El Rey Demonio y la Bella Villana – Capítulo 7: Segundo reinicio

Escrito por Noah

Asesorado por Grainne

Editado por Michi


La bañera simple y mediana de madera estaba llena de agua, manteniéndose en el centro de la habitación mientras el rey demonio la miraba con disgusto. La voz de una humana anciana y regordeta se escuchaba en el fondo mientras correteaba a su alrededor, indicándole que se quitara la ropa y entrará al agua. Todo eso con el objetivo de que dejara de estar mugriento. Casi bufó indignado ante sus palabras. Él no estaba sucio, era lampiño, no tenía pelaje para estar sucio.

Miró fijamente la bañera con malos ojos en la espera que esa cosa fuera destruida bajo su mirada rojiza. Nada paso, para su desgracia.

—Vamos, pequeño Maō, es hora de tu baño —dijo de forma alegre la vieja, obligando al pobre monstruo a desvestirse y meterse al agua.

El fuerte chapoteo ahogó sus quejas, mientras la vieja molesta se atrevía a empezar a frotar su piel con un objeto áspero. Pronto, esta tomó un objeto oloroso y suave que al contacto con el agua sacaba espuma, y lo pasó sobre el cuerpo del rey demonio.

—Vas a quedar muy limpio y lindo, pequeño Maō —dijo la humana, mientras seguía en su tarea de limpiar al azabache.

Maō, al final, solo gimió abatido, resignándose al baño. Maldijo a Lucna que lo había enviado a ese lugar. Además todo esto fue por entregar una miserable carta, pensó el azabache, recordando el inicio de su miseria.

♦ ♦ ♦

Ese día había iniciado muy simple y monótono para el rey demonio, incluso cuando había llegado a ese lugar en un principio. Alzó su mirada hacia el nido humano frente a él, observándolo con cierta curiosidad.

El lugar era una estructura grande y con un estilo que combinaba las formas curvas y rectas de manera curiosa sobre las venas del edificio y ventanas, haciéndolo ver más adornado. Dio una ligera mirada a su alrededor notando la cierta similitud de muchos de los otros nidos del alrededor; eran muy diferentes de las zonas que había visto antes como el templo o los edificios de la plaza.

La observó con interés, tratando de comprender porque los humanos hacían un realce de sus diferencias en sus territorios. Era algo ajeno a los monstruos. A diferencia de los humanos que parecían disfrutar la distinción artificial entre sí, su especie prefería mantener una armonía con la naturaleza, solo diferenciándose por el tipo de hábitat natural en que vivía cada monstruo.

Rebuscó en los bolsillos de su pantalón sacando unas cuantas piedras que había recogido anteriormente hasta que encontró lo que buscaba: una carta maltrecha y sellada. Según Lucna (la diosa rara), debía entregar esa carta a uno de los humanos del lugar para poder iniciar con su papel. El problema era que la loca rara no le había dicho a quién debía entregarla, solo que era un humano que trabajaba allí.

—Supongo que lo descubriré por mí mismo… —murmuró, guardando sus piedras.

Recorrió el alrededor de la mansión, observando como unos barrotes de hierro se alzaban sobre el territorio para señalar los límites. Pronto, avistó a unos humanos que se mantenían vigilantes en lo que parecía ser la entrada.

Deben ser uno de ellos, pensó y caminó hacia los guardias, escuchando con desinterés su conversación. En sí, esta no era fuera de lo común y solo tocaba temas de las personas del lugar (si suponía bien), como lo eran las salidas y llegadas de sus maestros. En especial, el regreso de la joven dama de su paseo con el duque de la casa Ligneth.

—Pronto, supongo —dijo uno de los guardias, el más alto de ellos. —No creo que el joven duque la lleve más que tomar té. Últimamente, hay rumores que dañan la imagen de la joven dama.

—Bueno es natural. Ella nació con esos…

Su conversación se detuvo abruptamente al notar la presencia del pequeño azabache. El rey demonio los miró, frunciendo el ceño, y sin esperar mucho reveló la carta en su mano, diciendo:

—¿A quién de los dos debo entregar esta carta?

