El Rey Demonio y la bella villana – Capítulo 9: Segundo reinicio

Escrito por Noah

Asesorado por Grainne

Editado por Michi


No podía dormir.

La oscura noche se alzaba por todo el lugar, mientras todos sus habitantes se encontraban dormidos; pero el rey demonio se mantenía despierto. Aún podía oír las risas que de varios sirvientes cuando habían escuchado el rumor sobre su fallo a pesar de su arrogancia anterior.

¡Yo no soy como esos insectos!, se dijo lanzando la almohada contra la pared en un intento de callar aquellas risas y burlas fantasmales sobre su inminente fracaso.

¡Yo no soy como ustedes!, gruñó levantando en ese instante de la cama.

Respiró pesadamente y gimió molesto, no entendía porque había pasado eso. Tras ser relevado esa tarde por Celica, había sido colocado para auxiliar en tareas simples. Algo que incluso un niño podía hacer, se jactó Erick al verlo allí; aunque después el criado castaño tuvo un misterioso accidente que le costó un castigo. Realmente lamentable, ¿no?

Tras eso, no habían parado los chismes sobre él y su pérdida de puesto, haciendo que Maō se encontrara entre la desesperación y la ira. Caminó por la habitación, refunfuñando sobre todo lo sucedido, mientras pensaba qué hacer. Aunque no debía ser el caso, ya que…

Se detuvo de forma brusca al pensar en eso, sintiendo sus mejillas volverse calientes y chasqueando su lengua con fuerza, casi entre un bufido, salió del cuarto apresuradamente.

Si era lógico, sabía que no perdería el papel; Lucna lo auxiliaría para que jugara dentro de la historia de forma razonable y eso era mantener ese puesto. Sin embargo, no quería su ayuda. Tenía orgullo, y si esos humanos querían retarlo y tratar de humillarlo, los hará callarse. ¿Decepcionarlos? ¡Ja!, no. Los sorprenderá de una manera que nunca se atreverán a mirarlo por debajo.

Se escabulló entre las sombras hasta que llegó a su destino: la cocina. Tomó los utensilios necesarios para hacer té y con sumo silencio trabajo, manteniéndose alerta a algún curioso llegará. Solo tengo poco tiempo antes que ella dé su decisión… Sé de memoria todo lo que mostró el viejo mayordomo. Solo tengo que perfeccionarlo y hacerlo como él, pensó.

—Diez días, lo puedo lograr. No, debo lograrlo sin importar qué —y probó su primera taza de té de esa noche.

♦ ♦ ♦

—Mañana asistiré a una invitación de la reina —dijo Celica, dejando la taza de té delicadamente sobre la mesa.

Maō la miró con interés.

Había pasado una semana desde su primer tropiezo en su papel e inicio de su entrenamiento secreto. Solo quedaban tres días para que Celica diera su veredicto sobre su posición donde cada segundo lo llevaba a una posible queja de ella. Tampoco había ayudado que la mujer lo ignorara por tres días hasta que le permitió volver a servirle para sorpresa de todos (¡Ja! Fue divertido ver sus rostros).

Por otra parte, la humana no podía quejarse de su té, gracias a su dominio de los dos tipos de cuarenta y tres tés que ella disfrutaba. Además que no había sido desplazado tras entregar un té de nuevo en esos días. Colocó la tetera sobre la bandeja y miró a Celica, quien mantenía una expresión fría.

—¿Una invitación de la reina? —cuestionó Maō.

—Una fiesta de té organizada por su alteza, la reina Ariadnna. Actualmente, soy una importante candidata para ser la prometida del príncipe Lariel —miró a Maō. —Me acompañaras.

El azabache no ocultó su sorpresa, después de todo, Celica solía señalar su falta de cortesía. Ir con ella significaba alguna prueba, ¿Qué planeas realmente?, no pudo evitar pensar; pero quizás podría usarlo a su favor.

—Bien, iré.

Quizás no era la respuesta que quería Celica, al ver su ceño fruncido y la mirada que le lanzó, pero al final suspiró y la acepto. Pronto, le explicó lo que haría:

—Debes estar presentable mañana a primera hora en mi habitación. También indícale a Bertram sobre tus obligaciones como mi acompañante. Él debió enseñarte cómo actuar, aunque veo muchas fallas en ello —dijo, murmurando lo último.

—¿Presentable…? Espera, ya me obligaron a bañarme ayer —replicó Maō.

