La gota de esperanza – Capítulo 13

Escrito por Grainne

                                                                                                 Asesorado por Maru

Editado por Sharon


David suspiró mientras caminaba por el psiquiátrico en busca de su hija. Estaba harto de pasar por al lado de ancianos o niños que lo observaban raro. No veía la hora de volver a Buenos Aires y terminar con aquella búsqueda de híbridos.

Para su desgracia, Gina estaba muy encariñada con el niño. Había pasado tres meses desde que Eduardo la llamó “hermana mayor” por primera vez, y el niño no paraba de llamarla o preguntarle para salir a jugar.

A diferencia de ella, David no se encariñó con el niño en absoluto, ni sentía que era su responsabilidad. Ni siquiera estaba de acuerdo en que su hija sea la que supervisara a aquel niño. Sabía con certeza que el pequeño no iba a vivir mucho. Sin embargo, Larry intentaba convencerlo de que esto le haría bien a Gina.

Como si acabara de convocarlo, el español le vio a la distancia entre los pasillos con una mirada desesperante, por lo que se acercó a calmar sus nervios.

—David, debes confiar en ella. Tranquilo…  —dijo deteniéndolo entre la enfermeras que caminaban con medicamentos en mano.

—Larry, tú no lo entiendes. Sé perfectamente que el niño no vivirá, y ella… se llevará tremenda carga

—Lamento decirte de que es hora de que ella vea la realidad… Debe aprender de ello, déjala ser más libre. La sobreproteges de muchas cosas que suceden en este mundo y eso es aún peor, porque cuando vea realmente la realidad, su mundo de fantasía se irá a la mierda.

David lo miró pensativo y suspiro dirigiéndose hacia unos sillones del living del psiquiátrico.

—Ya sé que soy una basura de padre. Pero, ¿le has enseñado a defenderse? ¿La viste suplicarme no ir al instituto? ¿La viste en sus días más tormentosos? Dimelo, Larry —le exigió, extendiendo sus manos en busca de una respuesta, pero el español se sentó a su lado en silencio, y negó con la cabeza—. Criticar es fácil, pero tú no has estado cuando solo éramos dos, sin ninguna figura materna. Y recuerda que los híbridos no somos iguales a los humanos.

—Yo sé que ella ya se encariño con ese niño, pero hay cosas sobre su especie que aún me cuesta entender…

David lo miró hasta que entendió a lo que se refería. Con un suspiro, se sentó estirando sus brazos hacia el respaldo mientras observaba como las enfermeras caminaban constantemente entre los pasillos con pacientes.

—Chico, los híbridos vemos la vida desde un lado muy duro. Cuando se dan cuenta de esto, algunos llegan al suicidio para ser libres de su desgraciado destino: serán comida de demonios o serán rechazados. Ese pobre niño no vivirá mucho aunque mi hija insista; ya tiene una visión de un mundo que es difícil de cambiar. Ya cometí ese error una vez. En ese entonces, entregué a Gina con la esperanza de que tuviera unos padres normales pero luego del ataque de un demonio, ella quedó destrozada. Podría haberla perdido, así que acepté educarla cómo pude —le explicó David, con la mirada perdida en sus recuerdos. El español lo miró sin saber qué decir, así que decidió permanecer en silencio—. Me di cuenta de muchas cosas al criarla. Creció entre la pobreza y las calles, tenía poco dinero y me ganaba la vida con… bueno, con el trabajo que tenía más rápido a mi alcance. Tuve que darle una asquerosa arma en cuanto tuvo la capacidad de sostenerla entre sus manos.  Ella… verla sonreír es lo único que me alegra las mañanas. No te mentiré que me duele verla más independiente pero… todo sea por su felicidad y seguridad. Aunque ella sabe que yo soy el sentido que necesita para seguir…

—¿Por qué tu? —preguntó confundido.

—Porque soy la única persona que aprendió a quererla, y quien la vio crecer como persona… Destruiría su corazón si algún día muriera…

Aquellas palabras hicieron que Larry se quedara mudo, abrumado por sus sentimientos. Sentía los ojos húmedos con lágrimas sin derramar por el pesar, pero respiró hondo y colocó sus manos entre sus piernas.