—¿Una carta…? —lo miró el guarda de cabello castaño. —¿De qué trata, niño?

—No lo sé, ni me importa. Simplemente debo entregarla a un humano para hacer una cosa llamada: trabajo —exclamó Maō con indiferencia.

Ambos guardias lo miraron para luego verse entre sí; el guardia más alto sonrió ligeramente, mientras el guardia castaño resopló molesto y cruzó sus brazos sobre su pecho. Tras unas ligeras palabras entre ellos (sobre su actitud, o eso entendió Maō), volvieron a ver al rey demonio; al instante uno de los humanos se agachó, simulando la altura del monstruo humanoide y le dio una sonrisa. Maō solo arqueó una ceja al verlo.

—Entonces… ¿es una recomendación? No eres un poco joven para iniciar a trabajar aquí, pequeño. ¿Cuántos años tienes?

—Soy lo suficientemente viejo. Ahora, dime a quien debo entregar la carta. ¿Es a uno de ustedes?

—Eres muy joven para ser tan arrogante… —suspiró el guardia.

Pronto, el guardia castaño tomó la carta de Maō y la abrió, leyendo su contenido. Lentamente, su expresión cambió y miró al pequeño azabache con una mirada simple.

—Parece que no estaba mintiendo.

—¿Eh?, pero no es muy joven…

—Según la carta, cumplirá los trece este año.

—…Aun así, ¿no es mejor esperar hasta que los haya cumplido?

El humano castaño simplemente se encogió los hombros, mientras guardaba la carta en su sobre y se la devolvía al azabache. Y pronunció:

—Simplemente llévalo con Bertram, no es nuestro problema. Él se encargará del niño.

El rey demonio le dio una mirada sucia al humano y chasqueó la lengua ante su actitud. Bueno, no importaba. Lo que le interesaba era ocupar su lugar dentro de la historia, todo lo demás no era de su interés. Observó a los humanos hablar hasta que uno de ellos le indicó seguirlo, entrando en la propiedad y dirigiéndose hacia la mansión.

El guardia lo guio por el extenso jardín delantero, mientras Maō se mostraba curioso ante la extraña forma de los árboles y arbustos del lugar, preguntándose el por qué estos eran cuadrados o tenían formas anormales. Pronto observó un pozo de agua con una estatua que escupía agua.

Los humanos son tan extraños al decorar sus nidos… ¿O esto es una madriguera?, pensó Maō al notar la presencia de varias voces que provenía del lugar. Aun si eran ligeras a causa de la estructura artificial del lugar, estaba seguro que habían muchos humanos allí dentro.

Tras unos minutos, el guardia humano lo llevó hacia un lado del edificio vislumbrado una entrada en el costado. Era simple y pequeña contrario a la puerta principal que había visto antes, haciendo que Maō estrechará su mirada. ¿Por qué entraban por allí? Miró de reojo al humano que lo acompañaba, el cual lucía bastante tranquilo.

No creo que sea una trampa, pensó al no notar nada sospechoso a su alrededor hasta que entró en el lugar. Un pequeño comedor los recibió junto a unos pasillos que los conectaba. Siguió al guardia por uno de los pasillos entrando más y más al interior de la mansión.

—¡Oh, señor Bertram! —llamó el guardia a un hombre que caminaba unos metros antes que ellos.

El hombre se detuvo y se volteó hacia ellos, colocando sus manos sobre su espalda mientras esperaba que lo alcanzaran. Al momento que lo hicieron, el guardia empezó hablar con el hombre, dejando que Maō pudiera observarlo con detenimiento.

El humano frente a él era un hombre anciano que mantenía una apariencia pulcra y porte digno, a pesar de las arrugas de su rostro severo. Tenía una cabellera abundante canosa junto a un bigote grueso y ordenado unido a sus patillas que parecía ocultar su boca.

—Comprendo. Alan, puedes retirarte. Me encargare del niño —expresó el hombre con una voz profunda.

El guardia asintió ante su orden y dio media vuelta para irse; dejando a Maō solo con aquel viejo humano. El azabache le dio una mirada de reojo, descubriendo que el hombre lo estaba mirando fijamente, y rápidamente desvió la mirada con un chasquido de lengua. Odiaba que lo miraran así.