Grainne
¡Maō!¡Por Dios, mijo! Todo bien que seas un rey demonio pero,¡niño!¡No seas sucio! xD

Celica le dio una mirada severa, haciendo que Maō se lamentara su destino: iban a bañarlo, de nuevo. Miserables humanos y sus costumbres. ¿Además para qué sirven los baños?, se quejó el azabache.

El día continuó tranquilamente, permitiendo que Maō pudiera prepararse para el día siguiente. Aunque Bertram se mostró realmente alarmado de saber que iba a acompañar a Celica al palacio, iniciando con varias reglas demasiado tediosas sobre cómo comportarse.

—Mantente siempre en silencio y quieto en una esquina —repitió Bertram la mañana siguiente, asegurándose que su vestimenta estuviera pulcra. —Solo sigue las órdenes de la joven Dama y de nadie más, al menos que ella te lo indique.

Maō asintió con una mueca, aun de mal humor por el baño. Se acomodó los puños mientras escuchaba al viejo mayordomo entregar por tercera vez sus instrucciones, algo extraño en este, pues nunca había repetido alguna indicación antes y tal acción anormal hacia a Maō se preguntará qué sucedería en aquella fiesta de té.

Caminaron hacia la habitación de Celica, entrando tras recibir el permiso de la joven noble; momento que Bertram abrió las puertas dobles que separaba la recámara de la sala privada de Celica. Maō miró la decoración de la habitación, tan elegante y fina como siempre, hasta que su mirada cayó sobre unas flores en el centro de la habitación.

Eran unas pequeñas y delicadas flores de color crema que se alineaban como campanas entre su largo y curvo tallo. Se acercó a ellas, aspirando el ligero y dulce aroma que desprendían. ¿Dónde había olido ese aroma?

—Hazlo de nuevo, que sea perfecto —dictó Celica con voz dura.

Maō se volteó, observando a dos doncellas nerviosas peinar el cabello celeste blancuzco de Celica, mientras la joven se hallaba sentada frente un tocador. Tras varios intentos y regaños, las jóvenes humanas lograron hacer un peinado que agrado a la quisquillosa joven noble y dieron unos pasos lejos de ella, quedándose completamente quietas.

Celica le dio una última mirada a su apariencia para luego levantarse, revelando su vestido azul marino que realzaba su figura femenina, y dirigirse hacia ellos. Maō la miró con curiosidad, preguntándose sobre los guantes de encaje oscuro que se colocaba.

—Bien. Luces presentable —dijo Celica observando detenidamente la apariencia de Maō. —Ahora si dejaras de actuar como un salvaje, sería maravilloso.

Maō olfateó ofendido por sus palabras (aunque también podía ser por el aroma que desprendían los guantes. El dulce y fresco aroma de siempre) y dio una simple reverencia, manteniendo el chasquido de su lengua para sí mismo.

Sin notar la acción de Maō (o quizás comentarla), salieron de la habitación, después que Celica se asegurara (de nuevo) que la apariencia de ellos fuera perfecta, simplemente perfecta. En su camino, Maō se mantuvo en silencio ignorando la conversación de los humanos frente a él, prefiriendo mantener vigilados a los humanos que pasaban por allí. En especial, aquellos que lo miraba con recelo.

Pronto llegaron al recibidor, encontrándose con un invitado inesperado, haciendo que Maō se tensara por su presencia.

—¿Gilbert? ¿Por qué estás aquí? —preguntó la joven con sorpresa.

—Buenas días, Celica —sonrió Gilbert, besando el dorso de la mano de ella. —Lamento interrumpirte, solo había venido para invitarte a salir antes del almuerzo… pero parece que saldras —la miró con rostro desanimado.

—Lo siento, Gilbert. He recibido una invitación de la reina y estaba dirigiéndome al castillo.

—Ya veo. ¿No te incomoda si te acompaño? Ah, solo si te gusta. Me sentiría tranquilo si te acompaño, en especial cuando no tienes escolta.

—Oh, no tienes que hacerlo. No deseo interrumpir tus obligaciones cada vez que salgo…

—No te preocupes por ello, mi Celica, nada es más importante para mí que tu felicidad. En especial… no quiero dejarte sola en estos momentos con esos rumores que rondan —dijo bajando su mirada con preocupación.

Celica suavizó su mirada y dio una sonrisa… tomando entre sus manos la mano del joven duque, entregándole un agradecimiento a su fiel amigo. Maō solo rodó sus ojos con fastidio y se mantuvo a un brazo de distancia de Celica, esperando que terminaran para continuar su camino. En ese instante, su piel se erizó y volteó a ver a la reencarnación del arquero que lo miraba de forma extraña.