Las palabras de David le hicieron pensar en su padre, y eso lo destrozaba, ya que no pudo conocerlo muy bien. Aún así, extrañaba su presencia y forma de ser. Nunca antes había conocido a alguien tan optimista y esperanzador como su papá.

David mostraba ser lo contrario, al pensar las peores cosas que podían suceder y nunca le sonreía a cualquiera que no fuera su hija Era una gran figura paterna para Gina, una muchacha que lo dejaba pensando sobre híbridos, y cómo desearía que todos pudieran tener a alguno de los dos como padres.

Le aterraba la idea de ver a su querida pelirroja entre en un vacío depresivo por lo que pudiera llegarle ocurrir a Eduardo. Tenía unas inmensas ganas de protegerla, pero sabía que eso no ayudaría, así que en su lugar le demostraría todo su apoyo.

Realmente espera verla con una sonrisa, no entre lágrimas que nunca debe o debió derramar.

—En realidad, no puedes irte aún o al menos mi padre se enojaría bastante, Martín —dijo de repente con una sonrisa ligera.

—Me mataría con sus propias manos, lo sé. Le debo demasiado. Fue él quien me enseñó lo que sé, y es gracias a ello que sigo hacia adelante.

—Espero que tu hija encuentre esas ganas en otras personas

—Y lo encontró —dijo David con una mueca.

—Pero ya que es demasiado tarde. En algún momento ese niño sufrirá un ataque emocional, ¿no?

—Me referia al que está delante de mí hablándome idioteces cuando podria ir a buscar a mi hija y ayudarla un poco —gruñó infeliz, mirándolo a los ojos con seriedad.

Larry lo miró sin entender. David sacó un cigarrillo, esperando a que su acompañante comprendiera lo que estaba insinuando.

Por la cara de perdido que tiene, voy a estar aquí un rato, gruñó por dentro. No quería que nadie se acercara a su pequeña, pero entendía que no podía encerrarla para siempre en una burbuja. Estaba en un punto desesperanzador donde debía dejar que su hija decidiera, aún cuando sabía que al final ella sería quien terminara destrozada.

—¿Te refieres a mí?

Sharon
No, al español que estaba al lado, el que escondí toda mi vida para prepararlo para casarse con Gina cuando tenga la edad apropiada.

Suspiró, soltando humo de su boca y contando hasta diez en su mente para no pegarle un tiro y terminar con el asunto. Antes de que pudiera responder, una enfermera se acercó para advertirle que no estaba permitido fumar en las premisas, así que no tuvo más opción que tirar el cigarrillo al suelo con amargura.

—Pero, espera, ¿ella te dijo algo? —preguntó Larry con curiosidad. David lo miró fijamente, y decidió ignorar la esperanza en la voz del chico, cambiando el tema deliberadamente.

—Sabes, me ha hecho un millón de preguntas de todo tipo sobre juguetes, juegos, cuidados… Cómo fue el cuidarla, si me dio dificultades, y muchas cosas de padres. No voy a mentir que me pareció tierno verla de esa manera, es como si ya no viera más a una niña, sino una madre.

—Por eso confío en ell- —el grito de Gina interrumpió a Larry. Enfermeras y médicos se acercaron de inmediato al verla con el niño en mano, quién sufría estar sufriendo un ataque de pánico. Sus chillidos hacían eco por los pasillos, atrayendo más atención al dúo.

El doctor Farrel se acercó con una jeringa para inyectarle al niño, quien se calmó de inmediato. El pequeño cayó al suelo con los ojos en blanco, y las enfermeras lo colocaron en una camilla y lo llevaron directamente a una habitación diferente a las usadas hasta entonces, con cerraduras y gran seguridad.

Gina estaba completamente devastada. Los médicos no le permitieron acompañar a Eduardo, así que solo pudo observar por la pequeña ventanilla cómo Farrel le hablaba y Eduardo respondía con miedo, alargando y retrayendo sus garras sin parar. Tristemente, no era la primera vez que el chico reaccionaba así.

Hace unos días, el doctor Farrel se había acercado a ella y le había confesado que la razón principal para la pérdida de control sobre sus instintos híbridos venía de un trauma que sucedió en su niñez. Ella había intentado lo posible para saber la razón y de esa manera mejorar el tratamiento, pero cada vez que intentaba indagar, Eduardo pasaba por un ataque de pánico fuerte o contenía sus instintos de ataque, autolesionándose. Y en cada ocasión, su reacción empeoraba. Tuvieron que recurrir a calmantes especialmente recetados por Farrel, quien los desarrolló después de años de investigación.