—Niño —pronunció el humano. —¿Me entregarías la carta?

El rey demonio lo miró y le entregó la carta. El hombre con movimientos ligeros abrió el sobre, leyendo al instante su contenido. Frunció el ceño ligeramente, ocultando entre las cejas pobladas y las arrugas sus ojos azules, hasta que volvió a ver a Maō, doblando la carta.

—Esperaba que tu tutor se presentará —murmuró el anciano, suspiró y preguntó. —¿Sabes escribir y leer?

—¿Ah?

—Eso es un no, ya veo. Normalmente, al ser tu primer trabajo se te colocaría como aprendiz o criado menor… pero se te dará una oportunidad. La señorita Lucina te dio una buena recomendación, pero parece que tu antiguo tutor… —miró a Maō. —Tu enseñanza debió ser limitada.

Maō apartó la mirada. Abrió la boca para hablar pero su voz no salía (quizás por el extraño nudo de su garganta), sintiendo un vacío asfixiante en su pecho al pensar en el viejo Fafnir. Tragó en seco e inhaló profundamente para luego decir:

—El viejo Fafnir solo le gustaba enseñar lo que le parecía interesante…

El anciano no respondió, solo le dio una extraña mirada manteniendo un raro silencio. Pronto, el humano aclaró su garganta y colocó sus manos sobre su espalda, manteniendo su postura recta.

—Parece que he olvidado, presentarme. Mi nombre es Bertram y soy el mayordomo jefe —miró a Maō con su ceño profundo. —Ahora, debes presentarte, niño. Mantén la espalda recta y pecho al frente, y habla claro. Eso dará a tu presentación fuerza. Y no muevas tu pie…

—Maō —dijo el azabache siguiendo las extrañas instrucciones del anciano.

—Muy bien. Ahora, te explicaré cómo se trabaja aquí —inició el viejo humano. —En esta mansión se rige por una estricta jerarquía. Siguiendo después, por supuesto, de los maestros, el mayordomo en jefe, que ese soy yo, esta de cabeza en la jerarquía de la servidumbre. La ama de llaves me sigue en poder junto a la cocinera. Luego, el primer ayudante de cámara o asistente personal, que es tu puesto, tomaría un papel importante en la jerarquía. Luego siguen los lacayos y doncellas…

Maō asistió, tratando de memorizar la jerarquía que explicaba (muy extensamente) el anciano. Después de todo, dentro de las madrigueras y manadas se debía tener un orden estricto sino está caería a su muerte.

—En el lado de los varones, cae bajo mi jurisdicción y mis órdenes son de gran prioridad, solo siendo superadas por los maestros. El lado femenino está bajo la guía de la ama de llaves, Silvana. En tu caso, como asistente personal, te encuentras en una posición complicada. Al ser tan joven no se te dará tal responsabilidad de regir sobre los demás, pero tampoco responderás bajo las órdenes de nadie que no sean las mías o de los maestros de la casa

Bertram se detuvo unos minutos y miró a Maō con una expresión neutra. Asintió y tras aclararse la garganta, dio unos lentos pasos de ida y vuelta, retomando la explicación.

—Ahora bien, debes recordar que la autoridad máxima de la mansión recae en los maestros. El duque Jacob di Shenite, es el hombre al que servimos y el dueño de la mansión. Es el primero en la jerarquía, aunque él suele trabajar en el feudo y regresar en temporadas específicas a la capital. El siguiente en jerarquía es el joven maestro Gawein Shenite, hijo primogénito del duque y quien suele estar mayormente en el feudo trabajando. Siendo así, que rara vez se queda en la capital por mucho tiempo, a menos que sea por trabajo. ¡Pero no olvides su posición dentro de la jerarquía! —recalcó el anciano. —La tercera y a quien debes obedecer como prioridad es a la joven dama Celica Shenite, la hija del duque. Normalmente, la joven dama es quien rige la mansión y mantiene el orden, mientras el maestro no está.