—Celica, querida, ¿y este niño?

—Su nombre es Maō. Actualmente actúa como lacayo personal.

—Curioso, normalmente escogerías una doncella —dijo estrechando sus ojos violetas.

—No puedo esperar mucho de ellas —respondió al instante la joven con cierta molestia. —Han demostrado ser ineptas al no cumplir mis precisas órdenes. Tal inutilidad —gruñó.

—No te alteres, Celica, no me gusta verte fruncir el ceño de esa manera. Arruina tu hermoso rostro —exclamó Gilbert. —Además, estoy seguro que esa no fueron sus intenciones. Deberías darles una oportunidad.

—Hmph, no doy más de dos oportunidades fuera de su prueba. Ya soy amable siendo tan permisiva en ella —exclamó.

—En ese caso, puedo darte una doncella digna de ti, solo permite que me encargue, querida. Te entregaré alguien pueda cumplir tus órdenes y no un simple niño  —le sonrió.

—Mmm… lo pensaré. Pero la prueba sigue y daré el beneficio de la duda, hasta ese momento no daré otra opinión.

—¿Estás segura? Ese niño puede causarte muchos problemas, en especial, ahora que circula ese rumor. Causaría una mala imagen que ellos podrían usar.

—No. Lo mantendré hasta que su prueba termine.

Gilbert no respondió por unos segundos, pero al final suspiró, suavizando sus rasgos de una manera que parecía resignarse. Aceptó las palabras de Celica con una sonrisa amable y rápidamente decidieron partir de allí.

Aunque no evitó que Maō lo vigilará al sentir la mirada de Gilbert sobre él. Aun si había aceptado su presencia, la mirada fría del humano lo hacía dudar de la sinceridad de sus palabras. ¿Pero por qué? Acaso había descubierto su identidad (¿lo recordaba?) o era otra cosa. Se preguntó Maō durante todo el viaje en el carruaje, escuchando a medias lo que ambos humanos hablaban.

—No, solo yo participaré de las candidatas —dijo Celica con orgullo. —Su alteza, la reina Ariadnna, siempre dice que disfruta mi compañía y espera mucho de mí.

—Eso es impresionante Celica. La reina no suele invitar a cualquiera a su círculo. Quizás ella te muestre su sabiduría —Gilbert ensanchó su sonrisa. —En especial, cuando ambas están solas.

Celica ladeó su rostro con una pequeña sonrisa, mientras ocultaba entre sus pestañas largas el suave brillo de su mirada. Colocó sus manos sobre su pecho y habló de forma tímida.

—No realmente. El príncipe Lariel en ocasiones nos acompaña en las reuniones —sus mejillas se tiñeron ligeramente y acomodó unos mechones de su cabello sobre su oreja. —Suelen ser… las reuniones que más disfruto.

Un silencio se produjo en el carruaje en ese momento. Maō observó ambos humanos, notando la expresión que tenía la reencarnación del arquero: sus labios se encontraban en una fina línea mientras un pequeño ceño adornaba su rostro, haciendo que su mirada (ya estrecha) se volviera realmente escalofriante para luego apartarla de Celica.

¿Por qué se puso así?, se preguntó Maō. De lo que había visto, el humano era muy raro… o quizás no estaba comprendiendo esto de la forma correcta. Pronto, Maō vio al joven duque cambiar esa pequeña mueca y mostrar una expresión suave hacia Celica.

—Celica, querida, hemos llegado —dijo con una voz cálida.

El carruaje se detuvo y siguiendo las indicaciones de Bertram, Maō bajó de primero para luego intentar ayudar a Celica a bajar. ¿Pero cómo lo hacía? ¿Movía el carruaje o la sacaba de un solo? Antes que intentara algo, Gilbert se bajó y extendió su mano hacia Celica, ayudándola a bajar. Maō los miró y solo se encogió los hombros, cerrando la puerta.

El palacio lucía tal como recordaba del último reinicio, quizás su única diferencia era que había humanos deambulando por los pasillos en ese momento. Observó a los distintos humanos hasta que su mirada se detuvo en un grupo específico. Eran varios hombres que se mantenían regios y efímeros gracias a sus túnicas largas y claras con unos bordados detallados de oro que adornaban de manera magnífica la tela blanca.

Sacerdotes de Ahda, pensó al reconocerlos. Estrechó sus ojos rubí por unos segundos, mientras miraba fijamente a un sacerdote de cabello platino, pero al final se encogió los hombros y siguió a las reencarnaciones. Debía ser su imaginación.