Mientras la pelirroja esperaba en la puerta, se sentó en una de las sillas de espera. Sus manos no paraban de temblar y su rostro se mostraba completamente pálido. David se acercó a ella, sentándose a su lado y abrazándola por los hombros demostrando apoyo. Comprendió de inmediato que estaba a punto de entrar en un ataque de pánico por los nervios.

—Todo estará bien…

Gina agarró su mano, apretándola con fuerza mientras intentaba pasar por el nudo en que se había convertido su garganta, con las lágrimas cayendo sin parar por sus mejillas.

—Es mi culpa, papá. Es mi culpa —repetía mientras tapaba su rostro con sus temblorosas manos. Larry se acercó y se sentó del otro lado, acariciando su espalda.

Esperaron que la situación se calmara de a poco. Pasaron dos largas horas que parecieron una eternidad para la joven pelirroja, hasta que, Farrell salió de la habitación para comunicarles el estado de Eduardo con una expresión de pesar.

—Bien, no hay forma correcta de decirlo, pero dudo que ese niño sobreviva. Es la quinta dosis de calmantes que le damos este mes, y tuvimos que aumentar la potencia con cada inyección. Su condición híbrida le permite resistir nuestras drogas, pero su estado mental ambivalente no es el adecuado. Su mente se está autodestruyendo, ya hemos llegado al punto donde la recuperación es… imposible.

Gina lo miró con la mirada en blanco, sin saber cómo responder. La mano de su padre en su hombro y la de Larry en su espalda la ayudaron a anclarse en la realidad y no desasociarse de la realidad.

—Entiendo, doctor. Creo que intentaré hablar con él —dijo luego de respirar hondo varias veces para recuperarse. Miró la puerta tras la que se encontraba Eduardo con desesperanza, y se puso de pie para acercarse, pero Farrell la detuvo.

—Esa conversación podría ser la última. ¿Está segura?

Ella lo miró con dolor en su pecho, incapaz de decir nada, y salió al patio para pensar mejor las cosas. Su padre iba a seguirla pero se quedó en su lugar al ver la desesperación y miedo en su expresión. Tomó su decisión, y empujó levemente a Larry, que se había quedado mirándola con aprensión. El español se tambaleó un poco por la fuerza del golpe, pero cuando recuperó el equilibrio, avanzó con determinación.

—Dime, ¿qué sucedió exactamente? —preguntó mientras se sentaban en uno de los bancos del patio, observando el limitado paisaje.

Ella simplemente lo abrazó con fuerza mientras no paraba de sacar lágrimas. Larry respondió al contacto en silencio, apretándola contra su pecho con fuerza en un intento de alejarla de la tristeza. Cuando ella apoyó su cabeza contra su pecho, él acercó su mano al instante hacia su cabello, acariciándolo con ternura y compasión.

—Mi padre tenía razón. Eduardo no tiene esperanza de seguir. Es una pobre alma abandonada que nunca tuvo un padre o una madre. Intenté todo… cariño, juegos,, charlas, convivencia… pero cada vez que toco su pasado, se descontrola entre los sentimientos de decepción, desamparo, desaliento y depresión. Ya no sé qué más hacer.

Él observó la mirada de súplica y agonía de la joven, y sintió su corazón encogerse del dolor. Estuvo unos minutos pensando cómo podría mejorar su agonía, cuando comprendió que no había manera de hacerlo. Esta situación no tenía un final feliz para nadie.

—Lo único que puedes hacer ahora, es dejarlo ir —dijo con cuidado. No sabía cómo se tomaría esto Gina, pero entendía que era algo que debía escuchar—. Tienes que dejarlo ir para acabar con su sufrimiento…

Incluso antes de acabar de hablar, ella ya estaba sacudiendo la cabeza en negación y susurrando una letanía de “no”. El resto de los pacientes los observaban como si fueran parte del público en un espectáculo morboso.

Gina intentó despegarse del abrazo, pero Larry se rehusó a dejarla sola. Al final, volvió a desplomarse entre los brazos del español, llorando en silencio. Unos minutos más tarde, Farrel se acercó a los jóvenes con pesar para anunciarles que el niño debía descansar. Mañana sabrían qué hacer con él con exactitud.