Después de eso, el mayordomo empezó a explicar los privilegios de trabajar bajo las órdenes de la casa Shenite, indicando que tendría un lugar para dormir y alimento. También tendría dos días libres al mes y recibiría una paga: una moneda de plata (¿qué era eso?). ¿Esto significa que me han aceptado dentro de su madriguera…?, meditó el rey demonio mientras escuchaba la explicación del humano.

—Por otra parte, iniciaré tu entrenamiento tras presentarte a su Señoría. Debo indicar que no me gusta repetir mis palabras, por lo que te recomiendo aprender correctamente tras mi explicación —dijo el humano de forma solemne. —Además que se te instruirá lo básico académicamente…

Antes que continuará con el aburrido monólogo llegaron al pasadizo unas tres humanas femeninas. Una mujer mucha más vieja y digna (por su forma de caminar) le dio una sonrisa amable al viejo mayordomo, saludándolo al instante. Por su parte, las otras dos (unas chicas), que cargaban una sábanas y seguían a la anciana, dieron un ligero asentimiento y trataron de partir de allí. Hasta que lo vieron.

Las jóvenes se detuvieron al instante observando con detenimiento la apariencia de Maō, murmurando entre ellas sobre sus ojos rojos y cabello negro.

—Quizás sea del continente Tsuyo. Kokia es de allá y tiene el cabello negro… —dijo una de ellas.

Las chicas humanas siguieron hablando sobre él, a pesar de la mirada molesta que les había enviado Maō; pero pronto se quedaron en silencio y bajaron sus miradas saliendo del lugar con rapidez. El rey demonio parpadeó confundido y miró de reojo a los humanos viejos, notando que la mujer anciana tenía el ceño fruncido. Está lo volvió a ver, suavizando ligeramente sus rasgos, y dio una pequeña sonrisa.

—Supongo que este niño trabajara en la mansión —dijo la mujer y frunciendo sus labios ligeramente, preguntó. —¿Sabe hablar nuestra lengua? Sería problemático si hablara solo una lengua extranjera.

—No te preocupes. Sabe hablar perfectamente atlas —contestó Bertram. —Por ahora, le explico lo básico del lugar y cuando llegue la joven dama, lo presentaré a ella.

—Espero que no en ese estado —señaló la mujer. —Está tan sucio.

Maō frunció el ceño ante sus palabras, completamente insultado ante la idea que le digieran sucio, mucho más cuando señalaron que parecía un animal callejero que habían recogido. Para su horror, el mayordomo, que lo había vuelto a ver, asintió a las palabras de la anciana loca y dijo:

—Tienes razón. ¿Te importaría mandarlo a bañar, Silvana? Creo que Rose podría encargarse, sino mal recuerdo hace tiempo ayudo a cuidar unos nietos.

La mujer asintió e ignorando las quejas de Maō, se llevó al niño a rastras hacia lo que sería para este el peor lugar que hubiera conocido en su vida: el baño.

♦ ♦ ♦

Tras haber pasado una hora completa (o más) en bañar al pobre rey demonio, la anciana regordete lo empezó a secar con una paño, impidiendo al monstruo intentar sacudirse el agua. Eso lo hacen los animales, pequeño Maō, y tú no lo eres, había dicho la mujer tras pellizcar una mejilla al azabache en su tercer intento.

Pasaron varios minutos hasta que la mujer liberó a Maō y le permitió terminar por sí mismo. Maō suspiró cansado cuando por fin se quedó solo, gruñendo algunas maldiciones contra esos insectos que lo habían humillado. Pronto, estornudó, sintiendo un ligero cosquilleo en su nariz cuando percibió un aroma. Olfateó su cuerpo un poco y frunció el ceño al instante.

Ugh, huelo como un humano, pensó Maō asqueado ante el perfume (ligero, pero existente) que ahora desprendía su cuerpo. Realmente, horrible si recordaba cómo olían la mayoría de humanos de ese lugar. ¡Le tomaría días para volver a la normalidad!