Caminaron por los pasillos recibiendo varias reverencias en su paso, bueno, solo las reencarnaciones. Él mismo se mantenía a unos pasos tras Celica y en silencio, manteniendo una expresión plana en todo el camino y solo miranda el lugar para memorizar la zona. Fue en ese momento que llegaron al palacete de la reina, empezando a cruzar un laberinto de rosas.

Pronto, un escalofrío recorrió el cuerpo de Maō haciendo que abriera sus ojos con urgencia y se detuviera de golpe. Buscó a su alrededor, tratando de disimular su nerviosismo, aquella esencia que hacía arder su sangre.

Su mirada se detuvo en una figura solitaria que se alejaba entre el laberinto. Ella se volteó, revelando su cabello castaño cobrizo y esos ojos verdes que contradecían la esencia divina de su cuerpo. ¡Es ella! ¡La humana del templo!, exclamó. Miró de reojo a los humanos que seguía y luego la dirección donde la joven había desaparecido, solo iba a revisar… No lo notarán.

Trato de ir hacia esa dirección, pero rápidamente alguien lo detuvo al jalar su oreja en ese momento. Maō siseó de dolor y se volteó, observando al culpable. Celica lo miró, estrechado sus ojos plateados con cierto disgusto y molestia.

—No te apartes de mí lado, Maō —dictó e ignorando la queja del azabache, continuando su camino.

Maō acarició su oreja, haciendo una mueca. ¡Maldita mujer loca, igual a su madre!, resopló pero al final la siguió, dándole una última mirada hacia la dirección donde había visto a la joven.

Llegaron al centro del jardín donde se encontraba un quiosco con la afamada fiesta de té y en su silla principal se encontraba una hermosa mujer. Vestida con un fino y adornado vestido rojo, la mujer de pómulos altos los miró con sus ojos púrpuras y esbozó una sonrisa carmesí, ocultándola luego tras un abanico a juego.

Imitando en silencio las acciones de los humanos, hizo una reverencia, mientras observaba cómo las reencarnaciones entregaban los saludos correspondientes a la reina Ariadnna. Ella dio una suave sonrisa, acariciando con el borde del abanico sus labios, y dijo:

—Señorita Celica, querida, me alegra que asistiera a mi invitación —miró a Gilbert. —Duque di Ligneth, no esperaba verlo hoy por estos rumbos. ¿A qué debo tal placer? —sonrió sin quitar su mirada de él, mientras giraba el abanico con su mano derecha.

—Simplemente, acompañaba a Celica en su camino, su alteza. Lamento interrumpirlas —dijo arrodillándose sobre una rodilla. —Me retiraré inmediatamente.

Se levantó e hizo una reverencia para irse; sin embargo, el abanico de la reina se cerró de golpe, atrayendo la atención de todos hacia ella. La mujer sonrió, manteniendo su abanico entre sus manos, y con una suave risa, dijo:

—Oh, Duque di Ligneth, preferiría no ver esos juegos tan temprano este día. Pero si tanto lo desea sería maravilloso tener su compañía. Además, un invitado más no dañará esta fiesta, por lo contrario pienso que le entregará más entretenimiento.

 —Cómo desee, mi reina —respondió minutos después y se sentó junto a Celica.

Maō se mantuvo en su lugar junto a otros sirvientes que servían en esa fiesta, actuando como un simple espectador. La reunión continuó sin problemas, dejando que los humanos hablaran tranquilamente hasta que un tema causó un cambio.

—Su alteza, ¿el príncipe Lariel no participará con nosotros? —preguntó Celica.

—Es lamentable, pero mi hijo no se presentará por ahora. —dijo, resolviendo su té. Golpeó unas cuantas veces la cuchara sobre el borde y la dejó a un lado, para beber el té. —Parece ser que ha encontrado algo más interesante que acompañar a su pobre madre. Oh, qué hijo tan cruel tengo—suspiró la mujer, bajando su mirada e impidiendo ver su expresión.

—Estoy segura que el principe Lariel solo está retrasado. Debe de llegar pronto, por eso no se aflija, mi Señora —expresó la joven dama con una suave sonrisa.

—Oh, querida, esa bella faceta tuya, tan pueril, siempre es de admirar. En especial, tu fe en ese niño. Realmente, me recuerdas a mí a tu edad —sonrió, acariciando sus labios con el abanico.

—No merezco tal comparación, mi reina.