Como una muñeca a la que le cortaron los hilos, ella dejó que su padre y Larry la llevaran a donde quisieran. Los dos hombres se fueron a buscar la comida para la cena, dejándola pensar en los eventos del día.

Ni David ni Larry pensaban intervenir, ya que comprendían que era algo que debía afrontar por su cuenta.

♦ ♦ ♦

Gina no duró mucho tiempo dentro de la camioneta. Cuando comenzó a sentirse asfixiada por estar encerrada en un lugar tan pequeño, salió y se sentó sobre las escaleras que daban a las puertas del psiquiátrico, pensando en la mejor solución posible para el niño. Sin embargo, su mente se mantenía en blanco desde aquella escena.

Era como una herida que no cicatrizaba sin importar cuánto tiempo pasara; un dolor que la dejaba con los ojos cansados luego de llorar sin detenerse. Sus pensamientos estaban nublados, tanto que comenzaba a sentirse mareada. Solo quería seguir llorando mientras se abrazaba a sí misma. No encontraba solución entra las lágrimas y la desesperanza; como un callejón sin salida.

En ese momento unos pasos interrumpieron sus pensamientos. Levantó la cabeza lentamente y se encontró con la figura del doctor Farrel.

—Entiendo tu dolor, pequeña —dijo con pesadumbre en su voz mientras se sentaba a su lado.

—Usted nunca lo entendería —le respondió con amargura, sin siquiera mirar su rostro.

—Hablo en serio, señorita Leone —su tono de voz mostraba serenidad absoluta, y cuando miró su rostro con aflicción, dejó de fruncir sus cejas—. Eduardo es un niño que solo busca el cariño y la aceptación… Que yo no pude darle —bajó la mirada hacia el suelo.

—¿Y como es que ahora me dice estas cosas? Usted lo mantuvo en esa habitación como una rata de experimento… debería darle vergüenza…

—Lo reconozco, señorita… Lo reconozco gracias a usted —dijo, y ella lo miró perpleja—. Antes me costaba pensar en los híbridos como personas, y cuando supe de la existencia de este pequeño, inmediatamente fui a buscarlo para fines científicos…

Gina lo miró en silencio para que este prosiguiera a contar.

—La primera vez que lo vi, cuando fui a ese Orfanato, estaba lastimando a un niño entre lágrimas. Estaba asustado y sorprendido, pero la vez me fascinó pensar en lo que podría ser capaz de hacer. Entonces, hablé con las cuidadoras para tenerlo en el psiquiátrico. Ellas aceptaron tan rápido como pudieron para poder mantenerlo lejos. Nadie quería a ese niño cerca… —Con su mirada fija en la lejanía, el doctor junto sus manos mientras separaba sus piernas y se acomodaba de manera erguida—. Sentí muchísima pena pero mi yo frío y calculador me incitaba a investigar. Lo encerré solo en una habitación y evité cualquier tipo de contacto. Exigí gestos, maneras de hablar, e incluso expresiones físicas frías como condición, y lo alejé del calor y cariño que estaba buscando. Hasta que un día, una de las enfermeras, intentó hacer lo mismo que tu. A pesar de mis advertencias, ella mantuvo su actitud bondadosa. Eduardo no supo qué hacer con ella, nunca antes había recibido ese tipo de estímulos positivos, así que perdió el control sobre su transformación. Nunca se perdonó lo que le hizo a esa enfermera, y a partir de entonces, él rechazó cualquier tipo de contacto con nosotros. —la miró a Gina con desdén.

Gina se quedó silencio unos momentos, procesando la historia. No era de extrañar que el niño no se haya acercado a ella hasta que le mostró su condición híbrida. Debió haber temido que, de acercarse a otro humano normal, podría haber repetido la historia.

—Si lo que dice es cierto… ¿por qué se negó a dejármelo? ¿Por qué no me dejó llevarlo conmigo? —le preguntó en un susurro apenas audible. El doctor la miró detenidamente antes de responder.

—En parte, temía que ustedes hagan algo peor, como llevárselo para usarlo como arma.

—Claramente me hubiera negado a algo así, Farrel —replicó con seriedad.