Chasqueó la lengua con molestia y observó su apariencia en un espejo cercano. Las ropas que le había entregado se ajustaban perfectamente a su cuerpo infantil y eran más cómodas, pero también faltaba su capa que no podía invocar por ahora (algo que le incomodaba). Por lo demás, lucía más como un cachorro humano, aunque por suerte aún mantenía ciertos rasgos monstruosos que le distinguía de esos insectos. Sus ojos rojos eran la primera prueba de ello al ser un rasgo que solo los monstruos tenían, o eso esperaba Maō.

También estaban sus orejas, cubiertas por su cabello rebelde, que eran ligeramente puntiagudas pero no tanto como las de los goblins o elfos. Sonrió, observando sus dientes afilados como colmillos, para luego levantar el flequillo que cubría su frente, observando en el centro de esta una curiosa marca curva muy similar en forma a un ojo.

—Ah, me preguntaba si también lo había perdido —murmuró Maō al ver su tercer ojo.

Tras revisar su cuerpo por completo y acicalarse, el rey demonio salió de la cámara de tortura (baño), encontrándose a Bertram. El viejo mayordomo lo esperaba a unos pasos lejos del baño, manteniendo una postura recta; el humano miró a Maō y asintió.

—Excelente, aunque demoraste un poco debo admitir —dijo. —Pero no nos preocuparemos de ello por ahora. Te guiaré por la mansión y tras terminar, te presentaré a la Señora de la casa.

Diciendo esto, el viejo mayordomo empezó a caminar, Maō le siguió el paso escuchando la tediosa explicación de cada habitación y sala que pasaban. Lentamente, se fueron adentrando más a la ala este que mostraba un estilo más notificado que el lado oeste. Subieron al segundo piso por las escaleras centrales, encontrando en ese momento con un joven apuesto y de apariencia fría. El mayordomo hizo una reverencia al instante que observó al joven, obligando a Maō a imitarlo.

—Joven maestro, ¿parte ahora? Pensé que partiría mañana —dijo tras saludar al joven. —¿Desea que designe a alguien que le ayude con su equipaje?

—No. Solo me retrase por unos informes que necesitó.

—Entiendo —expresó un asentimiento para luego añadir. —En ese caso, espero que haya podido despedirse de la joven dama. Ella regresó a la mansión hace media hora.

El joven no respondió, en su lugar se colocó un saco blanco que le había proporcionado un criado que le seguía. Maō miró de reojo al joven humano con curiosidad, observando su ropa fina y el cabello celeste tan claro que casi parecía blanco. Pronto, este lo volvió a ver.

—Rasgos exóticos —murmuró el joven al ver a Maō, haciendo que el azabache le entregará una mirada sucia ante sus palabras. —Y uno muy joven…

—Sí. Maō se integrará a trabajar hoy —respondió el anciano.

—Veo. Padre debe estar satisfecho con ello —estrechó sus ojos azules al escuchar la respuesta del mayordomo, formando una línea recta sobre sus labios.

—Aunque su Excelencia acepto la integración de un nuevo miembro, Maō está bajo las órdenes de su Señoría Celica.

—¿Célica cambió de nuevo a su criado personal? Es el cuarto este año…

El joven suspiró, sacudiendo la cabeza ligeramente, y frunció el ceño. Tomó los guantes que su criado le proporcionó y entre un murmuró suave, agregó:

—Es demasiado exigente. Trata que no lo despida tan rápido y asegúrate de entrenarlo bien. Me aseguraré luego de que Celica se comporte…

Tras ordenar eso, el joven partió, dejando al monstruo solo con el mayordomo. Maō chasqueó la lengua (a pesar de la mirada de Bertram) al pensar en la charla de los dos humanos, era extraña la manera que abordaba el tema. O quizás no necesitan que yo lo sepa, meditó el azabache mientras seguía al anciano por el pasadizo.

Caminaron por unos minutos hasta que llegaron a una puerta grande de rico roble. El mayordomo le indicó a Maō colocarse firma y no desviar su mirada de su señora o mirarla de manera maleducada como lo había hecho anteriormente (¡falso, él había sido muy educado con esos humanos!). Reteniendo su deseo de chasquear la lengua, Maō asintió a las indicaciones y observó como Bertram golpeó la puerta, diciendo:

—Mi Señora, ¿puedo pasar?