—Oh, no seas tan humilde, querida, no se ajusta a ti. Después de todo, eres una magnífica joven con un linaje y compostura perfecta, no por nada eres la favorita para ser la esposa de mi hijo. Mi esperada nuera —la miró, jugando con el abanico. —Una joven a la que siempre ayudaré a cumplir su deseo…

Ambos mujeres se sonrieron, volviendo a tomar el té. Maō las miró para luego ver a Gilbert, quien mantenía un silencio anormal, notando que el joven duque tenía una expresión antipática. Sin embargo, no pudo pensar mucho en ello cuando en ese instante observó a un guardia hacer un ademán hacia la reina.

—Oh, vaya. Parece que tendré más invitados interesantes… —ladeó su rostro, mientras una pequeña sonrisa se asomó en sus labios carmesí. —Quizás debería cuidar mejor a ese niño…

En ese momento, Maō escuchó unos pasos acercarse al lugar casi en sincronía con las palabras de la reina. Fue entonces que todo su instinto salvaje se alzó cuando el invitado inesperado se presentó. Tapó su boca y respiró, tratando de ocultar los gruñidos que amenazaba escapar de él; pero le era complicado hacerlo, en especial, cuando veía a ese humano… a ese maldito humano.

Observó su rubio cabello que brillaba bajo el sol, mientras sus ojos azules resaltaba sobre el rostro de rasgos finos y varoniles; todo en él no había cambiado, incluso aquella sonrisa molesta de su rostro que cautivaba a los demás humanos a tener. Maō respiró pesadamente, sintiendo su cuerpo bañarse en sudor frío; sus ojos rubí se afilaron por un segundo al recordar aquel ardor sobre su pecho, donde lo había apuñalado ese humano con su espada.

Maō apartó su mirada de él, tratando de controlar sus instintos, y aspiró unos cuantas veces hasta que notó una mirada sobre él. El azabache miró de reojo, encontrándose con un par de ojos pardos molestos.

 ¡Maldita Lucna y sus coincidencias!

A unos pasos lejos del joven rubio, se hallaba un caballero con lentes, de mandíbula fuerte y cuerpo musculoso que ocultaba perfectamente bajo su uniforme; causando nuevamente cierta alarma en Maō.

El héroe y el guerrero, sus reencarnaciones respectivas.

Sabía que había una posibilidad que hubieran renacido… pero no esperaba que aparecieran los dos juntos, se dijo a sí mismo, tratando de mantenerse calmado y evitando la mirada del caballero. Chasqueó la lengua con molestia, si no estuviera en ese estado torcería sus cuellos en ese instante.

—Hijo mío, me alegra ver que decidiste presentarte a mi humilde fiesta —expresó la reina con voz alegre, ocultando su verdadera expresión tras el abanico.

La reencarnación del héroe sonrió, sin tomarle importancia las palabras de su madre, y dio una reverencia hacia ella.

—Lamento mi tardanza, madre. Aunque no esperaba que en esta reunión habría invitados— miró de reojo a las otros humanos.

—Su alteza príncipe Lariel —dijo Gilbert, levantándose de su asiento y dando una reverencia al príncipe.

—Bienvenido, príncipe Lariel. Es agradable volvernos a encontrar mi Señor—saludó Celica con su reverencia correspondiente.

El joven respondió con una asentimiento y un saludo rápido, mostrando cierta elegancia como su madre. Celica sonrió con suavidad y bajo su mirada, mientras volvía a su asiento junto a Gilbert.

—Pero dime, hijo mío, ¿Por qué te has atrasado? ¿Olvidaste que hoy te he llamado o preferiste ir donde tu padre que te ha llamado?  Dime, niño, la verdad en tus palabras —la voz de la reina se escuchaba melancólica pero algo en sus ojos revelaba otra cosa.

—No sólo me retrasé, madre… Estaba recogiendo a una invitada especial que deseaba presentarte. Ella ha llegado hoy del templo —giró su vista hacia atrás y dio unos pasos para revelar a su invitado, extendiendo su mano hacia ella.

La mirada de Maō de enganchó al notar por primera vez la figura que se mantenía tras esas dos reencarnaciones. Los presentes mostraron expresiones de asombro al ver la joya, el mismísimo corazón de Ahda, siendo llevada por la joven de ojos verdes, mientras el rostro de Celica palidecía al acto.

—Es un gusto estar aquí —dijo con voz alta y cantarina que delataba sus nervios, mientras trataba (patéticamente) en hacer una reverencia. —Soy Lucía… —los miró con las mejillas rojas. —Y soy la doncella sagrada.

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