—Ahora lo sé, señorita. Cuando empezó a darle afecto, cariño y confort… me di cuenta que mi reacción fue desmedida. En mi intento por protegerlo, terminé negándole lo único que pedía, una madre que le quisiera —respondió con consciencia. Gina asintió mirando el suelo.

—¿Sabe? Yo nunca hubiera llegado a este punto sin mi padre… No sé como no se dio cuenta antes

—En cierta forma, ustedes intimidan un poco. Su padre no parece un hombre muy… moralmente aceptable —ante aquellas palabras, Gina soltó una pequeña risa en sus labios.

—Él puede parecer un mercenario, pero tiene un gran corazón

—Si, te ha criado muy bien…

Ambos se quedaron en silencio, sin mirarse hasta que Gina escuchó a los pasos desesperados de una joven en zapatos bajos. Era una enfermera que se acercó para anunciar el estado del niño.

—Señor, creo que se ha calmado un poco, ¿Qué deberíamos hacer ahora?

—Me acercaré para verlo un poco. ¿Puede ser posible? —preguntó la pelirroja, esperando una respuesta afirmativa del doctor.

—Primero, vigilemos su estado psicológico, luego te diré que hacer —se levantó de su sitio para buscar la carpeta con los datos del niño.

♦ ♦ ♦

—Creo que te toca hablar con ella —le dijo Larry hacia David.

—No, ella sabrá qué decisión tomar…

Larry suspiró, y ambos comenzaron el camino de regreso a la camioneta donde dejaron a la joven. No obstante, cuando abrieron la puerta para hacerla comer, se dieron cuenta que ya no estaba.

Por un momento los dos se miraron sin saber qué hacer. Entonces el pánico entró en sus mentes y entraron en movimiento. Arrojaron la comida al asiento, sin preocuparse por cómo caía, y corrieron dentro del Hospital.

Dentro todo era un descontrol. Médicos y enfermeras corrían, pidiendo ayuda a seguridad e informando a los gritos que la híbrida se había encerrado con el niño en su cuarto. David tuvo unos momentos para mirar atónito a Larry, antes de volver a la acción. Ambos llegaron en segundos al cuarto donde Eduardo se encontraba, y el español se adelantó para observar desde la pequeña ventana de la puerta sellada cómo la joven pelirroja se arrodillaba frente al niño, hablándole de manera dulce y compasiva.

—A veces siento que los sentimientos de impotencia viene a mi. Y tengo miedo… —decía el niño con una mirada vacía.

—Es normal sentirlos al principio, pero debes saber que tú eres tú…

—Siempre seré yo, hermana mayor… —decía el niño agarrando las manos de la joven mientras ella lo observaba enternecida y peinaba su cabello con delicadeza.

—No eres un monstruo, recuérdalo. Te llevaré conmigo a la ciudad. Te lo prometo.

Sin embargo, Eduardo negó suavemente con la cabeza. Con movimientos lentos, acercó las manos de Gina hacia su cuello.

—No quiero seguir sufriendo, quiero a mi mamá. Ella me alejó de mi feo papá hasta que la mataron… Quiero a mi mamá, hermana mayor.

—Déjame cuidarte, por favor —le suplicó—. Tendrás una linda casa con tu habitación propia, llena de juguetes; ¡incluso te llevaré todos los días al colegio por las mañanas…! Por favor —rogaba Gina con lágrimas. Su forma híbrida hizo su aparición por lo descontrolada que estaban sus emociones.

El niño sonrió levemente al verla, pero David se dio cuenta que sus ojos parecían vacíos. Como si su cuerpo ya no tuviera su alma…

El hombre abrió los ojos con sorpresa, comprendiendo lo que sucedía. Luego de tantas subidas y bajadas emocionales, causadas por las drogas, Gina y su trauma pasado, Eduardo estaba perdiendo el control de su transformación híbrida. Si lo perdía por completo no podría controlar sus instintos y podría enloquecer, o perdería la capacidad de defenderse y estaría indefenso ante el ataque de los demonios.

David ya había observado un caso parecido en su juventud, por lo que sabía la conclusión a la que llegaría el pequeño. Antes que terminar en la oscuridad o ser una presa para los demonios, el suicidio era la forma más segura de terminar con todo.

