El Rey Demonio y la Bella Villana – Capítulo 2: Primer reinicio

Escrito por Noah

Asesorado por Maru

Editado por Michi


El viaje fue molesto en su mayoría. Evitar a los humanos, mostrarse a los demás monstruos para revelar su regreso, evitar que una bola peluda hiperactiva lo siguiera en su misión… fueron algunas de esas cosas molestas. Pero al final lo había logrado y se había infiltrado en la llamada capital humana.

Se detuvo en seco, mientras su cara perdía color y una mueca irritada se marcaba en su rostro infantil. Había humanos, muchos humanos. Parecía que mientras se hallaba sellado, aquellas molestas plagas habían logrado reproducirse al punto que parecía que dominaban gran parte de los territorios.

Respiró profundamente para luego caminar entre los humanos, resistiendo el impulso de aplastar y mutilar a aquellos insectos. Sinceramente, sería mucho más simple eliminar todo y tomar lo que necesitaba, pero bajo esa forma débil no debía correr riesgos innecesarios (necesitó ayuda la última vez), en especial, si desconocía cómo reaccionaría la doncella sagrada. Después de todo, ella era el avatar de su verdadera enemiga, a quien Ahda había concebido para restaurar la vida en este mundo mortal en cada paso que diera en él.

Ahora, si no mal recuerdo, se supone que la hija de Ahda se halla en algún lugar de esta “capital”… ¿pero dónde?, se preguntó, mientras observaba cómo los humanos actuaban de forma alegre a pesar del clima frío.

La plaza en que se hallaba estaba en su apogeo y completamente adornada por coloridas flores y telas que unían cada estructura del lugar. Curiosos sonidos se escuchaban a su alrededor que armonizaban con las voces humanas que acompañaban, mientras estas entonaban frases extrañas con rima. Una combinación muy agradable para su oído. Lentamente fue comprendiendo lo que sucedía: todo ese comportamiento era a causa de una celebración; algo extraño y curioso para el rey demonio, quien nunca había visto tales expresiones en aquellas criaturas ilógicas. Aunque las celebraciones eran muy ruidosas y molestas, si consideraba a los cachorros humanos que parecían interesados por su apariencia e insistían a que se uniera a ellos en sus juegos.

Dejando de lado tales distracciones, el rey demonio se concentró en su misión y cerró sus ojos, tratando de sentir la energía propia de la doncella sagrada, su afamada esencia divina (atributo santo en habla humana), la cual lo guiaba hacia el este. Pronto escuchó las charlas animadas de su alrededor, distinguiendo las menciones sobre un desfile, donde la hija de Ahda y el sucesor al trono desfilaban entre las masas a causa de una victoria y su unión… Por lo que decían solo tendría que esperar por ellos…

¡Ja! Casi soltó una carcajada allí mismo. Esperar junto aquellos insectos lo enfermaría; sorprendería a la doncella y sus seguidores con su presencia, robándola frente ellos en el momento justo.

Sonrió de forma siniestra, causando escalofríos a quienes estaban cerca de él, y sin importarle el comportamiento de los humanos de su alrededor empezó a caminar hacia una dirección concreta.

Después de traspasar la multitud y asegurar su camino entre las estrechas callejuelas (amenazando a las ratas que se atrevían a desafiarlo), llegó por fin a donde se hallaba la doncella: el templo de Ahda. Este era un edificio grande y blanco de marfil que resaltaba por su arquitectura simple y elegante entre las demás edificaciones. Los lirios de corazón azul, que formaban parte principal de las decoraciones, se hallaban tanto en físico en sus amplias zonas verdes como talladas en línea en la parte inferior de las paredes.

El rey demonio olfateó con disgusto ante el exceso de flores (aunque la extravagancia de su enemiga no era su problema) y caminó hacia el templo, tratando de no resaltar. La doncella debía de estar dentro.

Pronto recordó algo importante sobre la doncella sagrada.

Maldición, debo asegurarme de mantener la joya y esa chica separadas… no necesito más inconvenientes. Es bueno que lo recordara, pensó, chasqueando la lengua con molestia.

Aunque la doncella sagrada era la hija mortal de Ahda y albergaba cierto poder divino, su magia recaía en su conexión con Ahda, la joya. Sin la joya, la doncella era tan indefensa y débil como un simple humano. Recordaba bien ese detalle por una batalla que se dio en su conquista cuando Fennir, el más poderoso de los wargs y seguidor suyo, había logrado separar a la doncella de la joya en un intento de devorarla, revelando su mayor debilidad; aunque al final no pudieron tomar ventaja de ello.

