien sin saberlo. Detestaba tales acciones ilógicas que hacían los humanos, ¿una actividad para conmemorar el amor (y a la vieja loca)?, absurdo e ilógico donde se viera. Pero quizás no debería seguir pensando en eso, o en las parejas del alrededor, sino en…
—¡Te tengo! —exclamó el cachorro alfa. —¡Esta vez, no escaparas!
Maō chasqueó la lengua al instante, pero al final prefirió respirar profundamente, contando hasta diez, y se volteó hacia el pequeño pecoso (sin su manada) que se reía de su gran logro. Y lo pateó.
Se alejó rápidamente del niño quejoso, buscando algo más para distraerlo, porque una patada no sería suficiente para que lo dejara en paz. La mirada de Maō se detuvo pronto al ver a una niña, ideando un plan casi al instante.
—Hola~ —inició el azabache con su mejor sonrisa. —Me han pedido que te entregue esto —le mostró unas margaritas.
—¿Para mí? ¿Quién me las envió? —lo miró con ligera sospecha.
—Oh, ya ves. Es un niño muy tímido y está allí esperándote. Bueno… en realidad, es tan tímido que tuve que ayudarle. Debes estar buscándome para evitar que te las entregue, estaba muy avergonzado y nervioso de intentarlo. Es realmente un cobarde —mintió Maō.
—Oh, ya veo. Me gustan, son muy lindas.
—Verdad —sonrió. —Yo te recomendaría darle un abrazo (¿así lo llaman?) para que sepa que te gusto.
La niña asintió, abrazando las margaritas, y salió en busca del cachorro alfa tras escuchar la descripción que le había entregado Maō. Por su parte, Maō reveló una sonrisa maliciosa y sin esperar ver su plan efectuarse, se escabulló de allí. No planeaba arriesgarse a que descubrieran su engaño. Bueno, ahora ya no es mi problema, pensó mientras se huía.
♦ ♦ ♦
Los bellos tonos rosados y naranjas se alzaban en el cielo cuando por fin Maō había logrado regresar a la mansión tras varias horas de evasión.
Ah, mi cabeza, se lamentó Maō, mientras sentía como la cabeza le pesaba por el agotamiento y quizás por forzar sus poderes; pero sonrió al ver que por fin se había librado de los cachorros insistentes. Saltó sobre las rejas y con pasos rígidos buscó una ventana abierta para meterse.
—¿Maō?
El rey demonio dio un respingo y miró al dueño de aquella voz.
Celica se encontraba, a unos metros de él, en la puerta de vidrio que conectaba el jardín con la sala de té. La joven, que tenía una apariencia más simple y cómoda de la que había visto anteriormente, se acomodó el chal celeste sobre sus hombros y miró a Maō con sus ojos platas.
—Maō, ¿por qué tratas de entrar por una ventana? —el azabache no respondió, causando que Celica frunciera el ceño y añadiera. —Te metiste en problemas, ¿de nuevo?
Maō parpadeó por unos segundos hasta que procesó las palabras de Celica. ¿Por qué entraba por la ventana y no por la puerta? Al instante pasó su mano por su rostro con un fuerte quejido. Mejor entro y me oculto por un tiempo, no creo que tenga los ánimos para fingir ser lindo por una semana, pensó el rey demonio.
—Nada, no es nada —murmuró y entró por la puerta.
Caminó al lado de Celica, percibiendo su dulce aroma, un aroma que (aunque odiara admitirlo) le traía cierta tranquilidad. Lo aspiró ligeramente, notando otro aroma a su lado; era muy débil pero lo reconoció y le hizo fruncir el ceño. Cierto, aún tengo flores, recordó.
Miró de reojo su bulto, observando las margaritas, y gruñó con fastidio. En ese momento se percató que Celica estaba cerrando la puerta de vidrio mientras lo regañaba por su comportamiento y apariencia desarreglada. Maō chasqueó la lengua y tomó las flores, entregándolas de forma brusca a la joven dama. Celica se quedó en silencio y lo miró.
—¿Son para mí…?
—Sí, ten.
La joven dama tomó las flores con cierto cuidado y observó con detenimiento sus frágiles pétalos. Entre tanto, Maō siguió caminando y suspiro con alivio; sinceramente no esperaba que funcionara entregar tal tributo para silenciarla. Pero bueno, eran al final fueron útiles esas horribles cosas.
Antes de salir de la habitación, miró de reojo a Celica, observando cómo la joven humana mantenía una expresión suave (casi de sorpresa), con un ligero rubor sobre sus mejillas blancas, algo que le pareció extraño. Ella lo volvió a ver y le entregó una pequeña sonrisa, haciendo que Maō apartara la mirada.
Hmph, humana extraña, realmente ilógica, pensó abriendo la puerta… ¡Esperen! ¿De qué color eran esas cosas?, se volteó alarmado, mirando detenidamente las flores.
A pesar del agitado día, las margaritas se mantenían rebosantes de vida, sin perder ninguno de sus pétalos blancos, logrando combinar curiosamente con la mirada plata de Celica… Con una voz temblorosa y agitada, Maō chilló:
—¡No es bajo esa idea tonta! ¡No es cariño! ¡Fue un accidente, no tengo esa idea!
Celica solo sonrió al ver su comportamiento y caminó hacia él (para horror de Maō) hasta que se detuvo frente al azabache.
—A veces olvido que eres solo niño —murmuró la joven con ligera diversión.
—¡No soy un niño!
—Solo respira, cuenta hasta diez —dijo y se acercó al azabache.
Maō al instante se paralizó y cerró los ojos por instinto; sin embargo, al momento sintió una mano sobre su frente haciendo que abriera sus ojos, y observará cómo Celica besaba su propia mano… que cubría la frente de él…
La cara del rey demonio se calentó al instante (¡sin ninguna lógica!), mientras sentía como se ahogaba sus palabras. Por su parte, Celica se enderezó y tras darle una pequeña sonrisa, caminó hacia la puerta. Pronto, se volteó a Maō y agregó:
—Aunque, quizás, debas darle flores a quien te guste la próxima vez. Solo recuerda el significado, Maō.
Maō, tan rojo por la vergüenza, solo podía ocultar su rostro entre sus manos y lamentarse. ¿Por qué a él? Aun podía escuchar la suave risa de Celica (algo raro de oír de ella), alejarse de él y dejarlo solo en la habitación.
¡¡Odio este día!! Gimió humillado el rey demonio.