—Sí —respondió una voz fina, permitiéndoles entrar.

Un dulce aroma atrajo la atención de Maō al entrar, percibiendo la combinación de un aroma a miel floral y algo refrescante que hacía cosquillas su nariz. Lo aspiró con curiosidad, intentando descubrir sus componentes hasta que descubrió de quién provenía tan singular aroma.

El rubí y la plata se encontraron, haciendo que el corazón del rey demonio diera un vuelco. Frente a él se hallaba aquella joven que una vez había muerto bajo un hacha. Observó cómo sus ojos plateados, brillantes y con vida, lo miraron y cómo entre sus pestañas largas la joven ocultó su mirada de él. Sus labios rosados se mantuvieron rectos entregando a su rostro de delicados y afilados rasgos una expresión fría, a pesar que su cabello largo y ondulado (muy similar al humano elegante de antes) trataba de darle cierta presencia suave a la joven.

—Adela…— murmuró Maō asombrado al ver a nada menos que al avatar de Ahda frente a él. Aunque esta vez ella lucía más digna (y fría, debía admitir) que en ese reinicio donde la había visto humillada… y rota.

—Bertram, a que se debe tu interrupción —interrogó la joven, mientras dejaba la taza de té que anteriormente bebía en una mesita cercana.

—Mi Señora, vengo a presentar a un nuevo trabajador. Maō saluda —indicó el mayordomo, haciendo que el rey demonio se presentará.

Maō dio unos pasos al frente e hizo una ligera reverencia (una imitación tosca de la de Bertram) hacia la joven, percibiendo aquel delicado aroma. “¿Por qué huele tan diferente a los otros humanos?”, se preguntó el azabache con cierta curiosidad, mientras regresaba al lado del anciano.

—Es quien también tomará el puesto de su lacayo personal, mi Señora.

La joven dama miró al anciano y luego a Maō, regresando a ver al mayordomo con una mirada fría.

—Demasiado joven.

—Comprendo, mi Señora —asintió el hombre para luego agregar. —Pero si me permite opinar, pienso que puede ser útil enseñarle a un niño desde cero para poder lograr complacerla satisfactoriamente.

—Aun así, es demasiado joven —suspiró, miró a Maō por unos minutos como si meditara algo y después volvió a ver a Bertram. —¿Cómo es su educación? ¿Tiene habilidades para compensar su edad?

—El niño es muy capaz y aprende con rapidez; además que es muy consciente de su alrededor para su edad, o por lo menos lo que he visto. Aunque, lamentablemente, tiene una educación muy limitada y carece de cortesía.

Maō los escuchó hablar con una mirada plana, perdiendo el interés de su conversación cuando había sido ignorado gran parte de ella. Observó de reojo a Adela (o Celica, cómo los humanos la llamaban actualmente), recordando el comportamiento de la joven al conocerlo. Ella no había mostrado alguna señal de reconocimiento o temor al verlo, quizás ni siquiera supiera quién era realmente. Tampoco mostró el interés que muchos humanos había entregado al ver su apariencia. Casi podría decirse que Celica no tenía interés en él, algo que Maō considera agradable… Aunque no debería juzgar tan rápido, puede que lo oculte muy bien, se recordó Maō con desconfianza.

—Bien. Lo aceptaré –dijo Celica, atrayendo la atención de Maō. Ella lo miró con sus afilados ojos y mostrando una expresión fría dijo. —Trabajarás como mi lacayo personal bajo una prueba de… unas tres semanas. Verificaré si tienes la habilidad necesario para servirme y si fracasas… solo te colocaré en una posición útil a tu edad. Entendido, Maō.

No me subestimes humana, quiso bufar el azabache pero solo asintió con una sonrisa forzada. Qué molesto, ser rebajado a tal papel y obedecer a nada menos que al avatar de la vieja bruja. Esa diosa rara debe estar riéndose de esto…, maldijo internamente.

—Perfecto —pronunció la joven tras indicar desear más té. —Entonces te doy la bienvenida a la mansión Shenite. Soy Celica Shenite, hija del duque Shenite. Bienvenido, pequeño.

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