Con esto en mente, se infiltró entre el templo utilizando los rincones oscuros del lugar para ocultarse a la vista. La capa, que lograba camuflarse entre las sombras, vibraba ante el ligero poder que dejaba emanar el rey demonio, auxiliándolo en su infiltración.  Fue ese momento que una conversación llamó su atención; se dirigió hacia aquellas voces que se encontraban en una zona apartada y solitaria del templo, acercándose, sin ser notado, a dos sacerdotes que hablaban entre ellos.

—No entiendo por qué deseas que el corazón de Ahda se mantenga en el templo. La joya siempre debe ser resguardada por su legítima dueña —le cuestionó el sacerdote a su compañero.

—Es mejor aquí que en el castillo —suspiró el anciano, apoyando sus manos sobre la cabecilla de su bastón. —Necesita purificarse en un lugar sagrado. En el altar privado de Ahda estará seguro hasta que sea devuelto a la doncella sagrada para su siguiente batalla.

—Ya no hay peligro. Lu… —se detuvo por unos segundos para retomar la palabra. —La doncella sagrada evitó la catástrofe que caería sobre el reino y los crímenes de los responsables serán castigados.

—¡En ese caso, con más razón el corazón de Ahda debe quedarse aquí! —exclamó el anciano golpeando su bastón en el suelo. Pronto una mirada de simpatía asomó en sus facciones y añadió. —Sé que la aprecias y quieres evitar las habladurías, en especial, ahora con su compromiso con su alteza real, el príncipe; pero no dejes que nuble tu juicio, Aleksandr…

Los dos sacerdotes siguieron hablando, pero el rey demonio ignoró su contenido, ya tenía lo que necesitaba. La joya estaba separada de la doncella sagrada, un evento muy conveniente para él en esos momentos.

Caminó por el templo hasta que logró encontrar el altar de Ahda que había mencionado el sacerdote anciano; un lugar que se ubicaba en una habitación amplia en lo más profundo del templo. La luz, proveniente de un tragaluz, proyectaba sus cálidos rayos sobre una bella estatua de la diosa de la vida, Ahda, mientras el ligero olor de incienso llenaba la habitación. Los blancos lirios con su interior azul profundo adornaban el altar y alrededor de los pies de la estatua; allí entre las flores resaltaba un pequeño cofre que emanaba una cierta energía.

Sonrió, seguro de haber conseguido parte de su objetivo; sin embargo, como una burla constante hacia su nueva forma, lo que siguió fue lejos de su simple plan. Tropezando con sus propios pies a causa de unas ofrendas olvidadas en el suelo, el pobre azabache cayó de cara, trayendo consigo un incensario cercano. Este había caído sobre las flores iniciando un pequeño incendio, causando que el rey demonio diera una fuerte exclamación de terror. Sin perder tiempo, tomó la tela del altar, ignorando la caída de las demás ofrendas, en un intento de apagar el fuego. Algo que no funcionó.

—¡Al carajo, que se queme! ¡Solo vine por la joya! —gritó harto del caos, algo irónico teniendo en cuenta que nació del caos.

Rápidamente tomó el cofre y lo abrió listo para tomar… No había nada. Lo revisó apresurado, debía de estar allí, había sentido magia en el cofre. Pronto notó las runas calientes a su tacto que adornaban la madera del cofre causando que gruñera.

Con una fuerte exclamación de frustración y molestia, tiró el cofre al suelo. Chasqueó la lengua y caminó refunfuñando hacia la salida. Debía escapar por ahora, ya escuchaba los pasos apresurados que se dirigían hacia la habitación.

♦ ♦ ♦

El rey demonio se mantuvo refunfuñando por lo sucedido, mientras observaba desde uno de los jardines más alejados cómo los clérigos y algunos caballeros corrían por el templo al descubrir la desaparición de la joya. Se quedó allí, sintiendo la fría brisa casi apacible gracias al sol, mientras pensaba en qué hacer ahora.

Supongo que tendré que conformarme con la hija de Ahda para el ritual, pensó con fastidio. Solo espero que sea suficiente… suspiró al final.

Pronto escuchó unos pasos que se acercaban hacia él; pero el rey demonio no se movió. Sinceramente, no estaba de humor para seguir ocultándose y estaba dispuesto a iniciar una pelea si podía. Si el tonto venía hacia la boca del monstruo para molestarlo con interrogatorios o cosas amigables humanas, solo lo golpearía hasta hacerlo pulpa.

—¿Estás perdido, pequeño? —preguntó una dulce voz.

Un escalofrío recorrió el cuerpo del rey demonio al momento que escuchó aquella voz, la propia esencia que emanaba era tan similar aquella que una vez lo selló tiempo atrás que le era imposible no reconocerla. Tensó su cuerpo ante la anticipación y se volteó bruscamente, buscando a su vieja enemiga; sin embargo, solo encontró un rostro desconocido.