Le llevó un instante percibir el momento en que Eduardo tomó su decisión.  Sin embargo, saber que deberían presenciar tal acto lo dejaba congelado, sintiendo esa leve sensación de escalofrío por su espalda.

El único que sabía a qué conclusión llegaría la situación era él, por lo que, cuando Eduardo acercó las garras de la pelirroja a su cuello, los demás lanzaron gritos alarmados.

No uses a mi hija para eso… ¡No le dejes ese tipo de cicatriz!, gritó en su mente. Quería intervenir, pero al mismo tiempo, quería darle la libertad al pequeño híbrido de elegir la manera en que se iría de este mundo. Y si Gina podía darle la paz necesaria para cruzar, él no podía intervenir.

Las emociones alteradas del pequeño provocaron la transformación completa en ambos. Las escamas del niño eran un color grisáceo oscuro, que su cabello unido a su cuerpo, destacaba el brillo del mismo mientras que su cola terminaba en una punta bien fina y afilada. Los ojos del niño se pusieron completamente negros y de su frente salió un cuerno, mientras que sus manos se convertían en pequeñas garras.

La joven comprendió de inmediato sus intenciones, y detuvo sus garras, que se acercaban al cuello de Eduardo mientras no paraba de llorar. No entendía por qué no podía regresar a su forma humana, sin importar cuánto se esforzara.

No, no, no, no, no, no, por favor no, rogó en su mente. ¡Por favor! ¡Alguien, quien sea! ¡Por favor, sálvenlo!

En ese momento, las palabras que Larry le dijo se repitieron en su mente.

—Lo único que puedes hacer ahora, es dejarlo ir. 

En ese momento en que vaciló, Eduardo logró controlar las garras de ella, y cortó su cuello a la perfección. Una limpia línea se abrió sobre su escamosa piel, soltando una gran salpicadura de sangre sobre el rostro de la joven.

Gracias, hermana, susurró la mente del pequeño, y luego se apagó.

Gina escuchaba como David y Larry intentaban entrar pero la puerta parecía completamente sellada por algo.

La joven pelirroja observó el cadáver del niño que había intentado salvar con gran dolor en su corazón. Estaba completamente en shock, observando sus garras y el cuerpo inerte de Eduardo, sintiéndose una gran escoria. Tanto era el impacto del suceso, que no se percató que su collar comenzó a vibrar.

Finalmente, terminó de procesar los eventos. Eduardo estaba muerto.

Lo maté…

Lanzó un grito de furia y, sin pensar en lo que hacía, arrancó el collar de su cuerpo para tirarlo contra la pared, queriendo romper algo. Sin embargo, al verlo rebotar en las colchonetas que cubrían el cuarto y no recibir ni un rasguño, algo en su interior se rompió.

—No somos monstruos, no somos monstruos, no somos monstruos… ¡No lo somos! —gritaba la pelirroja entre lágrimas abrazando el cadáver.

Detrás de la puerta, el público observando lanzaba gritos asombrados y asqueados por lo que acababan de observar. Gina escuchaba a la perfección los susurros asustados y a David golpeando la puerta sellada con fuerza.

Su padre observaba a su hija en duelo, completamente rota por los acontecimientos. Eso fue lo que le hizo salir de su aturdimiento y romper la puerta con fuerza gracias a sus garras, las cuales sobresalieron para permitirle usarlas como navajas.

Se acercó a ella de inmediato, e intentó alejarla del cadáver, pero ella se resistió y volvió corriendo hacia el niño. Al ver la escena, Farrell cerró los ojos con pesar y se permitió unos minutos para pensar en su pequeño paciente a quien tanto mal le había causado. Cuando los abrió, era nuevamente el médico frío y distante que debía ser.

Le hizo una señal a los guardias de seguridad que esperaban en la puerta cuando escucharon la conmoción, y éstos entraron de inmediato junto con unos médicos para hacerse cargo del cuerpo. David alejó a Gina a una esquina para dejarles actuar.

Cuando los médicos agarraron el cadáver, sin embargo, la cabeza se desprendió del cuerpo y rodó por el suelo hasta llegar a los pies de la joven híbrida. Ella observó la pequeña sonrisa en la expresión para siempre congelada de Eduardo, Una parte de su cerebro que todavía no terminaba de comprender la imagen le susurró que no era de extrañar, ya que sus garras eran tan afiladas como para pasar a través de los huesos y realizar un corte perfecto.