—¿Quién eres? —cuestionó el pequeño azabache con voz desconfiada.

Frente a él se hallaba una bella joven de delicada figura que enmarcaba la belleza pura y natural de la feminidad (si comprendía bien los estándares humanos).  El cabello, que caía sobre sus hombros, de un rubio cobrizo, enmarcaba perfectamente sobre el fino rostro porcelana, enfatizando sus ojos esmeraldas.

El rey demonio miró fijamente esos ojos.

Era claro que esa mujer humana no era la doncella sagrada. El rasgo único y sin igual que revelaba a la doncella sagrada como la legítima hija de la diosa Ahda, sus ojos plateados como la luna, no se hallaban presentes en esa humana.

Aun así… podía sentir aquel odioso atributo en ella.

—¿Desde cuándo el atributo santo es tan común para que los humanos lo hereden? —expresó bruscamente.

La joven parpadeó lentamente ante sus palabras, mientras su boca cereza se cerraba y abría de manera tonta. Se quedaron en silencio completo, dejando que el pequeño azabache tratara de acostumbrarse a la esencia equivocada de la joven frente a él.

—No… comprendo por qué dices eso…

—No importa. Solo déjame solo —gruñó el azabache al final de su frase.

Sin embargo, ella se quedó quieta en su lugar y dio una amable sonrisa, erizando al rey demonio.

—No eres muy sociable, ¿verdad? —expresó la joven. —¿Qué tal si me presento? Soy Lucia… —el rey demonio siguió ignorándola, causando que lo mirará con un ligero mohín. — Y soy la doncella sagrada…

Ante su declaración el rey demonio se volteó desconcertado. ¿Había oído bien? Tales palabras debían ser falsas… Sin pensar mucho acabó replicando casi por instinto:

—¡Eso es imposible, la hija de Ahda tiene los ojos plateados! ¡Tú no tienes ojos plateados!

—¿Eh? ¿Lo siento? —murmuró confundida; pronto dio un aplauso como si comprendiera algo y dio una suave risa (demasiado dulce para el rey demonio) para luego hablar. —Debes hablar sobre los viejos cuentos, ¿no?

—¿Viejos cuentos?

—Sí, las historias sobre la fundación del reino hace 350 años —dijo la humana (Lucia). —Esas fueron las descripciones que dieron sobre la doncella sagrada de esos tiempos… ¿Te encuentras bien? Luces un poco pálido —preguntó la joven al ver al azabache; pero este se hallaba en silencio, procesando lo que había escuchado.

Podía no entender el comportamiento humano y sus extraños estándares, pero incluso él podía comprender que eran criaturas frágiles con vidas muy cortas en contraste a los monstruos. La hija de Ahda era humana y con ello, tenía sus debilidades. Ella no podría haber vivido por más de 350 años aun si lo creyera.

Han pasado 350 años… por eso ha cambiado tanto el mundo, pensó el rey demonio, pasando una mano sobre su boca. Miró a la mujer que se había presentado como la actual doncella sagrada (aunque le costara creerlo), notando que durante el tiempo que estuvo pensado ella no había dejado de hablar algo sobre él… ¿extranjero? ¿Exó…? Prefirió ignorarla, no le interesaba ni en lo más mínimo.

Realmente no me interesa ni quiero involucrarme con esta humana, es irritante, pero necesito saber si dice la verdad, suspiró molesto y habló, atrayendo la atención de Lucía.

—¿Eres realmente la doncella sagrada? —preguntó el azabache.

—Sí, lo soy.

—Demuéstralo —dijo; sin embargo, la joven lo miró a los ojos de forma perpleja, causando que el rey demonio chasquera la lengua con impaciencia. —La verdadera doncella sagrada tiene el atributo santo. Ya que no tienes el rasgo de ser la hija de Ahda —señaló sus ojos—, debes tener el poder para purificar, el atributo santo… Utilízalo aquí, frente a mí y te creeré —sonrió el rey demonio.

—Yo… lo siento, no puedo —murmuró la joven, juntando sus manos sobre su pecho. —No poseo el corazón de Ahda conmigo.

El pequeño azabache la miró indignado. La situación se estaba volviendo muy molesta. Inhaló profundamente para luego exhalar el aire, entregándole al instante una sonrisa amistosa (cansada, más bien) a la joven.

—Pero recuerdo bien que la doncella podía… revelar un poco de su poder, algo como un aura… —trató de explicar.

—Mmm… Creo que fue la forma en que me identificaron… —murmuró pensativa.

—Entonces, ¿por qué no lo intentas?

Lucía ladeó su cabeza, mientras meditaba sobre ello para luego asentir. La joven relajó su cuerpo, cerrando sus ojos, y juntando sus manos se concentró en su propio poder. Lentamente empezó a emitir una ligera aura a su alrededor. El rey demonio sonrió, podía sentir la magia que la reconocía como la doncella sagrada, aquella maldita esencia que hacía su sangre arder.

Se acercó sigilosamente a Lucia, listo para raptarla, pero en ese momento se escucharon las voces de un grupo de caballeros. La joven abrió sus ojos en ese momento, observando al azabache, haciendo que este le diera una sonrisa al instante.

—Brillas muy bonito. ¡Eres realmente la doncella sagrada!—dijo el rey demonio de forma alegre, ganándose la dulce risa de Lucía.

Fue por ese momento armonioso que Lucía se atrevió a intentar acariciar el cabello azabache del rey demonio, causando que este retrocediera un paso lejos de ella. El rey demonio la miró molesto por su acción, revelando (de forma invisible) su propia aura, pero rápidamente se detuvo al percatarse de las nuevas presencias. El grupo de caballeros se acercaron a la joven y dieron una reverencia hacia ella casi al instante.

—Su Gracia, por favor no se aleje sin advertimos —expresó uno de los caballeros.

—Lo siento, solo quería dar un paseo —se disculpó la joven con una pequeña sonrisa.

Al escucharla, los caballeros se disculparon por su descortesía hacia ella, para luego empezar a recordarle los peligros de andar sola, junto a la convocatoria por el ajusticiamiento de esa tarde. Lentamente, empezaron a encaminar a Lucía hacia las afueras del templo, indicando que el carruaje la esperaba. Fue en ese momento cuando el rey demonio se había dado cuenta de que estaba siendo ignorado.

—Oh, no. No se atreverán esos bastardos —gruñó por debajo, caminando hacia Lucía para raptarla.

No se iba a quedar allí como un tonto, se revelaría mientras robaba frente a ellos a la doncella sagrada y partía de ese odioso lugar. Pero antes que pudiera acercarse, un caballero lo tomó de la camisa, levantando al pequeño monstruo y dejándolo a unos metros lejos de ellos.

—Niño, vete a casa —dijo.

El rey demonio volvió a intentarlo varias veces, siendo detenido por el mismo caballero. Incluso la nueva doncella sagrada ignoraba el trato contra él. Qué humillante. El azabache gruñó por debajo y decidió tomar un nuevo ángulo: seguirlos desde las sombras. Tarde o temprano la tomaría, ya fuera en el desfile o en las paredes del templo.

Dejó que partieran el carruaje con la doncella sagrada y siguió el rastro del atributo santo. Lentamente el paisaje urbano fue cambiando, los edificios estrechos y callejuelas fueron reemplazados por zonas más elegantes y limpias; varias mansiones se mostraban de forma dominante en el lugar mientras las personas que paseaban por sus aceras se revelaban muy diferentes a los humanos de la anterior parte (más perfumados).

El cambio drástico sorprendió al rey demonio, pero no le tomó más interés a ello cuando notó que el sol iba disminuyendo su intensidad, volviendo el ambiente más frío y ventoso. Entró en pánico ante la idea de haberse perdido el desfile y sin perder tiempo continuó siguiendo el rastro entre las calles hasta llegar al centro de la capital: el palacio real.

Con pasos ligeros se escabulló por una de sus entradas, mientras buscaba la ubicación de la doncella sagrada; en ese momento escuchó una cantidad de voces que parecían reunirse en un punto específico del palacio, haciendo que el rey demonio sonriera.

Allí debería ser el inicio del desfile. Pensó el azabache, dirigiéndose allí. El lugar era una amplia plaza en el centro del palacio, donde se hallaba una multitud de humanos que rodeaba una tarima de madera. Trató de buscar la presencia de la doncella sagrada, pero esta parecía no estar allí aun si veía a varios humanos de apariencia regia en un balcón.

Pronto estos entregaron una señal, causando que al instante desfilara una tropa de soldados que escoltaban arrastras a un grupo de humanos atados, llevándolos hacia la tarima. El abucheo y los murmullos se escucharon mientras los prisioneros caminaban, causando que el azabache mirara confundido la situación. Sin tomarle importancia, el rey demonio solo les dio un vistazo simple y decidió seguir su búsqueda.

Sin embargo, no pudo apartar su mirada de ellos. Su aliento se enganchó en su pecho, quedándose estático ante la vista imposible. Entre aquellos prisioneros caminaba la persona que pensó solo momentos atrás nunca volver a ver, la dueña de aquellos ojos platinos que una vez lo miraron antes de ser sellado.

Allí caminando entre los reproches y maldiciones de la multitud se encontraba la hija de Ahda… La verdadera hija mortal de la diosa que él, el rey demonio, conoció hace 350 años.

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