Esto provocó que el llanto y los gritos de Gina aumentaran de volumen. Ella estaba completamente bañada en sangre, y su mente daba vuelta en círculos, intentando comprender qué fue lo que hizo mal.

¿Debí abandonarlo? ¿Debí quedarme? ¿Debí llevármelo? ¿Debí matarlo en cuanto lo vi? ¿Qué debí hacer? ¡¿Qué?!

Mientras tanto, su padre la abrazó con todas sus fuerzas y giró su cuerpo para bloquearle la vista y evitar que siga viendo aquella escena.

Sin embargo, Gina se resistió. Estiró su cuerpo y se acercó a la pequeña cabeza con lentitud. Fue tan solo unos segundos que pudo aferrarse a este, hasta que los médicos la notaron y se la arrebataron. La culpa en sus manos manchadas fue el gran pesar para su ingenuo corazón.

♦ ♦ ♦

Al día siguiente, el niño fue enterrado por una funeraria de bajo costo. Gina, acompañada de su padre y Larry, no se despegó del ataúd hasta que lo bajaron y cubrieron con tierra. Se quedó allí hasta el atardecer observando la lápida con el nombre del niño escrito.

—Fui tan tonta por no haberte hecho caso, papá.

Él no le respondió ni le dirigió la palabra desde el día anterior, sabiendo que necesitaba de un tiempo para procesar la muerte y pensar en el futuro. No quería restregarle su punto de vista de la situación ni mucho menos echarle la culpa.

—Creo que nunca estaremos satisfechos con nuestras vidas. Los humanos nos odian, los demonios nos comen, nos torturan… ¿Realmente somos de este mundo o estamos destinados a sufrir? —preguntaba ella sin verlo a la cara.

—Es algo que deberías averiguar a partir de ahora por ti misma, cariño. Yo pasé mi vida de manera diferente. Solo puedo pedirte disculpas por mis decepcionantes habilidades para la crianza que te ocultaron este lado del mundo —dijo mirándola con culpa.

Gina se levantó del suelo y observó a los ojos a su padre. Estaba sorprendida de verlo soltar lágrimas, pero se recuperó rápidamente y negó con la cabeza para que supiera que no le culpaba de nada. Luego se dirigió hacia donde Larry la esperaba, quien la abrazó para consolarla y le devolvió su collar. Ella simplemente lo aceptó sin cuestionar nada, prefería olvidar lo que sucedió con el niño y el vibrar de la piedra.

Los tres caminaron hacia su vehículo, listos para dirigirse a su siguiente destino.

Gina se sorprendió al descubrir que Guillermo la había llamado varias veces. Se encargó de llamarlo para luego comunicarle todo lo sucedido con una voz devastadora y fría. Aquello no la detuvo a acceder el próximo viaje en busca de otro híbrido. A pesar de que su jefe parecía reacio a dejarlos continuar, la insistencia de la joven llevó a que les notificara la siguiente ubicación.

Larry no entendía como lograba soportar tremenda carga. Ayer estaba completamente en shock y ahora, parecía lista para dirigirse a su próximo destino. Comprendió nuevamente que Gina era alguien fuerte, no sólo por ser un híbrido de gran nivel, sino emocionalmente.

Eso no quería decir que quisiera correr el riesgo de hacerla llorar, así que evitó tocar el tema de Eduardo mientras realizaban los preparativos.

El viaje fue una tortura de silencio e incomodidad. Gina y David no se dirigían la palabra. El español sintió el triste aislamiento entre padre e hija que a veces lo ignoraban o solo uno de ellos le contestaba.

No sabían que más les esperaba para el próximo híbrido. Pero lo que sí sabían era que este viaje al Hospital en Entre Ríos los había marcado a todos, de una forma u otra.

Larry rogó que, por el bien de todos, el próximo híbrido estuviera con vida o estable.


Sharon
Pues, eso acaba de pasar. Demos un minuto de silencio a Eduardo, personaje que yo pensé que iba a vivir más que un capítulo y medio :v. Por cierto, acabo de notar que Grainne deja varios de mis comentarios XD Para que sepan el nivel de la conversación que tenemos mientras editamos los capítulos

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